La costa de Louisiana amaneció el lunes 1ro. de septiembre con el huracán Gustav penetrando en Estados Unidos bien cerca de Nueva Orleans, apenas a tres años del Katrina —un monstruo Categoría 5 en la escala Saffir-Simpson que les llegó el 29 de agosto de 2005—, pero ahora en la ciudad permanecían pocas personas observando nerviosas y esperanzadas en que los diques, solo parcialmente reforzados, pararán las embravecidas aguas del Golfo de México, enfurecidas por los vientos de la tormenta Categoría 3, que asoló previamente el Caribe: República Dominicana, Haití y Jamaica —países donde dejó a su paso al menos 94 personas muertas— y Cuba, con incontables daños económicos también, pero sin que se perdiera ni una sola vida.
Mientras tanto, en St. Paul, Minnesotta, bien lejos de los tormentosos embates de la naturaleza, la Convención Republicana de John McCain amainaba la celebración de quien aspira a ser presidente del imperio, temeroso de que las aguas trajeran los lodos del Katrina, el dolor y la muerte provocada hace tres años por la negligencia de la administración de George W. Bush. El republicano no quiere de ninguna manera que lo asocien con sus socios de partido, aunque irremediablemente, en un rejuego de palabras y aludiendo a la pronunciación, le llamen ya McSame (en inglés se pronuncia aproximadamente Macseim, y el apellido del candidato republicano: Mackein), lo que pudiéramos traducir como «más de lo mismo» del bushismo, porque muchos de sus conciudadanos lo ven así.
Sin embargo, algo aprendió la población de Nueva Orleans y ahora, cerca de dos millones de personas abandonaron el sur de Louisiana, y decenas de miles las costas de Missi- ssippi, Alabama y Texas, previendo no quedar indefensos frente a Gustav, de menor fuerza que el terrible Katrina. En el Lower Ninth Ward, el de mayor sufrimiento entonces, solo el 11 por ciento de las familias que originalmente vivían allí antes del Katrina regresaron, pero las filas se formaron desde temprano el fin de semana en espera de los ómnibus que los llevarían nuevamente lejos de la ciudad. «No quiero ver otro Katrina, con los cadáveres flotando en las aguas», dijo Walter Parker, un guardia de seguridad que entonces quedó atrapado durante ocho días en su apartamento.«Yo vi ancianos flotando. Vi un cuerpo que venía hacia mí, un niño, flotando, y me hizo sentir enfermo», le comentaba a la prensa.
También aprendió algo el W., así que decidió no presentarse en la plataforma partidista este lunes y en alarde de «responsabilidad ejecutiva» voló a Texas para desde allí ver la situación. Hasta el secretario de Seguridad de la Patria, Michael Chertoff, le dijo a la CBS qué haría en este caso: «Planificación, preparación y movernos tempranamente».
A decir verdad, todavía los rastros de la irresponsabilidad con las vidas humanas pueden palparse. La agencia AFP aseguraba que unos 70 niños internados en el Hospital de Nueva Orleans permanecían en el lugar, 18 de ellos en estado grave, nueve operados recientemente, y comentaba: «cuesta imaginarse que puedan salir indemnes en medio de poderosos vientos y torrenciales lluvias para buscar refugio en otra parte». Las autoridades hospitalarias confían en que, a diferencia de hace tres años, ahora tienen generadores eléctricos y con autonomía suficiente para operar con ellos hasta 28 días. Este es uno de los lugares más seguros de la ciudad, dijo la jefa de enfermeras a la AFP.
La dolorosa memoria del Katrina está presente por su carga de muerte: 1 600 víctimas. El alcalde Nagin se siente seguro respecto a las posibilidades de enfrentamiento al fenómeno atmosférico: «Hombre, si nosotros tenemos recursos, podemos mover montañas». En las prevenciones ha estado la construcción de un dique de emergencia en la parroquia Plaquemines, al sur de Nueva Orleans, previendo la crecida del río Mississippi. Sin embargo, en la zona industrial, las imágenes televisivas mostraban las aguas del Golfo a punto de verter sobre las tierras bajas de la ciudad, aunque las olas eran de 10 a 15 pies de altura, cuando en el Katrina llegaron a 25 pies, rompiendo los diques que de antemano se sabían deteriorados. Apenas al entrar en tierra Gustav perdió fuerza y se convirtió, por suerte, en un Categoría uno.
Mientras lo peor de la naturaleza pasaba, en Nueva Orleans quedaban los problemas de la pobreza negra urbana, escondida a la vista de los turistas que solo visitan el barrio French Quarter, o simplemente engrosando la población desprotegida de otras ciudades adonde fueron a parar luego del Katrina. Muchos no podrán regresar nunca más porque lo que quedó de sus viviendas fue demolido, los precios de las casas subieron, aumentó el número de los sin casa, los trailers de la Agencia Federal de Administración de Emergencia (FEMA) recientemente fueron declarados violaciones de los derechos humanos por la ONU, decía el diario británico The Guardian, y a esta realidad se le llama, con razón, «limpieza étnica». Un reportaje de ese periódico recordaba las crueles palabras que dijera entonces el congresista republicano Richard Baker: «Finalmente limpiamos las casas públicas de Nueva Orleans. No lo pudimos hacer nosotros. Pero lo hizo Dios». La reconstrucción posterior ha «blanqueado» a la ciudad en su proyecto de «revitalización».
He aquí algunos datos que el sitio digital alternativo CommonDreams mostraba hace apenas una semana:
Número de apartamentos en construcción para reemplazar los 963 apartamentos de casas públicas demolidas en el Desarrollo Urbano St. Bernard: 0, y para reemplazar los 896 derribados en Lafitte: 10. Solo 82 casas fueron reparadas y estaban ocupadas en agosto de 2008 de un plan de 10 000. En total 10 000 casas fueron demolidas. Con razón el 32 por ciento de los vecindarios de la urbe tienen hoy menos de la mitad de los dueños de vivienda que antes del Katrina; el 81 por ciento de los dueños de casas no han recibido fondos para cubrir el costo completo de la reparación de sus casas y, sin embargo, los alquileres se incrementaron en el 46 por ciento. De forma que en Nueva Orleans viven bajo los puentes 12 000 personas, el doble previo al Katrina, en una urbe donde existen 71 657 casas desocupadas o en ruinas.
Y la lista sigue en estos términos y en aspectos tan sensibles como la educación, la salud, el empleo en una ciudad que perdió por el desplazamiento al menos 132 000 de sus vecinos originales.
Así están las cosas cuando el huracán Gustav sacude la costa, lanzando oleadas hacia los diques de esta ciudad bajo el nivel del mar. Por ahora, resisten las paredes que tienen menos altura que el muro que han construido en su frontera con México para impedir el paso de los emigrantes indocumentados. Por cierto, no se sabe exactamente el número de ellos que fueron a Nueva Orleans para trabajar en su reconstrucción como mano de obra barata, y ahora se quedaron en la ciudad por temor a ser deportados.
Las tragedias tienen muchos nombres y aristas...