Ante esa aseveración, que escuchábamos a cada rato en asambleas, en entrevistas, uno preguntaba: ¿Concesión con respecto a qué? No había que registrar demasiado en los móviles y en la teoría para responder: concesión con respecto a lo que deseamos y queremos. Es decir, que para quienes veían en la propiedad del Estado el sumo de la perfección, el trabajo individual autónomo significaba un desliz, una cañona de las circunstancias.
No discutamos ahora si la propiedad estatal es superior a otras o si ese orden verdaderamente socializa la propiedad. Analicemos en este instante la actitud de estar estimando que cualquier decisión realista, cualquier respuesta a las demandas de la vida social y que no coincidan con lo que he venido haciendo durante tanto tiempo, implica un «gesto concesivo», un mal menor que mañana, si nos dan la oportunidad volvemos, como la cinta de un video, a echar «pa’tras». ¿No será esa la explicación de la conducta que casi unánimemente llamamos de bandazos?
Escribir, comentar sobre los asuntos de nuestra sociedad supone —ya deben de haberse dado cuenta— toparse con la repetición. Nuestros problemas son los mismos del ayer inmediato. Y he reconocido que mucho de cuanto escribí en Bohemia entre 1990 y 1997, lo he repetido en esta sección sin que la coincidencia me acuse de facilista. Y me he percatado de las coincidencias al releerme, que a veces debo de hacerlo para no perder mi identidad. Porque por momentos alguien pretende confundirte. Ante cierto artículo mío contra el peligro del dogmatismo, que suele invalidar la saludable «herejía», alguien escribió en algún sitio que yo transitaba del «dogma al elogio de la herejía», esto es, que el viejo dogmático, que yo era, había recalado en posiciones heréticas con fines oportunistas. No respondí entonces. Ahora menciono el hecho solo para explicar que me vi obligado a releerme. Y hallé que aun en aquella etapa de los 90, escribí contra el dogma y la mentira; contra el inmovilismo y contra la unanimidad y la corrupción... Moraleja: Alguno puede enjuiciarte sin haberte leído...
Por supuesto, ese no es el tema. Más bien, nuestro tema se fundamenta en la percepción de que el gran problema de la sociedad cubana ha sido hallar la eficiencia y la efectividad —que no son lo mismo— en un orden de justicia, igualdad y libertad. De modo que los esquemas preconcebidos no pueden dictar la norma. ¿No parece que olvidamos la dialéctica? ¿No nos percatamos de que cuando juzgamos la realidad prescindimos de los instrumentos más precisos y los sustituimos por las manifestaciones voluntaristas, que equivalen al lema de ir por ese camino «porque así lo quiero»?
La concesión tal vez haya que definirla teniendo en cuenta a quién o a qué se le otorga. Digamos por ejemplo, si ya la experiencia acumulada, en nuestras circunstancias de deterioro, nos indica que grandes empresas agrícolas no son recomendables y las opiniones más atinadas aconsejan cooperativizar o incentivar el trabajo familiar o individual, por qué, pues, insistir en lo que no prospera o necesita exceso de recursos para lograrlo. ¿Es una «concesión», un retroceso, concebir, organizar fórmulas que prometan el progreso en obras concretas y no en sueños? Claro, al sujeto que se acostumbró a dictar, abroquelado en su buró o en su yipi, qué sembrar o cómo cosechar quizá le disguste que los productores ganen autonomía, capacidad de decisión...
La concesión, en fin, se les puede hacer solo a quienes gozan con las carencias, las insuficiencias, las incapacidades del socialismo cubano. En estos días, confrontando la opinión de funcionarios y periodistas norteamericanos o sus servidores, he confirmado que a cuanta medida democrática o de progreso se ha adoptado en Cuba, ellos oponen reparos: «Ah, sí, pero no». Claro, se quejan: han perdido la «concesión» del inmovilismo.
A mi modesto entender, eso que algunos llaman «marcha atrás» cuando no coincide con el esquema habitual o con lo que estiman ideológicamente más conveniente, pero impulsa el movimiento, merece el crédito de progreso. Porque estacionarse en lo que no avanza equivale a ir hacia atrás y, por tanto, progreso ha de ser lo que renueva la esperanza y la fe, lo que anima el trabajo. Lo demás, es teoría que habrá que seguir debatiendo.