Un viejo refrán dice que si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema. En el empeño de hallar salida a disímiles inquietudes que plantean los electores, dar con el punto medio es muchas veces un dolor de cabeza para algunos delegados de circunscripción, quienes en ocasiones llegan a sentir que su gestión se evapora ante insensibilidades administrativas…
Sin embargo, parece que en la Isla de la Juventud encontraron un calmante. En realidad no inventaron el agua tibia, solo organizaron el proceso integrando todos los actores sociales, tanto institucionales como comunitarios, para dar respuesta a planteamientos añejados y sin solución aparente.
La idea nació a partir de la inconformidad de los delegados ante la inconsecuencia de algunos directivos para cumplir la Ley 91 de los Consejos Populares, que obliga a las empresas y administraciones a organizar y facilitar el contacto con los presidentes de los consejos populares y delegados.
Ese encuentro debería ser antesala de la participación de esas entidades en la tramitación de los temas de interés que demanda la población o, al menos de su presencia en la demarcación para informar; pero costaba trabajo que ellas concurriesen a ese espacio esencial, y ello generaba comentarios sobre la eficacia del método.
Así, el delegado, persona con el deber y la voluntad de hacer algo bueno por su comunidad, quedaba a merced de la opinión pública y su desempeño marcado por la ineficiencia. ¿Cómo revindicar a esa persona en cuya capacidad confiaron los electores?
Ante ese desafío, el Gobierno decidió «entrar», con todos los implicados, dos veces en el año en cada uno de los poblados rurales. De esa manera —y este reportero fue testigo—, en dos o tres semanas de intensa labor se resuelven casi todos los planteamientos, algunos históricos de acuerdo con el tiempo que llevaban «engavetados».
Durante la intervención, el poblado cobra el mayor ajetreo de su vida, pero lo más significativo, según acotó Genaro Concepción, presidente del Consejo Popular La Reforma —el último de los cuatro beneficiados con la nueva estrategia— es que las personas sienten la necesidad de sumarse al trabajo, que a la postre es para ellos mismos.
Claro que no se resuelven todas las dificultades —como sucedió en las experiencias anteriores ya que las carencias existen, y si tienes el clavo, entonces puede que falte la madera—, pero allí en la comunidad está el potencial para las posibles soluciones.
Recuerdo que, en 2007, Fidel alertaba en un mensaje a los diputados del Parlamento cubano que los cuadros del Partido, el Estado, el Gobierno y las organizaciones de masas se enfrentaban a nuevos problemas en su trato con el pueblo inteligente, observador y culto, que detesta trabas burocráticas y explicaciones mecánicas.
Evitar caer en esos «baches» es también propósito del Gobierno pinero, pero nada es perfecto —sí perfectible—, por lo que se necesita apretar clavijas para evitar, por ejemplo, la ausencia de la Agricultura, sector primordial en los asentamientos rurales, y que no estuvo presente en ninguna de las acciones convocadas hasta la fecha.
Aun con esa deuda pendiente, entre los valores de la estrategia figuran involucrar al hombre y a su familia en la transformación del entorno, que los directivos «toquen» las deficiencias con la mano de manera constante —sin aguardar la próxima intervención en la comunidad—, y rescatar el papel del delegado y del presidente del Consejo Popular, quienes sienten ahora que pueden eliminar un problema aportando todos a su solución.