Algunas coincidencias tienen el poder de hacernos reflexionar sobre temas que suelen ocultarse en lo cotidiano: el 24 de enero de este año escuchaba lo que se debatía en horas de la tarde en la Mesa Redonda Informativa de la Televisión Cubana. El tema era sobre la salud pública, sus desafíos y resultados. Los análisis me hicieron tener presente un artículo publicado en la famosa revista norteamericana The New England Journal of Medicine, correspondiente a una edición que justamente tenía la fecha de salida del programa televisivo.
Titulado «Un modelo diferente, cuidados médicos en Cuba», el trabajo escrito por Edward W. Campion y Stephen Morrisey revela en tono de asombro las experiencias de una visita realizada a nuestro país. Los visitantes, quizá acostumbrados a un ambiente de modernidad consumista y de adelantos tecnológicos, no encontraban explicación aparente para los éxitos cubanos en el campo de la salud —desconocidos para ellos hasta el momento de la visita—, y eso los llevó a expresar que nuestro sistema de salud parece irreal.
¿Cómo es posible que Cuba tenga tantos doctores?, se preguntan los autores del artículo al constatar que en la Isla, por cerca de cada mil habitantes de las áreas urbanas, hay un médico (más del doble del per cápita de galenos que posee Estados Unidos).
Ellos conocieron de nuestra capacidad para formar esa cantidad de profesionales y más, y que podemos lograr mucho a pesar de las duras limitaciones económicas reconocidas por ellos como causadas, principalmente, por el bloqueo.
«Cada persona es libre, totalmente libre», afirman. Y desde ese punto del análisis exponen realidades que instintivamente confrontan con el sistema de salud de Norteamérica.
A pesar de que, por ejemplo, escribimos a mano en las historias clínicas —a la usanza de hace medio siglo en los Estados Unidos—, contamos, como destacan los autores del artículo, con una fiel y útil información estadística, con una fuerte organización del sistema de salud, donde la prioridad es la prevención.
Otros ejemplos alusivos a la salud cubana y que destacan los autores estadounidenses tienen que ver con el seguimiento y el tratamiento brindado gratuitamente a los enfermos de tuberculosis, así como con los esfuerzos por el control de la infestación del mosquito causante del dengue, y las altas tasas de vacunación (aspecto donde nuestro país ocupa una prestigiosa posición a nivel mundial).
La mortalidad infantil es otro dato de Cuba que los visitantes no pudieron obviar: la tasa de 80 por cada mil nacidos vivos, reportada en la década de los años 50 del siglo XX, ha descendido hasta menos de cinco por cada mil en nuestros días, número, por cierto, inferior al que ostenta Estados Unidos.
El desarrollo de la industria farmacéutica tampoco se pudo soslayar en el análisis: en nuestro país somos capaces de producir no solo la mayoría de las medicinas básicas de nuestra farmacopea, sino que también somos capaces de exportar parte de esos productos.
Pero los doctores Campion y Morrisey piden que no se idealice el sistema cubano de salud porque, entre otras cosas, no da cabida a la medicina privada.
Aunque las ideas de los autores merecen respeto, entiendo que es una fortuna no tener medicina privada, pues los éxitos que ellos han apreciado se deben, entre otras razones, a que los trabajadores de la salud formados en nuestra sociedad socialista hemos sido educados en un ideal altruista donde velamos, sin mediar interés lucrativo, por lo más preciado de una persona: su salud. Y esa es la verdadera medicina.
Campion y Morrisey tuvieron la oportunidad de conocer un mundo sorprendentemente nuevo para ellos. Y ya ven, tantas evidencias nos colocan en coordenadas desprovistas de muchos prejuicios, y nos recuerdan que las grandes verdades son como el sol: no podrán taparse con un dedo.