Pobre Marion Cotillard. Ganó el Oscar 2008 como mejor actriz por su personificación de Edith Piaf en la película La vida en rosa, pero la revista Marianne comenzó a hacer circular declaraciones que la actriz francesa formuló hace un año: puso en duda entonces la versión oficial de la Casa Blanca sobre los atentados del 11/9. La vieja noticia fue retomada por medios británicos y estadounidenses y se especula ya que eso le costará la carrera en Hollywood y tal vez en Francia misma, dado que la cuestión estalla en momentos en que el presidente Nicolas Sarkozy procura un acercamiento íntimo con la Casa Blanca. Los Oscar suelen meterse en escándalos que la prensa norteamericana adorna y sus lectores disfrutan, solo que es la primera vez que le pasan a una estrella la factura con retroactividad.
Cabe reparar en algunos detalles. El 25 por ciento de las acciones de la promotora de la campaña anti-Cotillard pertenece al Carlyle Group, un megaconsorcio presidido por el ex jefe del Pentágono, Frank Carlucci, y especializado en el control de medios de información y de sociedades dedicadas a la compra y venta de armamento. Es curioso: el Carlyle Group fue, durante años, una entidad donde convergían inversiones de Bush padre y de la familia Bin Laden, además de George Soros, del ex primer ministro británico John Major, del multimillonario ruso convicto de fraude Mijail Jodorkovsky y de otros personajes de la misma índole. Los ataques contra Cotillard no son gratuitos. Un cineasta que se acuesta con su hija adoptiva es una burbuja que se disipa en el aire y no más. Un director que cuestiona el pensamiento único que Washington pretende imponer al mundo es imperdonable. Bien lo sabe Jean-Luc Godard.
El descreimiento acerca de los verdaderos autores del atentado contra las Torres Gemelas no es nuevo. Se ha demostrado que hubo insólitos y muy beneficiosos movimientos en la Bolsa estadounidense una semana antes, como si algunos supieran. Las fotos del anunciado choque de un avión contra el edificio del Pentágono genera no pocas dudas sobre si realmente existió. Por ejemplo, en el senador japonés Yukihisa Fujita, que en la sesión parlamentaria del 11 de enero de este año señaló al primer ministro Yasuo Fukuda y a los ministros de Defensa, de Finanzas y de Relaciones Exteriores del Japón que aún no habían confirmado, seis años después del hecho, que el 11-9 fue orquestado por Osama bin Laden. El periodista y escritor Thierry Meyssan advirtió tempranamente que se trataba de una acción terrorista fabricada por los servicios secretos de EE.UU. e Israel. Le vino de perillas a W. Bush para ejecutar el plan que los «halcones-gallina» habían preparado años atrás a fin de controlar el petróleo del Medio Oriente, recurso indispensable para imponer su dominio al mundo entero.
El escepticismo respecto de la versión de Washington se ha convertido en desmentida en varios círculos políticos europeos. El ex presidente de Italia, Francesco Cossiga, un hombre cuya honestidad le reconocen hasta los adversarios, fue terminante: «Nos han hecho creer que Bin Laden habría confesado ser el autor del ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, mientras que, en realidad, los servicios estadounidenses y europeos sabían perfectamente que ese atentado desastroso fue planificado y ejecutado por la CIA y el Mossad, con el objeto de acusar de terrorismo a los países árabes y justificar así los ataques contra Iraq y Afganistán». Es notorio que Cossiga es católico y nada terrorista.
Giuletto Chiesa, periodista y diputado del Parlamento Europeo, consideró una «fantasía ridícula e insostenible» la versión de la Casa Blanca sobre el 11/9, no vaciló en calificar a W. Bush y Dick Cheney. de “mentirosos patentados” ni en subrayar que quienes formulaban objeciones a la versión oficial, incluso las más tímidas, “eran tratados de locos, dementes o de aliados peligrosos de esos terroristas islámicos”. Poco le falta para eso a Marion Cotillard.
Es notorio que los 16 servicios de espionaje de EE.UU. aprobaron por consenso la más reciente Estimación Nacional de Inteligencia que deja en claro que Irán ha suspendido en el 2003 su programa nuclear con fines militares. Esto no es obstáculo para que W. Bush y sus acólitos insistan en el peligro nuclear iraní, ni impide al Pentágono perfeccionar los planes de un ataque nuclear contra el gobierno de Teherán. El Centro por la Integridad Pública, de Washington, asentó en estudio reciente que W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld, Colin Powell y otros altos funcionarios de la Casa Blanca habían mentido sobre Iraq al menos 935 veces en los dos años que siguieron al 11/9. El Número Uno en la materia fue W. Bush: hizo 232 afirmaciones falsas acerca de las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein y 28 sobre los presuntos lazos Bagdad-al Qaeda. Siendo así, una mentira más qué le hace al tigre. (Tomado de Rebelión)