Detrás de Berlusconi, destaca Umberto Bossi, jefe de la xenófoba Liga Norte. Foto: Reuters EL título de este comentario semeja el de una película (algo así como la norteamericana Viernes 13, IV), pero esta vez han sido los italianos quienes han pedido soberanamente otra parte de un filme de suspenso: Silvio Berlusconi, el multimillonario magnate de los medios de comunicación, será primer ministro por tercera vez desde 1994.
Algunos elementos pueden ayudar al espectador a enterarse mejor de la sinopsis. El resultado final de los comicios del 13 y 14 de abril, lo ofrece la página del Ministerio del Interior italiano: Berlusconi y su derechista Pueblo de la Libertad (PdL) alcanzan 147 escaños en el Senado y 276 en la Cámara de Diputados, mientras su oponente, Walter Veltroni, jefe del Partido Democrático (PD, centro-izquierda), se lleva 118 y 217 asientos, a los que se suma un puñado de Italia de los Valores, su formación aliada.
Primeramente, ¿qué dice el perdedor? El PD ya se declaró «listo para oponerse con dureza» a las reformas internas y la política exterior y de inmigración de la derecha. Para Veltroni, su partido ingresa en «una nueva temporada de expansión electoral, para seguir adelante y entrar más profundamente en la sociedad».
Sí, porque aunque perdió, no hay que olvidar que el PD decidió prescindir de otras fuerzas políticas (excepto Italia de los Valores) y acudir a las urnas en soledad, evitando posibles alianzas con partidos pequeños que le hubieran condicionado su gestión de gobierno. Así le ocurrió a Prodi con su variopinta coalición. Y cayó.
Veltroni prefirió no hacer pactos. Muchas formaciones menores (como Refundación Comunista y el Partido Socialista) no alcanzaron el porcentaje necesario para entrar al Parlamento, en parte porque los electores entendieron más acertado hacer un voto útil al PD para intentar frenar a la derecha. Por ello, aunque derrotado, el partido del ex alcalde de Roma quedó como la segunda mayor fuerza del país, a gran distancia del resto, una tendencia en la que los expertos avizoran un bipartidismo similar al de otros países europeos y EE.UU, y un esquema en el que los minoritarios tendrán cada vez menos espacio.
Veamos ahora al Cavaliere, quien ha señalado como prioridades más urgentes dar solución a la acumulación de basura en Nápoles y garantizar que la línea aérea Alitalia, en quiebra, no vaya a parar a manos foráneas.
Además de hablar sobre basura y aviones, advirtió que aplicará la ley Bossi-Fini, de 2002, que convierte en delito —con sus penas de cárcel— a la inmigración clandestina, y creará más campos de detención para encerrar y posteriormente deportar a los extranjeros indocumentados.
Precisamente a tono con este discurso, entra otro elemento: la Liga Norte, de Umberto Bossi. Este partido xenófobo y separatista (desea escindir el rico norte de Italia, la llamada «Padania», del resto del país, y desentenderse de la «Roma ladrona»), apoyará con 60 diputados y 25 senadores al PdL.
La aspiración de la Liga es hacer de Italia un Estado federado, en el que la Padania (cuya independencia sería el próximo paso) tenga soberanía legislativa y judicial, y la potestad de recolectar los impuestos y quedarse con el 90 por ciento de ellos, así como de expulsar a los inmigrantes ilegales y prohibir la edificación de mezquitas.
Es con estos trasnochados que apuestan por la fragmentación de Italia, cuya unidad costó tantos siglos de sangre, con quienes el Cavaliere se apresta a sentarse. Y en esto ve Veltroni la posibilidad de que el PdL no complete sus cinco años: en que Berlusconi no podrá arquearse tanto cuanto quieren los «liguistas», opuestos además al Tratado de Reforma de la Unión Europea, ahora en pleno proceso de ratificación en varios países. Desde Bruselas enviaron felicitaciones, sí, pero solo de dientes para afuera, porque saben que las excentricidades y la poca sustancia del futuro primer ministro no cuadran con la seriedad de la política. Y si sus apoyos vienen de otros sujetos difíciles de tragar, «¡arreglados estamos!».
Los límites a los deseos de la Liga se trazarán sobre la marcha, y el PdL constatará si es sólido su margen de gobierno, mientras Italia, con su economía en declive y su brecha social en ascenso, espera aires de estabilidad.
Habrá que esperar el comienzo de la película. Pero parece que será larga...