Muy pocos de mis compatriotas necesitarán que uno les defina el signo de esta etapa: la restricción. Más bien podrían replicarme con esa popular fórmula: «¿Nos lo dice o nos lo pregunta?». Lo digo, cierto. Pero quisiera preguntar, en cambio, si estamos asumiendo recta y no torcidamente las perturbaciones de los tiempos. Quizá varios empleados de un encristalado banco ahora sin climatización parte del día, o cualquier dependiente de una también hermetizada tienda —trabajadores que ya a media mañana han soltado con el sudor casi toda su capacidad productiva en la jornada— me miren con ojo ladeado y comenten: adivine...
Pero el periodista ha de abordar el tema sabiendo que sus conciudadanos conocen las restricciones de la piel hacia adentro, y que el enfoque semanal del columnista no puede evadir la realidad del país bajo el riesgo de ser desleal si elige hablar de las mariposas. Mejor sería comunicarle al director del periódico: Este viernes guardo silencio; es más digno. Por lo tanto, me arriesgo a escribir. Y cuando pregunto si estamos asumiendo con rectitud, con sentido político, los efectos de las restricciones, también me refiero a que sepamos valorar que la restricción no es sinónimo de ahorro, para impedir que este manoseado concepto se nos plante delante como una visión tenebrosa, de modo que sigamos oscilando entre el derroche y el recorte.
Cuando digo asumir con actitud recta, política, este período restrictivo, me estoy refiriendo a admitir que cuantos lo han decidido no actuaron por capricho, sino por imperativos de la situación externa y su relación con lo interno. Tenemos un mínimo de información, aunque no me parece suficiente para entender cabalmente cuanto pasa. Pero algo sabemos. Y por lo tanto uno ha de creer que vivimos de nuevo una etapa traumática. ¿Hasta cuándo? No lo sé. Y no creo que me corresponda calcularlo. Ahora lo que sí considero mi deber es recomendar que veamos este tiempo desde los pisos más altos de la conciencia. La política, incluso para los que somos objeto de sus beneficios o perjuicios, tiene que asumirse como la combinación de venturas y desventuras cuando un ideal nos junta y nos dibuja nuestro camino como pueblo.
Ahora bien, si Cuba no es responsable de la crisis mundial —cosa comprensible— sí lo es, por el contrario, de sus crisis como país y sociedad. ¿A quién atribuir entonces las deficiencias que lastran, deterioran, retrasan el mejoramiento de la obra de la Revolución? No me parece atinado culpar al desbarajuste del mundo, que influye desde luego, pero que no tiene ninguna participación en que nuestros campos sigan hospedando el marabú, y se retrase la entrega de tierras, y que todavía insistamos en fórmulas ya desacreditadas para resolver la productividad, la eficiencia, la eficacia, la efectividad de nuestra organización económica. Quizá no sea muy loco decir que los efectos de la crisis mundial en nuestro interior, los empezaremos a disminuir desde dentro, no solo con recortes en el consumo.
Parece elemental. Y sin embargo lo elemental, en cierta práctica improvisadora, es lo que menos se tiene en cuenta. Y por ello parece oportuno repetir que si es preciso recortar el gasto, hemos de hacerlo para sobrevivir. Pero no resultaría atinado afirmar que lo que no gastamos por dictado de la restricción es dinero o recurso ahorrado. Lo sería si no tuviéramos que sacrificar la solución de una necesidad.
Ahorrar, pues, nunca será restricción. Ahorrar es sinónimo de esa palabra tan mentada y tan escurridiza en el minuto de su concreción: eficiencia. Ahorrar equivale a actuar de manera racional, dialéctica, previsora. Por ejemplo, donde hay diez vehículos, si el cometido se cumple con cinco, el resto es gasto superfluo. Y si con dos luces y con una temperatura media o mínima se genera un ambiente apto para laborar, pues eso es ahorro. Y ahorro es lo demás que sabemos y que se relaciona con el gasto imprescindible para que todo, desde una máquina hasta una oficina, funcionen en la normalidad promedio.
Termino. Hubiera querido insistir en que ciertas restricciones son a la larga más costosas. Y ya solo me queda espacio para recomendar que pensemos en esta idea. Si pensamos, tal vez ciertas medidas en sitios como hospitales, por ejemplo, dejarían de tener un efecto contradictorio...