Ahora, mientras un balón domina al mundo gracias a los poderes de los «medios» —hoy más influyentes que nunca—; mientras muchos se enajenan al límite por goles y jugadas espectaculares, sería acaso prudente recordar que otros terrenos de la vida necesitan toda la atención posible para que la realidad no nos saque la amarga tarjeta roja.
No tengo nada contra el fútbol, venero ese deporte. De hecho, estas jornadas mundialistas, que a tantos niños y jóvenes han lanzado a improvisadas —y algunas peligrosas— canchas en la calle, me hacen recordar aquellos tiempos idílicos en los que vestía orgulloso el uniforme de los equipos de la Vocacional de Holguín junto a otros jugadores imberbes de «nombres» hilarantes como El Melón, Noide el Patú, Esmelso el Feo, Cartaya Exterminador, El Niche y Nelson el Curda.
Pero esbozo la primera idea porque con tal fiebre de balompié a algunos puede habérsele olvidado que la fiesta de Sudáfrica termina el día 11; y que, por ejemplo, hace unas horas rompió oficialmente el verano en el país, etapa complicada que presupone, hablando futbolísticamente, numerosas jugadas en el área chica y las posibles faltas o manos, provocadoras de penales.
Es casi quimérico describir cuántos «corre corre», cuántos malabares logísticos, cuántas tensiones viven en Cuba las autoridades responsables de garantizar a las multitudes un período vacacional con opciones y con aseguramientos.
Conozco a medias esas tensiones porque en estos días he participado en «reuniones del verano» en mi provincia, Granma, y me impresionan los detalles que se manejan tras los telones públicos: desde el mantenimiento a tiempo de una colosal fábrica de helados, el envío de pipas de agua a una entidad cuya turbina colapsó, hasta la posible solución a la falta de neumáticos en una empresa encargada de transportar productos a la población. Así, supongo, debe ser en todos los territorios.
Sin embargo, poco valdrían esos esfuerzos si en la base, allí donde el de a pie debe chocar con la bola (o el balón), se produce uno de los famosos laberintos veraniegos, aquellos en los que parece predominar determinado remolino en la cotidianidad y no asoman árbitros en el medio campo ni tampoco bajo los tres palos.
Hace años una colega espirituana contó en estas propias páginas que en la etapa estival salió una tarde a resolver problemas que la obligaron a visitar varias oficinas y regresó a casa sudorosa, sin nada en las manos, porque en casi todos los lugares los empleados, estimulados por la novela vespertina y por el recreo que entraña el verano, se habían ido o estaban «fuera de juego». Aquella no resultó una experiencia única porque otros la vivieron.
Ahora, mientras el Mundial encandila, tal vez sea oportuno recordar que en el verano el corner debe ejecutarse con mucho más cuidado porque las esquinas se llenan y son más los que quieren cabecear, más los encontronazos a campo abierto, ya sea por los tragos para ahogar el calor o por mayor necesidad colectiva de practicar el juego aéreo. Y son mayores las complejidades en las carreteras, las áreas de baño, las fiestas populares...
Ahora, cuando el planeta delira apostando por un equipo campeón el próximo domingo, quizá resulte pertinente tener en cuenta que otros hechos grandes o pequeños acontecerán a nuestro alrededor y que ninguno debería encontrarnos distraídos, con la defensa dormida o los delanteros encasquillados.
Quizá sea apropiado remarcar que la vida sigue, rica en todos sus matices, más allá de un balón; y que el peor error estaría en hacerle una finta a la realidad diaria porque nos quedaríamos, infelizmente, sin pelota, de espaldas al campo.