Cuando sea más grande, quizá un gigante de tamaño, quisiera transgredir los confines de ciertas utopías y llegar a ser como los niños. Por instantes quiero pensar como ellos. Envidio ser así de inquieto. Me gustaría desandar con la emoción de una aventura el día. Obvio que como solo lo hacen ellos. Quiero, y no porque lo quiera ya lo tengo, un corazón que me exige a veces inocencias como las que habitan en ellos.
Cuando sea mediano, estaré feliz solo de saber que cada vez ando más cerca. Y por esa proximidad tan disfrutable me dispondré gozoso a que las hojas de esta vieja libreta de apuntes, en la que sostengo ahora algunas de mis ideas al escribir, se conviertan de repente en avioncillos, o en lienzos de pinturas con trazos que se orientan hacia todos los lados, o en pequeñas bolas de tamaños diversos para jugar con entusiasmo a no se sabe qué.
De seguro en esa coordenada media me tomaré un descanso para mirar hacia ambos puntos del camino. Con impertinencia observaré en un extremo a un sinfín de gente sacudiéndose cualquier experimento cándido, desprovisto ya de toda simplicidad, con la rectitud del que vive imbuido en una terca cordura.
Insisto, y no es matraca mía: quiero ser como ellos, pero quiero y busco también mucho más a su favor. Y lo deseo en nombre de esos tantos que en un planeta henchido de matices palpan con angustia, a despecho del verde, los tonos grises de la pobreza, o la gama precozmente negrusca del trabajo y la ignorancia, o de la temprana discriminación.
Desde que en 1952 se instituyera el 1ro. de junio como Día Internacional de la Infancia, las voluntades han desandado en buena parte del orbe un rumbo, y las realidades parecen abrirse por otras rutas más complejas. Aunque en Cuba, donde desde una organización de pioneros levantan sus voces desde hace justamente hoy 52 años, la palabra tierna de los primeros años ha sido siempre conjuro y vocación que alienta.
Por eso, no vendría mal intentar una y otra vez ser como ellos, invocarlos en la plenitud de sus gestos mayores y completos, refugiarnos en la mansa complicidad de sus perretas y sonrisas, para educarlos con futuridad en el ejercicio del cariño, de la vida por venir, del desasosiego de otras noches y otros tiempos.
Aunque parezca una simple quimera en la épica convulsa de este paralelo de vida, propongámonos despertar al día siguiente como ellos, con esa candidez tan franca que por momentos se revela ansiosa, con ese destello ávido de esencias, y esa luz que se enciende desde la ingenuidad y los sitúa en el comienzo, para que mañana, aunque mejores, también sean como nosotros.