Con perdón del escritor inglés William Shakespeare, considero que la cuestión hoy es comunicar o no comunicar, porque la información, además de ser un bien público, es imprescindible para que las personas puedan entender y percibir de manera correcta su realidad.
Piense cuántas veces escucha a alguien, y al final no le queda más remedio que parafrasear al soldado español del animado cubano Elpidio Valdés y preguntar: «Oye, ¿y qué ha dicho ese?». El problema de los discursos de utilería es que los adornan con frases hechas, la mayoría de ellas incomprensibles y estériles.
Echemos mano a un ejemplo: «La actividad está garantizada. Tenemos un nivelito (¿?) de recursos (¿cuáles?) y ya se adoptaron todas las medidas (¿qué se hizo?) para que quede perfecta». Usted se queda satisfecho porque piensa que no habrá problema alguno que afecte el evento, pero, ¿entendió?, ¿sabe lo que va a ocurrir?, ¿conoce la oferta?
Según los expertos, la comunicación es el proceso de transmisión y recepción de ideas, información y mensajes; es un acto en el que dos o más personas se relacionan y tratan de comprenderse e influirse, por lo que se reconoce más como un hecho sociocultural que un proceso mecánico.
De lo anterior se desprende la importancia de comunicar bien, de lograr empatía aunque se discrepe. Se trata de un proceso de alta sensibilidad en aras de promover la comprensión y, por qué no, la participación a partir de que no existe idea mala cuando nace del intercambio libre y fluido.
En el ámbito empresarial, un buen uso de la comunicación contribuye a la buena salud de los análisis y los diagnósticos que más tarde influyen en la planificación de procesos y la toma de decisiones, momentos esenciales para llevar a vías de hecho los objetivos trazados tanto productivos como sociales e individuales.
Tanto es así que cuando usted transmite adecuadamente sus mensajes, sin proponérselo, ayuda a conservar y promover valores, así como al afianzamiento de tradiciones porque las personas entienden entonces las razones por las que se les convocan, se apropian de las metas y aportan, hasta donde puedan, a la concreción de los objetivos.
La realidad ha confirmado esta idea en innumerables oportunidades. O si no preguntémonos cómo fue posible implicar a tantos compatriotas en el esfuerzo por llevar la alfabetización a todo el país, en la construcción de un modelo social humanista, en la defensa de nuestra nación y en brindar nuestra ayuda solidaria a otros pueblos, como lo hacemos hoy al contribuir a enfrentar el ébola. Con buena comunicación, entre otras muchas razones.
Lo que no podemos admitir, en mi modesta opinión, es que después de tantos ejemplos positivos que ratifican la validez de un buen diálogo, todavía prevalezcan discursos vagos, de utilería… que escamoteen datos necesarios para la comprensión del mensaje, actitud que solo logra el efecto contrario en los receptores.
Quizá el pueblo de Cuba no sea el más culto del mundo, pero me atrevería a afirmar que estamos entre los más instruidos, razón de sobra para identificar cuándo no nos quieren dar la información necesaria y señalar a aquellos «oradores» que, parafraseando al cantautor Tony Ávila, «son gente que dicen todo y no dicen nada, pero piensan que lo dicen todo». ¿Usted qué cree?