Durante la noche sabatina del 28 de mayo de 2022 en el estadio Saint Denis se produjo uno de los mayores performances deportivos de los últimos años: el portero belga Thibaut Cortois alcanzó el galardón de MVP en la final de la Liga de Campeones de la UEFA. Más que exaltar la imponderable contribución de Cortois —la más notable actuación individual en partidos decisivos de la Champions League— la prensa ponderó el éxito colectivo del Real Madrid en la máxima competición europea del balompié. Más allá de la concurrencia deportiva y financiera, la entronización del Real Madrid como equipo fetiche de buena parte de la afición, ha contribuido a la mundialización del espectáculo futbolístico que sigue sorteando con óptimos indicadores las actuales tendencias de patrocinios extraterritoriales y de transmisiones en streaming. De manera similar, en otras disciplinas deportivas como el béisbol, el fútbol americano y el baloncesto, la perdurabilidad de equipos estandartes ha contribuido a su éxito mediático y deportivo. Sin desconocer fenómenos recientes como la multipropiedad, el incremento de las casas de apuesta y la aplicación del fair-play financiero, conjuntos como Boston Celtics, Los Ángeles Dodgers o Tampa Bay Buccaneers continúan concitando la admiración planetaria. Aunque la mayoría de los aficionados identifica al juego ciencia como una disciplina esencialmente individual —e incluso marcadamente solitaria—, el ajedrez cuenta con una dimensión competitiva en la que el éxito colectivo es el factor determinante. Así como los conjuntos de béisbol eligen al mejor lanzador para los momentos decisivos del juego y las escuadras futboleras refuerzan el ataque o la defensa según lo exija la dinámica del partido, los equipos de trebejistas destinan los tableros de mayor responsabilidad a aquellos atletas cuyo temple sicológico y capacidad de cálculo marque la diferencia entre sus pares. En su 15ta. entrega, Jaque perpetuo recreará cómo las competencias por equipos han ganado un espacio ineludible dentro del calendario ajedrecístico. Así como las prácticas deportivas que han encumbrado a Michael Jordan, Diego Armando Maradona e Ichiro Suzuki, los aficionados al juego ciencia pueden vibrar con hazañas competitivas gestadas por múltiples protagonistas. Autor: FIDE Publicado: 20/09/2025 | 05:46 pm
Durante la noche sabatina del 28 de mayo de 2022 en el estadio Saint Denis se produjo uno de los mayores performances deportivos de los últimos años: el portero belga Thibaut Cortois alcanzó el galardón de MVP en la final de la Liga de Campeones de la UEFA. Más que exaltar la imponderable contribución de Cortois —la más notable actuación individual en partidos decisivos de la Champions League— la prensa ponderó el éxito colectivo del Real Madrid en la máxima competición europea del balompié.
Más allá de la concurrencia deportiva y financiera, la entronización del Real Madrid como equipo fetiche de buena parte de la afición, ha contribuido a la mundialización del espectáculo futbolístico que sigue sorteando con óptimos indicadores las actuales tendencias de patrocinios extraterritoriales y de transmisiones en streaming.
De manera similar, en otras disciplinas deportivas como el béisbol, el fútbol americano y el baloncesto, la perdurabilidad de equipos estandartes ha contribuido a su éxito mediático y deportivo. Sin desconocer fenómenos recientes como la multipropiedad, el incremento de las casas de apuesta y la aplicación del fair-play financiero, conjuntos como Boston Celtics, Los Ángeles Dodgers o Tampa Bay Buccaneers continúan concitando la admiración planetaria.
Aunque la mayoría de los aficionados identifica al juego ciencia como una disciplina esencialmente individual —e incluso marcadamente solitaria—, el ajedrez cuenta con una dimensión competitiva en la que el éxito colectivo es el factor determinante. Así como los conjuntos de béisbol eligen al mejor lanzador para los momentos decisivos del juego y las escuadras futboleras refuerzan el ataque o la defensa según lo exija la dinámica del partido, los equipos de trebejistas destinan los tableros de mayor responsabilidad a aquellos atletas cuyo temple sicológico y capacidad de cálculo marque la diferencia entre sus pares.
En su 15ta. entrega, Jaque perpetuo recreará cómo las competencias por equipos han ganado un espacio ineludible dentro del calendario ajedrecístico. Así como las prácticas deportivas que han encumbrado a Michael Jordan, Diego Armando Maradona e Ichiro Suzuki, los aficionados al juego ciencia pueden vibrar con hazañas competitivas gestadas por múltiples protagonistas.
MAGNOS EVENTOS
Con la misma expectación que la comunidad de amateurs del juego ciencia disfruta los ciclos clasificatorios al campeonato del mundo y la porfía por la corona de los trebejos, las Olimpiadas Mundiales de Ajedrez han conservado luego de 45 ediciones todo el prestigio que le otorga la afición ajedrecística. Casi a la par de lo que representan los Juegos Olímpicos para los eventos multideportivos, las Olimpiadas convocan con carácter bienal a los más notables profesionales del ámbito de las 64 casillas.
A lo largo de casi un centenar de años, las Olimpiadas de Ajedrez han tenido múltiples transformaciones en lo concerniente a la cantidad de equipos involucrados, formatos de competencia y sistemas de desempate. De la fórmula round robin (todos contra todos) vigente hasta la 7ma. Olimpiada de Estocolmo 1937, se implementó en Buenos Aires 1939 —la primera edición con más de una veintena de equipos— una fase clasificatoria en la que los conjuntos más potentes pugnaron por acceder a la Final A. Esta modalidad competitiva prosiguió desde Helsinki 1952 hasta la 21ra. Olimpiada Niza de 1974, lapso en el que la Unión Soviética ocupó invariablemente la posición de honor. A partir de Haifa 1976, hasta la más reciente edición de Budapest 2024, la competencia se ha regido por el sistema suizo, que permite emparejar en un número razonable de rondas a casi 200 naciones.
Desde la introducción del jugador suplente en Hamburgo 1930, los equipos de la Olimpiada pueden alternar a sus cuatro tableros titulares con los suplentes designados para disputar un número determinado de rondas. Aunque la alineación de los equipos respeta en la mayoría de los casos el orden de fuerza de los jugadores, determinados capitanes han optado por colocar a sus principales cartas de triunfo en tableros inferiores en aras de garantizar puntos «seguros» y conferirles a estos atletas el chance de pugnar por una medalla individual.
Hasta la Olimpiada de Turín 2006 prevalecían en los criterios de desempate los «puntos naturales» obtenidos de la sumatoria de las victorias y empates que alcanzaran cada uno de los tableros. Fue en la 38va. Olimpiada de Dresde 2008 que se comenzó a aplicar el sistema de los puntos de matchs, que implicaban un resultado equilibrado a lo largo del torneo y restaba importancia a las «barridas» (victorias 4-0) ante equipos menos potentes. Esta decisión de exaltar el resultado particular entre las naciones que pugnaban por los primeros puestos, dotó a las sucesivas Olimpiadas de una intriga in crescendo, casi siempre irresuelta hasta las últimas rondas competitivas.
Desde que Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a pugnar en la década de 1950 por la supremacía del juego ciencia, las Olimpiadas fueron escenarios ideales para sopesar la fuerza de ambas potencias deportivas. Salvo la edición de Buenos Aires 1978 en la que fueron destronados por una notable selección húngara, los soviéticos presentaron imponentes Dream Teams en los que alinearon jugadores de la talla de Mijail Botvinnik, Tigran Petrosian, Paul Keres, Mijail Tal, Boris Spassky, Leonid Stein, Vassily Smyslov, Viktor Korchnoi, Anatoly Karpov y Garry Kasparov.
Entre los principales cambios organizativos en Olimpiadas Mundiales, está el registrado en Novi Sad (Yugoslavia) 1990 en la que se permitió que la nación anfitriona presentara tres equipos en la competencia. Han sido múltiples los resultados fuera de pronósticos obtenidos por estos conjuntos-franquicias, como el tercer lugar en Moscú 1994 de la selección Rusia 2—encabezada por el Gran Maestro Alexander Morozevich—; y la medalla de bronce de India 2 en Chennai 2022, en cuyas filas se encontraba el futuro campeón del mundo Dommaraju Gukesh.
Ya desde Haifa 1976 se organizan de manera simultánea las secciones Abierta y Femenina de las Olimpiadas de Ajedrez. Hasta la edición de Dubái 1986 las jugadoras soviéticas emularon el éxito competitivo de sus pares masculinos, entre las que descolló la trebejista georgiana Nona Gaprindashvili, en cuyo honor fue creada en 1998 la Copa Gaprindashvili, que recompensa a la nación de mejor resultado integral en ambas secciones competitivas.
Entre los jugadores sin distinción de sexo que mayor impacto han generado en sus incursiones en Olimpiadas Mundiales, sería imperdonable omitir a Judit Polgar. La Gran Maestra húngara, quien primero formó parte junto a sus hermanas Susan y Sofía de la escuadra que desbancó del sitial de honor a las todopoderosas soviéticas en Tesalónica (Grecia) 1988 y Novi Sad 1990; y, posteriormente, por integrar el equipo absoluto de Hungría con el que obtuvo notables resultados individuales y colectivos, incluyendo la medalla de plata por equipos alcanzada por el conjunto magiar en Bled (Eslovenia) 2002.
SINGULARES COTEJOS
Aunque buena parte de la comunidad ajedrecística identifica a Brian Callaghan como el organizador de excelencia del Abierto de Gibraltar —la más prestigiosa competencia de las disputadas con el formato suizo en las primeras décadas del siglo XXI—, al gestor gibraltareño le debemos otras notables iniciativas relacionadas con el juego ciencia. Entre las acciones impulsadas por Callaghan merece recordarse la Batalla de los Sexos desarrollada entre enero y febrero de 2022 en la Biblioteca Garrison, la principal depositaria del acervo documental del territorio ultramarino.
Más allá de cualquier sesgo misógino que pudiera sugerir su nombre, la Batalla de los Sexos concibió una sana emulación entre dos equipos integrados respectivamente por hombres y mujeres con edades y fuerzas competitivas equiparables. Estas constelaciones de trebejistas fueron liderados respectivamente por el Gran Maestro italiano Sabino Brunello y la multicampeona sueca Pía Cramling. Llamado alternativamente como Match of the Parity, la contienda adoptó el formato Scheveningen que permite a los jugadores enfrentar a cada rival del equipo opuesto.
A diferencia de la fórmula de las Olimpiadas en el que existen tableros «fijos», el sistema Scheveningen prioriza enfrentamientos a distintos niveles y propicia la confraternización entre jugadores. Surgidos en la ciudad homónima neerlandesa en la década de 1920, los torneos Scheveningen tienen plena vigencia en cotejos de índole amistosa. Aunque la FIDE emitió una normativa en 2024 que suprime en estas lides la obtención de normas internacionales, algunos de las más recientes competencias por equipos han adoptado esta modalidad como el enfrentamiento Kings vs. Queens acogido en 2011 por el Club de Ajedrez de Saint Louis, y el torneo anual Nutcracker disputado en la capital rusa para contrastar el talento competitivo de diversas generaciones de trebejistas.
Ha sido un factor común en torneos por equipos la aparición de sorpresas competitivas al cumplirse el factor deportivo de que la fortaleza de un conjunto sobrepasa la sumatoria de la calidad individual de sus integrantes. Muchas veces aupado por un enérgico capitán que garantiza la composición estratégica de los tableros y la armonía humana entre sus miembros, los equipos modestos, sin grandes cuotas de favoritismo, esperan su momento para consumar el potencial de la fuerza concertada.