La iniciativa que continúa impulsando la UJC para fomentar la visita a sitios históricos ratifica cuánto debemos aprender aún sobre nuestras luchas. Un número significativo de compatriotas —jóvenes, sobre todo— parecen creer que la secular epopeya cubana por conquistar primero y consolidar después su definitiva independencia se limita a un animado de Elpidio Valdés.
Realmente, los niveles de desinformación acerca del pasado y el presente de la Isla indómita resultan en ocasiones poco menos que desproporcionados con los esfuerzos que se realizan por incrementarlos. Concitan a preguntar: ¿acaso los maestros y profesores no les están dedicando a esos temas la meticulosidad necesaria? ¿O será que la motivación de tan medulares asuntos se ha relegado —con o sin intención— en beneficio de especialidades más contemporáneas y carismáticas, como la computación? Valdría la pena interesarse por esto. Y situar las cosas en su lugar.
Tengo a mano un ilustrativo ejemplo. La hija de un colega goza entre parientes y amigos de merecida fama de «filtro» en cuestiones de informática. También se ha granjeado popularidad por saberle un mundo y hablar con fluidez la lengua de Shakespeare. Sin embargo —¡ay!— se enreda lastimosamente cuando le piden explicar las circunstancias en que el Mayor General Vicente García incendió Las Tunas comenzando por su propia casa, y no acierta a decir el nombre de la legislación que le entregó al campesino cubano la propiedad de la tierra.
Se trata de una muchacha con una sólida preparación. Incluso, graduada con felicitaciones y Título de Oro en una exigente facultad universitaria. Maneja con soltura el teclado y domina varios programas informáticos, pero es incapaz de dar un click en la carpeta de nuestras memorias. Se sabe la letra en inglés de las principales canciones del hit parade internacional, pero no puede cantar en español una oda a su propia historia. Conoce la casa ajena y anda a ciegas en la suya. Resumen: impecable puertas afuera y lamentable puertas adentro. ¡Vaya paradoja! Así es imposible establecer de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Diversas reuniones juveniles —entre ellas el último congreso de la FEEM— han abordado con hondura el tema. Y han concluido en que conocer la historia patria deviene, además de imperativo cultural, formidable arma ideológica para entender el presente y proyectar el futuro desde el pasado. Quizá algunos de quienes imparten hoy la especialidad no hayan captado aún la sugerencia en toda su dimensión. Porque, ¿cómo entender que egrese de cualquiera de las enseñanzas un mediocre en esa básica y medular materia?
Conocer la historia de Cuba no es cuestión de recitar de carretilla los nombres de las tres carabelas de Cristóbal Colón. Ni de describir con pelos y señales el sitio preciso por donde desembarcó el yate Granma. Es tener posesión de lo que nos define como nacionalidad y saber qué ideas y qué seres humanos las hicieron posible. Significa razonar más que memorizar. Es conocer, además, la historia local desde el instante mismo de su fundación, la biografía de sus héroes y mártires, los principales combates escenificados en su territorio, el camino por delante... Reitero: saber de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Con este verde caimán fracasa aquello de que una nación sin historia es como un árbol sin raíz, porque las nuestras están firmemente asidas a importantes páginas de heroísmo y ética no solo en el campo de batalla, sino también en el de las ideas. Ignorar ese extraordinario legado —tanto por negligencia como por torpeza— le hace un flaco favor al ignorante. Aunque exhiba con orgullo en un sitio bien visible de su hogar un título universitario.
Visitar sitios históricos en un país repleto de historia es una manera de acercarnos a todo lo que se ha hecho en esta Isla para erigirnos como nación libre, soberana e independiente. Herodoto, el llamado padre de la Historia, legó a la posteridad una afirmación con auténtico sabor a profecía: «No llegará lejos quien no sepa lo cercano», señaló con la certeza de siempre. La alusión es obvia y viene al caso. Es un recordatorio a todos de que tenemos todavía en nuestro currículo una asignatura pendiente.