Ayer Fidel nos sorprendió una vez más. Cuba amaneció conmocionada, con sentimientos encontrados, aun cuando hace tiempo él viene entrenándonos con orfebrería de alta política para la sabiduría histórica, para el inevitable momento en que pondremos a prueba todo por lo que hemos apostado corriendo su misma suerte. Qué suerte.
Sí, sentimientos cruzados, porque cuesta aceptar en la esquina del barrio, o en el insomnio madrugador, que él no presida ni comande nuestra desenfrenada terquedad de ser nosotros mismos con virtudes y defectos, excediéndonos o quedándonos cortos en esta marca que le hemos hecho a la Historia.
Sin endiosarlo —como ciertos genuflexos lo intentaron sin éxito—, asumimos a Fidel como un padre obstinado y leal. Así hemos crecido y labrado este huerto que es Cuba: ora reseco, ora fecundo; y siempre amoroso. Y él ha estado allí dando la cara, al frente de tanta roturación. Lo hemos seguido porque defiende esta parcela, por encima del surco de cada quien.
En ciertos bazares de la política internacional, donde se suceden los mercaderes del poder y luego se esfuman en las fortunas, ahora los torpes analistas vislumbran que se cerró la era de Castro, y comenzó la etapa de transición. Hablan de libertad y democracia, como de papas fritas y hot dogs que repartirán entre míseros de estómago y de alma.
Qué simples estos personajes que se suceden en las cómodas poltronas de la dominación. Pensar que un país es un hombre —aunque ese hombre resuma el valor de un país— es la simplificación de la política; la ceguera para desconocer lo que sostiene una Revolución, por encima de sus debilidades, ineficiencias o anacronismos. Qué incapaces de comprender por dónde fluye el honor y todo lo que le sobra a este pueblo, por encima de sus inconformidades.
Fidel es Cuba porque Juan, Pedro, Chicho y Mariana son Fidel y lo han nutrido y sostenido. Porque los une algo más profundo que no se vislumbra desde los pragmáticos cálculos. Fidel anda repartido en las luces y sombras de este país, multiplicado y a la vez depositario de tanta voluntad de un pueblo que se manda. De armas tomar. ¿Quién dijo que Fidel nos abandona? Ya hace mucho tiempo desplegó en su ajedrez político la estrategia perfecta, que nos sostendrá contra cualquier engañoso enroque.