Han transcurrido dos meses del horrendo asesinato de Muammar al-Gaddafi (20 de octubre) que Naciones Unidas pidió investigar, pero a juzgar por el silencio —tanto de los grandes medios de comunicación, como del propio organismo internacional—, es claro que ya se hizo borrón y cuenta nueva.
No podía ser de otra manera. Esta fue una guerra salvaje por el cambio de régimen en Libia y el control de sus recursos naturales que van resultando deficitarios a nivel mundial; sin embargo, contó con el viso de legalidad del Consejo de Seguridad de la ONU, justificado con una satanizadora campaña mediática contra Gaddafi, que confundió con mentiras a muchos en el mundo, incluso a no pocos que dicen pertenecer a las izquierdas.
El hombre del autoproclamado Consejo Nacional de Transición (CNT) que le dio el tiro mortal a Gaddafi se vanagloria de su crimen, y Washington, París, Londres y la OTAN no ocultaron su participación con aviones y armamento en el bombardeo al convoy que transportaba al depuesto dirigente libio en las afueras de Sirte.
Hoy, esos centros de poder, que decían estar muy preocupados por la violación de derechos humanos en Libia, permanecen callados ante las grandes atrocidades que cometen las nuevas autoridades de la nación norteafricana. El propio secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, defensor de la guerra contra Gaddafi, ha confirmado que el CNT mantiene a 7 000 personas en centros de detención provisionales, sin garantías judiciales, y a cargo de los grupos armados que iniciaron la guerra civil para derrocar al Gobierno. Según el informe del diplomático, muchos rehenes, entre ellos mujeres y niños, han sido torturados. Otras fuentes hablan de 13 000 prisioneros.
No pocos de los cautivos son extranjeros, la mayoría subsaharianos, y no todos ellos participaron en la contienda, solo se encontraban en el país trabajando en el sector petrolero y gasístico que a tantas familias de África dio de comer.
Desde el asesinato del líder libio, los hombres del CNT siguen cometiendo barbaridades contra la población civil, una verdad ocultada por quienes propiciaron y estimularon la revuelta; sin embargo, el CNT mantiene la legitimidad que le otorgó la ONU con un puesto en la Asamblea General, incluso antes de que Gaddafi fuera asesinado y a pesar de no tener un Gobierno votado en elecciones democráticas.
Semejante proceder está siendo aplicado ahora contra Siria: las grandes potencias no dejan de manipular a los organismos multilaterales para condenar y aislar a ese país. Este lunes la Asamblea General aprobó una resolución contra Damasco, justo cuando el Gobierno de Bashar al-Assad aceptaba la entrada de cien observadores árabes para monitorear la situación interna.
La respuesta de Occidente ante cada paso de las autoridades sirias para solventar las tensiones y evitar la injerencia extranjera, incluso una guerra como la desatada contra Libia, es más presión. Es una falacia su preocupación por «la democracia»: la intención es instaurar un régimen plegado a sus intereses. Y esto le será difícil si no obligan a Al Assad a renunciar.
Para lograr sus objetivos redactan informes cuya credibilidad es cuestionable, por su parcialidad con fuerzas opositoras dispuestas a derrocar al mandatario, aun mediante la intervención extranjera.
De seguro, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN no pagarán en la Corte Penal Internacional por sus crímenes en Libia, ni rendirán cuenta de la manipulación en Siria, como tampoco de su complicidad en el genocidio contra el pueblo de Palestina, y los desmanes en el Sahara Occidental y otras partes del mundo. Esa es la democracia que apoya el imperialismo global.