Son los amos y amigos, por tanto, durante cinco años de guerra y ocupación han hecho y deshecho sin rendir cuentas. Se trata de los contratistas y del Pentágono, quienes olímpicamente han ignorado las reglamentaciones. Ahora, un reporte de auditoria sobre el extendido presupuesto de defensa para las operaciones en Iraq y Afganistán revela gastos no chequeados por miles de millones de dólares.
«Despierta América, no más guerras», es el alerta de estos manifestantes antibélicos en San Francisco. Foto: Wired El Departamento de Inspección General revisó contratos de defensa por 8 200 millones de dólares y resultó que más de 7 700 millones no podían ser justificados apropiadamente. Hummm...
Pero ahí no queda la cuenta. De acuerdo con el informe y las declaraciones formuladas ante un comité congresional por la subinspectora general, Mary Ugone, la falta de contabilidad de los fondos para comprar armas, vehículos, equipos de construcción y servicios de seguridad falló en el 95 por ciento de los estándares básicos.
Citada por la AFP la pasada semana, Ugone dijo que «estimaban que el ejército había hecho pagos comerciales por 1 400 millones de dólares que carecían de la más mínima documentación, un reporte de recibo, una factura, un vale certificado; y otros 6 300 millones abarcaban 27 pagos con igual incorrección en los requerimientos regulados.
Las anomalías abarcaban también 1 800 millones en activos iraquíes dados por el Departamento de Defensa de EE.UU. «sin absolutamente ninguna contabilidad», según afirmó el congresista Henry Waxman, presidente de un Comité de la Cámara de Representantes que debe controlar estos acápites. En ese caso «los investigadores examinaron 53 vales de pago y no pudieron encontrar ni uno solo que pudiera explicar adecuadamente adónde había ido el dinero», subrayó el representante.
Pero tampoco terminó ahí la lista de las irregularidades, a otros 5 000 millones de dólares, utilizados en apoyo de las fuerzas de seguridad iraquíes, tampoco se les pudo seguir adecuadamente la pista, y esto ya estaba detectado en otro informe del Inspector General en noviembre de 2007.
Cuando se suman estos importes da como resultado que el Departamento de Defensa de Estados Unidos es incapaz de rendir cuentas sobre unos 15 000 millones de dólares.
Una semana más tarde, este último jueves de mayo, la agencia AP traía nuevas informaciones sobre el caso, pero esta vez se daban las justificaciones: no eran suficientes los auditores de la Dirección de Inspección General para investigar los casos de corrupción y fraude allende los mares, especialmente en Iraq y Afganistán, donde los militares estaban empleando a contratistas para ayudar a las operaciones, por lo tanto, eran más vulnerables al fraude, el derroche y el abuso «minando la misión del Departamento».
Las agencias informativas no han mencionado ningún nombre de contratistas vinculados a este evidente negocio turbio, pero para nadie es noticia que uno de los más controversiales contratistas beneficiados del gran negocio de la guerra en Iraq es Halliburton, la empresa que justamente presidió Dick Cheney, el vicepresidente de Bush, hasta que asumió la autoridad del imperio desde su cargo en la Casa Blanca.
Mediante su subsidiaria KBR, la corporación texana monopolizó prácticamente los dineros procedentes de los gastos despilfarradores y la mala gestión.
Para dar una respuesta tardía a ese privilegio, criticado desde que comenzaron a dispensarse los contratos, ahora, solo ahora, el gran y prácticamente único contrato del Pentágono en Iraq ha sido dividido entre tres compañías, según publicaba hace apenas cinco días atrás The New York Times.
Sin embargo, anotaba el diario que el nuevo negocio con KBR, Fluor Corporation y DynCorp International, podría resultar en costos incrementados para los contribuyentes norteamericanos y todavía una debilidad mayor en el control por parte de los militares, además de ganancias superiores para el trío que lo pagado a KBR durante cada año desde el comienzo de la guerra.
Se trata de un contrato dividido entre tres para proveer comida, albergues y servicios básicos para los soldados estadounidenses, durante diez años, bajo el pago de 150 000 millones de dólares, una cifra realmente estremecedora, si se supone que Halliburton Company y la KBR que fuera su subsidiaria hasta hace poco, recolectó más de 24 000 millones de dólares desde el comienzo de la guerra.
Pero no es más interesante la cifra que la engañosa presentación del caso, puesto que pareciera que Fluor Corporation y DynCorp International son nuevas en esa plaza, cuando en realidad ellas también han sido bendecidas con jugosos contratos en guerra imperial, y no han estado exentas de las trapisondas de KBR.
Kellog, Brown and Roots, que ese es su nombre completo, cargó sus cuentas al Pentágono con 200 millones de dólares más de lo debido por comidas que nunca les sirvió a los soldados, dispensó agua contaminada a las tropas norteamericanas y, por demás, ha sido acusada por algunas de sus empleadas porque no las protegió de asaltos sexuales de sus coempleados.
Una simple frase dicha por el senador Byron L. Dorgan, un demócrata de Dakota del Norte, y publicada por The New York Times, serviría para sellar el pacto que de seguro llevará a nuevas expresiones del fraude y la corrupción que han caracterizado a la administración Bush, la del hijo: «Esto es solo otro verso en la misma vieja canción».