¡Toc, toc, toc, toc...tupm! ¡Radio Reloj da la hora...! Son las 12 de este amanecer de 14 de febrero y me siento más solo que una jutía en palo de monte. Día de los Enamorados en Cuba. Día de la Amistad y el Amor en muchas partes del mundo.
El locutor alude a los distintos husos horarios. Pienso que mientras unos nos acostamos, otros se levantan y puede ser esa la balanza del mundo para que nunca esté totalmente apagado. No puedo sustraerme a aquel curioso farolero, en su encuentro con El Principito, quien enciende y apaga constantemente el único farol mientras repite: Es la consigna. Y me niego a pensar que una consigna mueva al amor, sino la obra misma, construida por todos, en constante mutación hacia la flor o la estrella.
Como Vallejo, «Quiero escribir, pero me sale espuma». Es la voz de una mujer, desde la radio, quien me despabila en esta cita con mi musa que no llega. Habla de noticias mundiales. De diseñadores, en París, que proponen para este día chocolates en forma de tacones altos, sándwiches sonoros que dejan escuchar a Edith Piaf en Hymme à l’amour, o huevos verdes para celebrar la fecha. Dice, también, del horror de los mercados bursátiles ante la crisis y de cómo se han disparado los suicidios en pareja a causa de ello; del conflicto entre Gaza e Israel; de los horrores en Iraq, y pienso en cómo será el amor allí, este 14, cercado por los odios y los afectos; niños huérfanos y desposadas hechas viudas al instante, porque su amado se ha ido a la guerra, como si se tratara de un shop-suey agridulce donde la carne, refrita por la metralla, nos hace llorar ríos desconsolados hacia adentro.
Es, ahora, el hombre quien inclina la balanza al beso. Cuenta que en Santiago de Cuba, la tierra caliente, bajaron las temperaturas a 3,5 grados, pero el festivo corazón de los santiagueros no lo congela nadie. Que Cuba es la novia de los índices más bajos de mortalidad infantil en el hemisferio, compitiendo con países desarrollados del Primer Mundo. Que no hay cosa más excitante, en fechas como esta, que mezclar el chocolate con la cerveza.
Me abstraigo. Trato de pensar en la primera frase. Esa que define el latido de la crónica para instaurar el rito de la domesticación entre la zorra y el personaje de Saint-Exupéry, como debe ocurrir entre el lector y lo que escribo porque, como afirmara él, con toda la razón del mundo, «Soy responsable de mi rosa...».
En Costa Rica, funcionarios cenan ostentosos manjares, mientras hablan de la pobreza. El Salón Rosado de la Tropical anuncia un bailable con la Charanga Habanera. Todavía conmueve a muchos la muerte de la italiana Eluana Englaro, mantenida en coma vegetativo desde 1992. En el América, Omara, la diva del Buena Vista Social Club, ofrendará esta tarde su voz a los enamorados. Crece la cifra de muertos por incendio en Australia. Las mujeres más hermosas del carnaval de Río son transexuales, afirman los cables. Chávez llama a proteger el sueño de la integración regional bolivariana. Un nuevo gel vaginal podría contrarrestar la contaminación del sida. Robots programados serán los despiadados soldados del futuro, dice la AFP. Una rosa roja dentro de una copa de vino puede ser el mejor filtro en una fecha, como la de hoy, para amarrar al amante de por vida...
Y me cuestiono, entonces, si el amor «tiene anemia de besos,/ tiene cáncer de olvido/ y por si fuera poco, tiene ganas de morir...». No quiero ser una oveja, como la de El Principito, encerrada en una caja y mirando el mundo por un agujero estrecho. Quiero ser, como la canción misma, un corazón tendido al Sol al riesgo de una insolación perniciosa.
Amanece. Me lanzo a escribir, frenético, las primeras palabras. Me alumbran amores-amigos. Pienso en Carmen Luisa, tan cerca y tan lejos. En Julieta, tan lejos y tan cerca. Creo, como Arjona que, «sintiendo tantas cosas/ realmente no estoy tan solo...».