«Tenemos tanto dinero que no sabemos qué hacer con él. Los islandeses estamos obsesionados con comprar los últimos caprichos (...). Nuestros coches son todos nuevos. Viajamos por todo el mundo. La gente en el extranjero no sabe casi nada de nosotros, pero nosotros sabemos todo sobre ellos».
Tenía cierto sabor a paraíso esta Islandia así dibujada en un reportaje del diario español El País, de agosto de 2006. «El país más seguro del mundo» se titulaba, y mencionaba pródigamente las bondades de esa sociedad emparentada con los vikingos: más teléfonos celulares que personas, salarios envidiables, hospitales y escuelas gratuitos y de insuperable calidad, bajísima mortalidad infantil, agua caliente en todas las casas, gracias a las abundantes fuentes termales de esa isla volcánica, etcétera, etcétera.
Se trata de un Estado ubicado en el Atlántico Norte, a mitad de camino entre América y Europa, habitado solo por 313 000 habitantes —menos que los municipios de Centro Habana y San Miguel del Padrón juntos—, y que posee, según la ONU, el primer lugar en cuanto a desarrollo humano.
Sin embargo, a finales de 2008, un ángel bajó del cielo con una espada en llamas y largó a todo el mundo del Edén. De un ¡zaz!, los bancos comenzaron a quebrar, se esfumaron los ahorros de muchos trabajadores a punto de jubilarse, se perdieron miles de empleos, y el país quedó en bancarrota tal, que tuvo que pedir un préstamo del Fondo Monetario Internacional, y de Dinamarca, Noruega, Suecia, Rusia —incluso de Polonia— por valor de 5 000 millones de euros.
Causa principal de la caída fue la desregulación bancaria, aplicada desde 2001. El diario británico The Financial Times cuenta que, entonces, los bancos locales creyeron era tiempo de fiesta y pidieron cuantiosísimas sumas en la zona euro a bajo interés, para hacer grandes inversiones en Islandia y en el exterior. Pero instalada la crisis económica, cuando desde el continente cesaron los préstamos y se les comenzaron a exigir pagos —¡debían seis veces más que el Producto Interno Bruto islandés!—, no pudieron responder, y el gobierno debió intervenir...
Hasta donde pudo, claro, porque la ira popular lo echó abajo. Ante las protestas de miles de ciudadanos, el 27 de enero los conservadores del Partido de la Independencia dejaron el poder en manos de la Alianza Socialdemócrata, y habrá elecciones el 25 de abril para ver quién queda en posesión de la papa caliente.
Sí, porque todas las flechitas marcan hacia abajo. El PIB decrecerá un 12 por ciento, el consumo interno, ocho puntos más; y el paro, inferior a un punto porcentual un año atrás, está en el 7,8 y subirá hasta el diez a finales de 2009, por lo que se espera que muchos islandeses —hasta ahora mayoritariamente empleados en las finanzas— se suban las mangas de la camisa para disputar puestos de menor nivel, antes reservados casi exclusivamente a inmigrantes.
¿Qué queda pues, en este desierto rocoso? ¡Eureka!: La Unión Europea, que podría servir de colchón para que el país no se parta la crisma en su aterrizaje sin alas.
La relación de Reykiavik con Bruselas tiene sus detalles. Islandia no pertenece a la UE, pero según explica la BBC, ya aplica dos tercios de toda la legislación comunitaria. De hecho —como mismo Noruega y Suiza—, es parte del espacio Schengen, que permite el libre tránsito de personas entre los países de la UE firmantes, sin controles fronterizos.
Entre los principales partidos, los socialdemócratas favorecen la adhesión, y también la piden los sindicatos, en línea con varias encuestas aplicadas desde finales de 2008, en las que se muestra entre un 60 y un 80 por ciento de partidarios del ingreso.
Las reticencias, no obstante, huelen a pescado. Y no es un decir. A las autoridades islandesas les interesaría mucho preservar sus potestades sobre la inmensa riqueza pesquera del país, contenida en 200 millas náuticas en torno suyo, y donde lo mismo les lanzan arpones a las ballenas, que levantan en redes casi dos millones de toneladas, entre bacalao, arenque, abadejo y otras especies.
Pues un balance tendrán que hacer en Reykiavik. La corona (moneda islandesa) ya no es de fiar para nadie, y el euro sería un refugio más seguro. Y si bien una hipotética entrada en la UE no implicaría la adopción inmediata del euro, ya de por sí la membresía y las perspectivas de adoptar dicha unidad monetaria pondrían una pala de arena para restaurar la confianza.
Bruselas, entretanto, espera que se lo pidan. El comisario de Ampliación, Olli Rehn, querría acelerar el ingreso de la isla para 2011. La República Checa, que preside la UE este semestre, lo acepta, y asimismo los suecos, que tomarán el relevo en julio. Para la revista británica The Economist, otra jota habrá que bailar cuando en 2010 sea el turno de España, cuyo objetivo de ampliar sus áreas de pesca puede hacerle más pequeña la puerta al nuevo invitado. De modo que a este le aconsejan prisa. Aplicar ¡ya!
Y darse cuenta de que el paraíso quedó atrás...