A 161 años del natalicio de Martí, volver a su obra, hurgar en las esencias de su pensamiento y aprehender de su vida la mejor de las lecciones: su condición humana fecundada de eticidad; deviene un ejercicio imprescindible para seguir cultivando la virtud. El legado ético, humanista y antimperialista del Apóstol es clave certera para enfrentar los desafíos que nos impone el mundo en que vivimos; para seguir haciendo Revolución, para no dejar caer la espada que antaño levantaron nuestros padres. No en balde es José Martí alma moral de la nación, en sí mismo es antídoto para vencer los vicios es la guía para asumir y llevar a cabo la batalla cultural por la dignidad plena del ser humano.
Era un profundo antimperialista, recordemos sus lapidarias palabras un día antes de que llegara al Sol, allá en Dos Ríos: «Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.»1
La visión martiana fue a la esencia, como él mismo aludiera, vio con ojos judiciales la intríngulis del convite que los Estados Unidos preparaban para la «América española»; desenmascaraba Martí la opción dominadora de la nación del Norte en su propia raíz; era por eso que nos estaba convocando a declarar la segunda independencia. Y pudo hacerlo porque fue un político sagaz, supo ir a los antecedentes, causas y factores —siguiendo sus propias palabras— de la fatídica propuesta imperial. Su definición de política2 es medular para entender el proceder martiano, la capacidad innata de convertir los reveses en fortuna y adecuarse al momento presente sobre la base de la preservación del ideal perseguido. Era un previsor José Martí, nos enseñó a no ser ingenuos ante los alardes de bondad de quien por naturaleza no es bueno, de quien hace todo por doblegarnos, por ponernos la bota encima. Nos enseñó a ser virtuosos y decorosos hasta en el enfrentamiento a la dominación.
Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipatoria que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que hoy continúan atacando a las naciones de Nuestra América; que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobreviven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia; que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia. No es casual la significación que le imprime Martí a la propagación de la cultura; ella es salvadora, redentora y revolucionadora.
He ahí la lección:«…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos».3 Recordemos que los que hacen política para el bien de todos deben, como premisa fundamental, conocer cómo hacer política. Y hacer política, sobre todo en este tiempo histórico, requiere de una cultura que sea capaz de ir a las esencias, de hurgar en los problemas de los grupos humanos a quienes irán dirigidas esas políticas, ser portadores del conocimiento de los elementos naturales de las naciones, de la constitución propia de cada uno de nuestros países. Requiere de una sensibilidad —esta eleva a su más alta expresión la cultura— que incluya rasgos esenciales como la radicalidad y la armonía; que rompa las ataduras impuestas por la llamada cultura occidental y vaya a la fuente de la cual emana toda la obra humana que nos ha antecedido.
Hoy más que nunca debemos ser cómplices de Martí; mientras otros lamentan sus fracasos y las pérdidas sentidas, hemos de salir en busca de la idea del bien que el propio Martí describiera, asumirla y vivir martianamente como una filosofía de vida; es necesario ir a las esencias gnoseológicas martianas, a su caudal axiológico preñado del hermoso sol del mundo moral que tiene en el padre Varela, en José de la Luz, en Agustín Caballero, Mendive, Saco y Heredia; la almohada donde reposa el bendito e imprescindible libro ejemplar de la Escuela Cubana de Pensamiento. En Martí encontramos un camino, él nos conduce por el sendero del conocimiento, de la cultura de hacer como la mejor manera de decir, por la utilidad de la virtud, por el ya dudoso pero no imposible equilibrio del mundo y sobre todo, para aquellos humanos que servirán de garantes de la prosperidad y bienestar de sus pueblos, de una cultura de hacer política.
*Jurista. Presidente del Movimiento Juvenil Martiano
1 Carta de José Martí a Manuel Mercado, Dos Ríos, 18 de mayo de 1895; en Obras Completas, Tomo 4, pp.167-168
2 “La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada.” Obras Completas, Tomo 14, p. 67.
3 Tilden, La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras Completas, Tomo 13, p.301.