Hace 12 meses desfiló por estas mismas páginas el relato de un cliente que, desesperado por encontrar un regalo en una fecha marcada del almanaque, pasó una extraordinaria odisea.
Decían aquellas líneas que el hombre fue de tienda en tienda con más entusiasmo que con recursos en los bolsillos, agobiado por el calor de un junio que parecía hermano de agosto.
Y pronto notó, en su ir y venir, en su sube y baja, que tal vez no podría homenajear al ser querido con el regalo pensado a priori. Pero eso no perturbó a aquel individuo optimista porque a fin de cuentas el amor no nace de volátiles regalos de un día, sino de una constante llovizna de gestos, palabras… detalles.
Lo que le sacudió el cerebro y el corazón al ciudadano fue ver en casi todos los comercios unos estuchitos con letreros pomposos tras las vidrieras: «Oferta especial».
No hace falta una Maestría en Regalología para saber que lo «especial» es sinónimo de único, excepcional, irrepetible, extraordinario, diferente, original, nuevo, magnífico, admirable, impresionante, deslumbrante, hermoso, en fin… el mar. Sin embargo, nada de especial tenían aquellas ofertas de productos «convoyados» y ya envejecidos tras los mostradores.
En ese regalo especial se unían forzosamente, por ejemplo, un pañuelo con un perfume al que nadie le «hace swing» durante meses; o un par de medias con una crema de afeitar ya con barbas de tanto tiempo en los estantes.
Creyó aquel cliente que su historia, a la cual nadie le dio respuesta hace 12 meses, no se repetiría más tarde. Tremendo error.
Porque después observó y palpó en otras fechas importantes
—Año Nuevo, 14 de febrero, Día de las Madres…— otras ofertas «especiales», que casi se mofan de esa palabra. Vio, por ejemplo, botellas de esos rones superfuertes mezcladas con ¡paqueticos de peter!, o perfumes nubosos para mujeres u hombres «atados» a las mencionadas cremas ancianas para así obtener un producto especial de «veintipico» de CUC. Una bobería.
No se precisan más ejemplos reales porque acaso alguien fuera de esta agua pudiera creer que le están tomando el pelo. Estos bastan para volver a formular preguntas parecidas a las de junio pasado:
¿Cómo es posible que sea «especial» algo que no se vende durante semanas y semanas y adquiera esa categoría solo porque se presupone que la necesidad llevará a comprarlo? ¿Por qué lo «especial», aunque sea lo mismo de todos los días, no admite una mínima rebaja de centavos en su precio original? ¿Cuán imposible es concretar, al menos para fechas como estas y al margen de conocidas coyunturas económicas, ofertas al menos útiles en la vida diaria?
Jamás será especial lo que, fechas después del día acentuado, se mantiene en las vidrieras con el mismo cartel, anacrónico ya, porque supuestamente fue concebido para un homenaje. Jamás será especial lo que desfavorezca al cliente, aunque nazca con la mejor de las intenciones y con la más especial de las inocencias.