Las veleidosas profecías de que el mundo se acaba este año parecen desatar desmedidos egoísmos en algunos. Ámate a ti más que a nadie, es la receta de quienes solo reparan en vivir sin frenos y aguardan por el Apocalipsis desde sus poltronas, sin buscar las razones esenciales de la crisis que nos azota.
Mientras nos relegan a pasivas víctimas de una hecatombe, esos pitonisos y manipuladores del futuro pretenden convencernos de que debemos pagar justos por pecadores y expiar las faltas de los poderosos y bribones de la historia humana.
En medio del desconcierto y la incertidumbre, el «ámate a ti» es la receta aconsejada como narcóticos por personas gananciosas y naciones conducidas por voraces instintos. Es la cínica filosofía de quienes han escalado sin reparos, a costa del sufrimiento y la miseria de las preteridas minorías.
Les ha servido como razón de Estado a los imperios para exterminar poblaciones, asesinar inocentes y amedrentar. Tener al mundo patas arriba. Es el móvil de traficantes de drogas, de quienes reclutan adolescentes para engrosar las pandillas… y quién sabe de cuántos narcisistas prendidos de su bienestar e ignorantes del dolor ajeno.
Algo de ese aliento rapaz parece haber traspasado, en nuestra vida cotidiana, el espíritu de quienes viven a contracorriente del difícil empeño del amor y la solidaridad.
Como careta de proa vikinga, asoma su rostro en las colas donde el más fuerte y habilidoso carga dos y tres veces lo que una anciana puede, para proveer la despensa. Irrumpe en la farmacéutica que ni intenta, con la ayuda de otros, decodificar la letra del médico y sugiere volver al especialista para que aclare su caligrafía, sin pensar en las complicaciones que desata.
Vive en el burócrata que extravía o demora documentos de los cuales pende la suerte de muchos. De ella se valen quienes prefieren aplazar o no asumir para no buscarse problemas.
Este veneno puede sutilmente esconderse en los que no empeñen o cumplan su palabra por miedo o por preservar algún estatus. En quienes aplican la fría matemática al dolor y al pesar de la gente.
Querernos es saludable, lo recomiendan desde facultativos hasta filósofos. Y los psicólogos lo aconsejan como cura a la autoestima y para conquistar espacios que por momentos parecen inalcanzables.
Pero el inmenso José Martí sostenía que ser bueno es el único modo de ser dichoso. Querernos sin virtud, querernos sin querer al prójimo, puede volverse apocalíptico, como esos presagios que se expanden por estos días. La única cura para tantos maleficios sería amar a los demás como a nosotros mismos.