Un tiempo perdido. Es eso lo que han parecido estos últimos dos años y medio en Israel, desde que el primer ministro Ehud Olmert comenzó a regir los destinos del país, en enero de 2006. Porque, ¿qué ha hecho de memorable?
Nada digno: una agresión contra el Líbano bajo el pretexto de recuperar a dos soldados capturados por el grupo libanés Hizbolá, y que solo muy recientemente, mediante una negociación —como debió ser desde el principio—, fue que volvieron a casa. Regresaron en ataúdes, para mayor luto de millones de ciudadanos que no comprendieron por qué, si no estaba claro cómo conseguir la victoria, se había desatado una guerra que, en cambio, costó al país más de 150 vidas (las miles del lado libanés, a efectos internos en Israel, no cuentan...).
Livni y Olmert. Foto: Reuters Lo otro, por lo que Olmert aspiró a quedar inmortalizado, fue por la foto de un año atrás, junto con el presidente de EE.UU., George W. Bush, y el mandatario palestino Mahmud Abbas. La instantánea, muy semejante a otra en la que aparecían el gobernante israelí Isaac Rabin, el líder palestino Yasser Arafat y William Clinton, en los años 90, pretendía convencer al público de que «ahora sí» se iba a alcanzar un acuerdo-base para lograr la paz en Tierra Santa.
Once meses después, sin embargo, no hay nada en concreto. Lo único que podrá escribirse de Olmert sobre el mármol será un manojo de citaciones judiciales por casos de corrupción, que lo han presionado hasta llevarlo a presentar su renuncia al cargo hace una semana. Se va, y deja tambaleante al partido Kadima, fundado por el hoy durmiente Ariel Sharon, sin una buena nota que mostrar a los electores que un día lo examinarán.
¿Quién debe quedar al frente? Una mujer, la ministra de Relaciones Exteriores, Tzipi Livni, cuya fama de incorruptible le proporciona puntos a favor en un mundo, el de la política israelí, que no es precisamente el paraíso de la honestidad. De 50 años, la ex agente del servicio secreto, vencedora en los recientes comicios internos para dirigir el partido, es una persona que ha variado sus posiciones desde una derecha irreconciliable con la idea del Estado palestino, hasta el pragmatismo de entender que no se puede continuar dominando militarmente a un pueblo vecino, por el dolor de cabeza que implica para la potencia dominante.
Ahora, para convertirse en la segunda mujer que ocupa la jefatura del gabinete después de Golda Meir (1969-1974), Livni debe formar un nuevo gobierno en 42 días, y para ello explora posibles coaliciones. ¿Con quiénes tiene que habérselas?
Primeramente, hay que explicar que la Kneset (el Parlamento israelí) cuenta con 120 asientos, y que Kadima únicamente posee 29. El resto lo aportan los laboristas (19), el partido religioso sefardí Shas (12) y el de los jubilados (4), para un total de 64 escaños. Exigua mayoría, sobre todo cuando la derecha más ácida, el partido Likud, del ex primer ministro Benjamín Netanyahu, encabeza las encuestas de intención de voto, y si alguno de los que están en la alianza de gobierno patina, ¡pues todos a elecciones!
La posibilidad de que esto ocurra es muy real. Livni, por ejemplo, se ha mostrado a favor de devolver áreas de Jerusalén oriental a la Autoridad Nacional Palestina, que habrá de fundar allí la futura capital de un Estado palestino independiente. Así lo desea la comunidad internacional, y así lo refrendan resoluciones de la ONU —como la 242— que llaman a Israel a retirarse de esa y de otras zonas ilegalmente ocupadas en la guerra de 1967.
Pero si Livni sigue por esa línea, los políticos de Shas han anunciado que no les «cuadra el dominó», y harán caer al gobierno, al retirarle su apoyo. Típico caso en que, desafortunadamente, la política interna israelí es rehén de la ocupación ilegal de tierras árabes. El cazador es cazado.
Otro que amaga con la inestabilidad es el líder del Partido Laborista, el ex gobernante Ehud Barak, quien, por cierto, también ha hablado de la posibilidad de que algunos barrios árabes en Jerusalén pudieran convertirse en la capital de un Estado palestino. A él, actual titular de Defensa en el gobierno de coalición, se le ocurrió días atrás ir a charlar con Netanyahu, para hacerse el «imprescindible» a los ojos de Livni. Solo que, con una popularidad muy por atrás del jefe del Likud y de la nueva dirigente de Kadima, una convocatoria a elecciones anticipadas le caería como un vaso de agua helada después de tomarse un chocolate caliente. De modo que no habría que esperar sorpresas suyas.
Lo que sí pudiera preocupar a la Livni sería, precisamente, el escaso margen con que ganó las primarias frente al otro candidato, el ex general Shaul Mofaz. Solo 43,1 frente a 42 por ciento. Los números ilustran la división, la falta de confianza hacia ella, sin contar con que Mofaz proviene de los altos estamentos militares, y eso pesa en Israel, un país donde los generales ocupan altos espacios de la vida política aun después de jubilados, y donde la inmensa mayoría de los primeros ministros han vestido antes el uniforme. Entonces, ¿una mujer? Algunos se lo pensarán...
En fin, ya está en consultas. Esperemos y veamos qué trae de vuelta...