«Dadme una palanca y moveré el mundo», aseguran que dijo Arquímedes de Siracusa. Sus palabras bien pudieran conjugarse en un juego aproximativo, para afirmar: «Denme un buen diseño y seguro que moveré el mundo». No es para menos, porque una adecuada concepción del entorno junto con una adecuada ejecución, elimina unos cuantos dolores de cabeza en el futuro. Solo que muchas veces, entre nosotros esa jaqueca se convierte en crónica.
Un diseño pensado con buen gusto es capaz de enriquecer la espiritualidad además del patrimonio cultural. A muchos años de erigida, la Catedral de La Habana todavía cautiva, como lo hacen múltiples edificaciones por su originalidad y funcionabilidad, como la urbanización Camilo Cienfuegos en el municipio de La Habana del Este.
Sin embargo, al igual que esos ejemplos también mal perviven otros donde la incomodidad, el mal planteamiento de los espacios urbanos y la carencia de estética se han combinado para crear singularidades, que por diversos motivos parecen convertirse en la regla y no en la excepción de la norma.
Llama la atención, por mencionar un caso, cómo en algunas de las pocas zonas donde hoy se construyen edificios, estos se erigen sin que exista una proyección de un parque y un espacio peatonal amplio. A veces, al recorrer esas urbanizaciones, uno tiene la sensación de asistir a una cuartería de nuevo tipo, en la que primó el objetivo de satisfacer una necesidad a corto plazo sin tener en cuenta otras demandas espirituales.
Es cierto que, con la actual demanda de viviendas, una persona no meditaría mucho en entornos cuando le ofrecen un apartamento. Los problemas surgen después, cuando la familia comienza a tener conciencia de que el paisaje posee una monotonía con esa aglomeración de hogares, que no hay un parque cercano y que el restaurante queda tan lejos que no dan deseos de salir.
En materia de arquitectura y urbanización, uno de los males del país ha sido jerarquizar la parte técnica y ejecutiva de las viviendas y de su ubicación por encima del buen diseño. Las causas de ese problema son múltiples, pero vale la pena recordar una, y es la creencia de que la construcción de un hogar con cierto grado de refinamiento encarecería la inversión y alargaría la entrega del mismo.
Ese criterio nos ha traído una serie de males, entre ellos un paisaje monótono en muchos lugares y lo que es peor: la falta de ejemplos de cómo edificar una vivienda funcional y sin que sea la repetición de esos cajones, que alguna vez quisieron ser la réplica de un chalet, estilo racionalista.
En los últimos tiempos, en no pocas barriadas se aprecia una creciente ornamentación de hogares, que de tan «originales» terminan por parecer la mala copia de un campo de paneles solares.
Los medios de comunicación han jugado un papel en ese sentido. Se exhiben muchos documentales de cómo se construyen viviendas en otras regiones con óptimo aprovechamiento de su espacio, pero se pueden contar los materiales que nos muestren cómo discernir un buen estilo arquitectónico de uno con un aparente buen gusto, precisamente porque tiene más «adornitos».
En Cuba hoy se construyen viviendas, en condiciones muy complicadas. Pero la urgencia de un techo decente no tiene por qué opacar el buen gusto y la urbanización donde, al atardecer, uno pueda caminar despacio para soñar con el mañana. A eso ayudaría el tener presente la noción del buen diseño, que, como buena palanca de Arquímedes, movería no pocos entuertos en el futuro. Ella, en verdad, hace mucha falta.