Bastaron menos de tres horas para que el jurado compuesto por 12 personas, en su mayoría de origen hispano, encontrara a Luis Posada Carriles inocente de los 11 cargos. Es increíble que un juicio que duró 13 semanas le tomara tan poco tiempo al jurado para hacer su veredicto.
A Posada Carriles se le juzgaba por fraude, perjurio y obstrucción. En otras palabras, se le juzgaba por mentir a las autoridades, no por los hechos que cometió. Al utilizar un pasaporte guatemalteco falso estaba cometiendo un delito, pero no lo juzgaban por eso. Lo juzgaban por haber mentido a los oficiales de inmigración al negar haber utilizado el pasaporte guatemalteco con su foto y un nombre falso.
Lo mismo ocurrió con las bombas que explotaron en instalaciones turísticas de Cuba, de las cuales se hizo responsable ante una periodista del New York Times y otra de la cadena de televisión Telemundo de Estados Unidos: el Gobierno no lo acusaba por ser el autor intelectual de las explosiones, sino de mentir cuando le preguntaron si tenía que ver con las mismas.
Es un triunfo indudable para los abogados defensores de Posada Carriles que lograron hacer creer a los 12 miembros del jurado que su cliente no mentía cuando mentía, y también es un triunfo innegable para la ultraderecha cubanoamericana de Miami al tener libre en la calle a uno de sus «héroes» preferidos.
Todos los que hemos seguido el juicio que se estaba llevando a cabo en El Paso, Texas, pensábamos que las pruebas contra el acusado eran irrefutables y que, por lo menos, dos o tres años iba a cumplir en la cárcel. Pero no fue así.
Tengo que aceptar que me equivoqué, como también me equivoqué con el juicio que se llevó a cabo, aquí en Miami, contra los cinco antiterroristas cubanos acusados de espionaje por las autoridades de este país y los cuales, no solamente fueron hallados culpables, sino que fueron sentenciados a largos años de prisión: en el caso de Gerardo Hernández, a dos cadenas perpetuas, más 15 años; a Ramón Labañino, a una cadena perpetua, más 18 años; y a Antonio Guerrero, una cadena perpetua, más diez años.
Por lo que se probó en el juicio, quienes debieron ser encausados en aquella ocasión fueron los testigos que allí se presentaron y no los cinco jóvenes cubanos.
Con la absolución de Posada Carriles se vuelve a demostrar que la justicia norteamericana es, en muchas ocasiones, injusta. Un buen abogado, una fiscalía torpe y una jueza ambivalente y permisiva pueden hacer maravillas en una corte de justicia de este país y más, si el juicio tiene que ver algo con Cuba.
Hasta la saciedad se ha demostrado que Posada Carriles fue el inventor de la idea de poner las bombas en la Isla. Los centroamericanos que están allá presos lo han identificado como la persona que los reclutó, los entrenó y les pagó por sus actos terroristas. Posada declaró públicamente que él había sido el autor de los mismos e, incluso, ante la tragedia de un turista italiano que murió en uno de esos actos, declaró que el turista estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado.
De todas formas y por las razones que fueran, el Gobierno norteamericano no lo estaba acusando de esos hechos, sino de haber mentido sobre los mismos. De haber mentido fue encontrado inocente Luis Posada Carriles, el «héroe» de la Calle Ocho de Miami, el titán de la ultraderecha cubanoamericana.
Los jóvenes cubanos que buscaban evitar que se cometieran actos terroristas en Cuba, están cumpliendo largas condenas en las cárceles de Estados Unidos; los que cometieron los actos terroristas, muertos de risa en las calles de Miami, gozando de plena libertad. Como dijera Madame Roland, «Libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre».
*Periodista cubano radicado en Miami