Si desde la antigüedad se hubieran publicado periódicos, Chipre hubiera sido noticia diaria. Que si llegaron los fenicios con mercaderías a precio de ganga, que si Alejandro Magno aporreó a los persas, que si Ricardo Corazón de León se casó en un castillo de la isla antes de coger un avión, ¡es decir!, una barca, y partir rumbo a Tierra Santa…
Por estos días también hay noticias, y no se puede decir que buenas, con la victoria alcanzada por el primer ministro Dervish Eroglu en los comicios presidenciales celebrados en la República Turca del Norte de Chipre (RTNCh). «¿Y qué país es ese», preguntará más de uno. Explico, explico.
Se trata de una porción del territorio de la isla (el 32 por ciento), invadido por tropas turcas en 1974, cuando las autoridades de Ankara vieron el peligro de que el golpe de Estado acontecido en la República de Chipre diera paso inmediatamente a la enosis, a saber, la unión de toda la isla con Grecia —el histórico «coco» para Turquía—, lo que podría haber perjudicado a la minoría turcochipriota.
De entonces acá, varios han sido los intentos de llegar a un acuerdo que acabe con la división local. Los más serios comenzaron en septiembre de 2008, con reuniones periódicas entre el presidente de la República de Chipre, Dmitris Christofias, y el de la RTNCh, el moderado Mehmet Alí Talat. La idea era lograr un Chipre reunificado, organizado en dos comunidades y regiones con amplios poderes, y bajo un único gobierno central.
Ahora, sin embargo, con la victoria del nacionalista Eroglu (obtuvo el 50 por ciento, frente al 42 de Talat), el árbol cruje y amenaza con ir abajo, pues el hombre no simpatiza con la reunificación, sino con la «soberanía» de la RTNCh, hasta hoy no reconocida por ningún país, a excepción de Turquía, que la mantiene económicamente y que cuenta con 35 000 efectivos allí.
Ahora bien, ¿por qué los turcochipriotas eligen a este señor? ¿No se dan cuenta del callejón sin salida al que podría conducirlos? No, no es necesariamente vocación suicida, sino que se sienten traicionados por la Unión Europea. En 2004, ellos votaron a favor del plan de reunificación propuesto por el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, pero los grecochipriotas lo rechazaron, y de todos modos el sur entró en el club comunitario.
Bruselas les prometió entonces a los primeros que, en lo que el palo iba y venía (es decir, en lo que se concretaba la reunificación), le daría ciertas ayudas económicas a la RTNCh, ciertas exenciones. Pero por lo visto, no cumplió, y los ahijados de Ankara se han hartado de las buenas maneras. El voto lo muestra.
Tampoco en Turquía están particularmente felices, pues de la solución al problema chipriota depende en buena medida su propia adhesión a la UE, proceso actualmente congelado. Sucede que, hasta que la UE no levante las restricciones a los turcochipriotas en materia de viajes y comercio, Ankara no reconocerá a la República de Chipre, y les prohibirá a sus barcos y aviones el acceso a puertos y aeropuertos turcos.
Luego, como Chipre, en su calidad de miembro de la UE, tiene potestad para bloquear las negociaciones de adhesión de un candidato, ¡lo hace! Y mientras el pollo sigue en la nevera, algunos como Francia y Alemania, que ven mejor para Turquía una «asociación privilegiada» antes que una membresía plena (variante que impulsan Gran Bretaña y España), no lo dicen, pero disimuladamente sueltan una sonrisita de satisfacción… «No hay apuro».
El dominó, como se ve, es complicado, se tranca… y a veces se juega lejos del Mediterráneo oriental.