El medio siglo de la Revolución Cubana fue el impulso para salir por calles y montes a intentar atrapar, en instantáneas, matices de nuestra realidad. Así nació Cincuenta veces Cuba, un ensayo fotográfico donde la bandera de la estrella solitaria es un emblema común y narrativo de la diversidad nacional.
La muestra no solo está dedicada al cincuentenario de la gesta sino también a aquellos fotoperiodistas que son imprescindibles y paradigmáticos en mi formación profesional y filiación con la Revolución. El viejo Salas y su hijo Roberto, Alberto Korda, Liborio Noval, Raúl Corrales, Ernesto Fernández, Jorge Oller Oller, Mario García Joya (Mayito), José Alberto Figueroa, Mario Díaz, Adalberto Roque y René Pérez Massola, entre otros muchos. Cada uno, enclavado en su tiempo, nos lega imágenes de banderas que, a su vez, no son más que otras maneras de ver cómo los hijos de esta Isla se representan a Cuba.
Y claro, es imposible que mi ensayo gráfico se aparte de esos sentimientos. La mayor satisfacción que me brindó hacer esta, mi mirada en instantáneas, fue la oportunidad de convivir con los cientos de personas que interactuaron con ella. Regocijo más intenso que escuchar las diferentes críticas, a favor o en contra de la obra, resultó la oportunidad de ver cómo muchos de mis compatriotas encontraban, entre todas las fotos, su propia bandera y profesaban espontáneas muestras de identidad. Los valores estéticos y técnicos de cada fotografía se trasmutaban entonces en instantes amados, de orgullo por la enseña.
Jorge Enrique Rodríguez, un joven escritor, apasionado por su tierra, escribió que su bandera «milita desde el sentido de tradición, pero no desde esa tradición oxidada e involutiva, sino desde esta que es sinónimo de Revolución, de dialéctica, que condiciona la asunción de los códigos que nos distinguen, leales a las esencias».
Con especial agrado recuerdo en la muestra a una pequeña de unos siete años que, sobre los hombros de su padre, le pidió que le hicieran una bandera; a un joven moreno, de camiseta con letras doradas Dolce & Gabbana y tenis Converse, que preguntaba afanoso por el autor para pedirle una foto y colgarla en su cuarto, porque siempre quiso tener una bandera cubana, pero «en ningún lado las encuentro en moneda nacional». Fernando Martínez Heredia, uno de nuestros más lucidos intelectuales, ha alertado en varios espacios sobre la lucha cultural e identitaria a que nos enfrentamos los cubanos, y en la que «habrá que ser creativos y no solo resistentes para salir adelante sin perder la nación ni la manera de vivir más justa y humana que se ha conseguido».
Esta señal del filósofo, en un ensayo fechado en 1994, y la sapiencia de mis compatriotas en sus comentarios durante la expo, me llevan a una de las ineludibles urgencias de todos, y en especial de nosotros los jóvenes, para el presente y futuro del 2010 cubano: salvaguardar como pan del alma, a cualquier costo, los símbolos que nos unen. Íconos que nos demandan cada día reasumirlos en el pálpito de la originalidad patria. Hay que plantar bandera.