Cogito ergo sum —pienso, luego existo—, pronunció Descartes para situar la esencia del racionalismo occidental. «Decido, luego existo», podría ser una exquisita traducción criolla al célebre filósofo francés en un asunto básico para los cubanos.
Esta especie de violencia semántica y simbólica sirve para ubicar, en razón certera, el afianzamiento que deberíamos ofrecer al papel de los obreros y los sindicatos en nuestro socialismo.
En las épocas de fe no puede faltar la crítica, como en las épocas de crítica no puede faltar la fe. La frase del Apóstol la recordó en fecha reciente Jorge Juan Lozano, profesor y asesor de la Oficina del Programa Martiano. Y Cuba está precisamente en circunstancias semejantes. Diríamos más acertadamente que en época de mejoramiento, que no es de complacencias.
Por ello, aunque se le pudieran señalar límites al filósofo galo, deberíamos acompañarnos más sistemáticamente de la herencia de su llamada «duda metódica», especialmente hacia ciertas maneras dogmáticas de razonar algunos fenómenos, vistos entre nosotros, a veces, como verdades inapelables.
Una de estas, que debería ser analizada más atentamente, es la «función de contraparte» que le corresponde a los sindicatos en nuestra sociedad, no siempre asumida como una práctica consecuente en las estructuras obreras, por más que lo hayamos enunciado.
Tal vez faltó en estos años ir más a las causas de esa fragilidad, que inevitablemente se relacionan, como ya he apuntado, con el papel de los trabajadores en la concepción política de nuestro Estado, para lo cual es preciso abarcar aristas de mayor significación, como el tema de la propiedad y sus formas de organización.
La propiedad es tan básica que los teóricos del neoconservadurismo norteamericano sostienen que en ese tema se desarrolla el verdadero y crucial escenario de la decisiva guerra cultural a escala planetaria. No por gusto sus tanques pensantes y su ajustada maquinaria publicitaria intentaron fabricar el fantasma de un Obama «socialista», a lo cual sirvió de materia prima la discusión sobre la controvertida reforma de salud.
Y la perdurabilidad de las ideas socialistas demanda que, gracias a su mejor interpretación, avancemos hacia formas más inclusivas, para desbrozar las tupidas selvas que dificultan a los obreros sentirse verdaderos dueños colectivos.
Los estudiosos hacen énfasis en la confusión ocurrida entre propiedad estatal y propiedad social. También en la urgencia de concebir formas de control y participación obrera que contribuyan a cimentar experiencias de organización empresarial cada vez más socializadas. En las mismas, apuntan, las formas de retribución del trabajo deberían depender menos de la condición de asalariados.
En la economía estatal revolucionaria cubana apuntan a esos presupuestos las empresas en perfeccionamiento, pese a las distorsiones vividas por ese modelo de gestión. Se adecuan, además, las formas cooperativas, que antes de la propuesta de actualización solo se aceptaban en la rama agrícola, y que en el Proyecto de Lineamientos Económicos y Sociales del Partido y la Revolución se expanden a otras esferas, incluyendo la posibilidad de que sean abiertas de segundo grado.
Recordemos que el Perfeccionamiento Empresarial tiende a un mayor protagonismo de los trabajadores en el manejo de las decisiones y la repartición de las ganancias empresariales, entre otras características con esencias más socialistas. Es un sistema que estimula la condición de dueños colectivos, algo no siempre logrado en la práctica económica, política, social y productiva.
En la V Comprobación Nacional de Control Interno, solo el 19 por ciento de las entidades involucradas en el perfeccionamiento fueron catalogadas con su control interno deficiente, mientras en el resto del sistema empresarial el amargo calificativo lo recibió el 41 por ciento.
Así que para nada resulta insustancial o marginal el actual debate sobre la propiedad, en los trazos hacia la construcción de un modelo que incentive más socialismo.
El Che Guevara sostenía que sin «control no se puede construir el socialismo». A aquella apreciación puede agregarse que ello solo es posible donde prevalezca un transparente, democrático y real control obrero. Que estos y las estructuras que los representan decidan, y en consecuencia, usando la lógica de Descartes, existan.