«Madre es madre, aunque sea de vinagre», dice la rima refranera. Y cuando observo al malcriado Marruecos durmiendo tranquilo en el regazo materno de la Unión Europea (UE) —que a veces regaña, pero que lo ama entrañablemente—, aprecio que la sabiduría popular da en el clavo más que lo que se cree…
Según se conoce, el «nené» estuvo sembrando el terror a principios de noviembre en un campamento saharaui en las afueras de El Aaiún, la capital del Sahara, ocupado desde 1975. ¿Y cómo ha reaccionado «mamá»? Pues… muy apaciblemente. Una resolución del Parlamento Europeo «condenó» los incidentes, pero no mencionó al autor de estos (parece que los saharauies se masacraron y torturaron ellos mismos), y la Comisión Europea firmó la pasada semana varios acuerdos (en materia de agricultura, pesca, comercio, etc.) con el reino de Mohammed VI, todo bien ordenadito, como corresponde a las relaciones del bloque comunitario con un país que posee hace dos años el «Estatuto de Asociación Avanzada».
Solo de pasada, la UE «lamentó» en abstracto la pérdida de vidas en El Aaiún, y llamó a ambas partes a buscar «una solución política justa». Como si en la clásica pelea de león contra mono amarrado, hubiera que decirle a este último que «coopere».
Así, y para ponerle punto final al asunto, otra fuente de alto rango fue mucho más clara y sincera: «Ningún suceso va a alterar la relación que tiene la Unión Europea con Marruecos». Eso, por si hubiera alguna duda de por dónde viene la cosa.
Llama la atención el papel de rehén que a veces pareciera desempeñar Bruselas respecto a Rabat. El régimen marroquí puede hacer lo que le plazca, que no recibe jamás un cocotazo aleccionador, ni una «posición común» de los 27 para ponerlo en el lugar exacto que le corresponde: el de «ilegal potencia ocupante del Sahara Occidental». En la propia El Aaiún hay un sitio tenebroso, conocido como la Cárcel Negra, donde la tortura y el hacinamiento compiten por ver quién deja más maltrechos los cuerpos y las mentes de aquellos que traspasan el umbral y, como en la obra del poeta florentino, «dejan atrás toda esperanza». ¿Alguien se escandaliza por eso?
Marruecos no solo campea, sino que desafía a sus bienhechores: en los sucesos de El Aaiún, una de las víctimas fue un ciudadano europeo, español por más señas: Babi Hamday Buyema. El hombre, técnico en fosfatos, viajaba en un ómnibus de su empresa, que fue interceptado por los militares marroquíes. Estos le ordenaron apearse, y al hacerlo, un vehículo le pasó por encima, dio marcha atrás, ¡y volvió a atropellarlo! Las imágenes le han dado la vuelta al mundo…
¿Alguien ha escuchado la reprobación de algún Gobierno en particular contra los ejecutores de tan patente crimen? No, ni yo. Es más: luego de que el Congreso de los Diputados de España emitió una resolución que instaba a su Gobierno a exigir responsabilidades por la barbárica acción del ejército marroquí en el campamento mencionado, el Parlamento del reino alauita pidió «revisar» las relaciones con España por esa actitud «hostil e incomprensible».
Claro: el nené patalea porque sabe que, aunque dé la más espectacular perreta, mamá siempre lo perdonará. Es que la señora es la inconfesada víctima de un chantaje emocional, y ahí voy: el Estatuto de Asociación Avanzada, por el que Marruecos podría, en un futuro cercano, disfrutar además de una especie de «fondos de cohesión» (los que la UE dispensa a sus nuevos miembros para elevar el nivel de vida de sus poblaciones y lograr cierta equiparación con las de los más viejos), tiene un particular énfasis en una materia: la inmigración ilegal.
Sí: Rabat es un colaborador «eficaz» en la «organización de los flujos migratorios», toda vez que evita que a las costas europeas lleguen muchos más inmigrantes subsaharianos de los que arriban hoy. Luego hay que tenerlo contento, pues así como ahora «evita», si se pone bravo puede «dejar de evitar», y en las capitales europeas no causaría especial alegría una avalancha de africanos. Lo dicho: mejor que el niño sonría, y que aunque rompa algún mueble, no haya nalgadas fuertes.
«Ninguna travesura hará que deje de quererte, mi amor». «Lo sé, mamá; ¡eres tan dulce…!».