Cuentan que cuando murió Oliver Cromwell (1599-1658), aquel «Lord Protector de Inglaterra» que gobernó despóticamente a su país y ensangrentó a la vecina Irlanda, una airada muchedumbre fue a buscarlo al sepulcro y colgó su cadáver en la plaza. ¡Como si apretarle el cuello fuera a matarlo otra vez!
A Grecia le está pasando hoy algo parecido al inglés. El país está, como decimos en buen cubano, «del lado de allá», a donde lo han ido llevando las medidas de recorte del gasto social. Desde 2010 han disminuido los salarios, aumentado los despidos, se han incrementado el tiempo de trabajo y los impuestos, se han rebajado las pensiones, se han privatizado empresas públicas, etcétera.
Pues bien, ahora el Gobierno, que preside el socialdemócrata Giorgos Papandreu, quiere aplicar otro «paquetico». Se lo exige la Unión Europea, como requisito para desembolsarle otros 12 000 millones de euros de un préstamo conjunto con el Fondo Monetario Internacional, para que el país siga funcionando.
Hasta donde se ha sabido, el manojo de medidas incluye la reducción de otros 150 000 empleos, la subida de los impuestos a la calefacción, la creación de una «tasa de solidaridad» que deberán pagar todos los trabajadores —¿quién más que ellos?—, y privatizaciones por más de 50 000 millones de euros, de las que no se salvarán ni las instalaciones utilizadas en los Juegos Olímpicos de 2004. Una manera de agarrar la garganta del cadáver y seguir presionando.
Lo curioso del caso es que la alerta contra la andanada de medidas de «austeridad» viene, entre otros, del partido derechista Nueva Democracia (ND). Sucede que, si la crisis fuera un huevo, ND sería la gallina que lo empolla, pues el partido, que gobernó el país entre 2004 y 2009, le ocultó a Eurostat —la oficina de estadísticas europeas— las verdaderas cuentas griegas.
Cuando los socialistas llegaron al poder, las sacaron a la luz: el déficit público real —menos ingresos que gastos— era de 13,6 por ciento, dos puntos más, si bien los criterios de convergencia en el euro —moneda común de 17 países europeos— exigen que ese índice esté en no más del tres por ciento. En cuanto a la deuda, «agarraos»: el país debía 300 000 millones de euros. No, no era para alarmarse… ¡Era para correr!
Hoy, ND dice que las medidas de ajuste causan «serios problemas» —más que los ocasionados por su falsificación de las estadísticas—, pero sería interesante saber cómo obraría, de estar en el Gobierno, como no fuera bajando la cabeza ante los designios de Bruselas. Y es de risa ver cómo pretende «plantar batalla» —ha dicho que votará en contra del plan en el Parlamento helénico—, frente a lo que exigen las formaciones de derecha —¡sus iguales!— que están al mando en países como Francia y Alemania. ¿No le sería mejor, por vergüenza, callarse y quitarse la máscara?
Ciertamente la tiene muy difícil la patria de Homero. Si cumple, recibe el dinero para poder pagar sueldos y mantener funcionando los servicios públicos. Pero esos son billetes «envenenados», que no harán sino alimentar la espiral del ciclón. ¿Acaso alguien tiene idea de cómo podrá una economía pequeña como la griega devolver 300 000 millones de euros ¡más intereses!? ¿O por cuánto tiempo podrán los griegos estar aguantando la respiración?
Solo un dato, aportado por la revista británica The Economist: aunque Atenas, en su afán recaudador, aumentó los impuestos hace un año, lo colectado desde entonces en las arcas públicas ha sido mucho menor que en el período anterior.
¿Funciona entonces el plan? Parece que no, por tanto, se barajan varias posibilidades, entre ellas que Grecia abandone el euro y retome su moneda nacional: el dracma, que podría devaluar a su antojo para, por ejemplo, potenciar las exportaciones, además de que con él no tendría que estar tan a ojo, vigilando que el déficit no se dispare.
Una fuente eurocomunitaria dijo, meses atrás, que no se pensaba en la salida de nadie del euro —«lo que hay es cola para entrar», expresó—, pero al día de hoy, y como la tormenta del mar Egeo no tiene visos de calmarse, la UE está emitiendo señales de falta de solidez, por lo que a nadie le extrañe si en algún momento decide extirparse algún órgano enfermo y sacar a Atenas —y a otros— de la moneda común.
Pero eso no ocurrirá hoy, cuando los gobernantes europeos están reunidos en Bruselas con un ojo puesto en Atenas, a la espera de que los parlamentarios griegos se traguen el sapo del nuevo plan de ajuste. Si lo aprueban, apretarse el cinto; si no, bancarrota.
Definitivamente, Cromwell no la pasó peor…