La naturaleza es sabia y Jigoro Kano lo vivió. El inventor del judo descubrió las esencias de su arte marcial en un paseo de invierno. Absorto en los árboles, el maestro observó cómo las ramas delgadas se inclinaban ante la presión de la nieve y enseguida retomaban la posición anterior. En cambio las más robustas perecían. Soportaban el peso de los elementos para al final quebrarse en un chasquido de muerte.
Aquel día la naturaleza le demostró a Jigoro Kano las ventajas de ser flexibles con el medio. Este es un viejo principio, percibido por las civilizaciones antiguas, pero sepultado ante los empujes de cierta modernidad, más preocupada por imponer la fuerza de la tecnología que por descubrir la armonía con el entorno.
Esto tiene su expresión en construcciones no adaptadas al trópico cubano, por citar un ejemplo. Inmuebles pensados para naciones de clima frío son llevados a nuestro ambiente para convertirse en verdaderas saunas en ciertos horarios del día. En consecuencia el gasto energético por alumbrado y refrigeración se dispara, entre otras causas, por no haberse logrado una integración con el medio ambiente.
Ese conflicto vuelve a palparse por estos días, en los que el ahorro se vuelve una ur-gente necesidad para el país. La Revolución Energética no puede verse como una simple sustitución de tecnologías —como algunos pudieran pensar—, sino como la búsqueda de las soluciones posibles para lograr una mayor eficiencia en la sociedad. Por ello resulta incongruente continuar pensando o construyendo edificaciones con principios insostenibles.
Eso lo vivimos a cada momento. Cerca del mediodía, en una oficina pequeña, una compañera intentaba aliviar el calor con un ventilador agónico. El pobre artefacto ya no emitía fresco sino un vapor espeso. Es que el local entero se encontraba diseñado para convertir el verano en martirio. La altura de sus paredes era baja, el techo —de canalones, por demás— se hallaba próximo y por lo tanto no existía el espacio suficiente para que la conversión térmica aireara la habitación por sí sola.
¿Cuántos kilowatts pudieron ahorrarse de haber concebido una oficina o cualquier edificación con un diseño diferente? En los días del huracán Ike, JR publicó un artículo del doctor Antonio Núñez Jiménez en el que señalaba cómo en las construcciones cubanas se obviaba el legado histórico de construir viviendas con ventanales amplios y un puntal alto para aprovechar los beneficios de la brisa.
Esa tradición, oriunda de España y cuyo origen está en la cultura árabe, contrastaba con la tendencia a erigir edificios de paredes gruesas y «blindados» con ventanales de cristal, pensados para climas fríos. Al recibir el calor del trópico, los inmuebles se convertían en una caldera y sus usuarios se veían obligados a echar mano a los ventiladores y aires acondicionados. Aun cuando no lo desearan, esas personas estaban condenadas al despilfarro.
Lo paradójico es que esa sostenibilidad ambiental, que permitiría ahorrar cuantiosos recursos, encuentra obstáculos para expandirse en la sociedad. A los arquitectos de la comunidad, por citar un caso, no se les otorga el papel relevante que debieran tener y no acaban de convertirse en los agentes de cambio. Así los ciudadanos, al no tener otro patrón de referencia, continúan levantando casas que reproducen en mayor o menor medida el «chalet» de estilo moderno, un modelo arquitectónico surgido aproximadamente a inicios de la década de los 50 e importado de países menos calurosos que el nuestro.
Otro tanto pasa con arquitectos e ingenieros. En no pocas oportunidades sus opiniones son soslayadas, al tiempo que esa búsqueda de la armonía con el medio ambiente no se hace presente en el proceso inversionista. El resultado es una serie de construcciones concebidas para el aire refrigerado a tiempo completo y no para determinados momentos del día. Ahí, en la búsqueda de la armonía entre las virtudes de la naturaleza y nuestra propia seguridad energética, el país tiene una asignatura pendiente. La que debiera aprobarse, porque representa una oportunidad grande para mejorar. No dejemos que se escape.