David perdía un pedazo de sí y, sin embargo, colmaba el equipaje de Leoni solo con alabanzas y buenos deseos. Se enorgullecía de haberlo descubierto un día en Camagüey; le agradeció haber contado con su voz y su nobleza. Y le deseó éxito. Leoni confesaba todo lo que le deberá siempre al timonel de la Charanga. No hizo falta el gesto grandilocuente, ni esas lagrimitas plásticas que algunos montan para escena...
Las personas debieran ser siempre como David Calzado con Leoni. Como los padres que crían a sus hijos, y en el momento preciso les abren la puerta para que vayan por el mundo y hagan lo suyo, sin endosarles cheques ni pagarés sentimentales. Como los maestros que iluminan tu mente y corren el riesgo de que les olvides en el largo abecedario de la vida; o el amigo que siempre está donde tú sabes, y echa su suerte por ti sin esperar nada a cambio. Como el colega que te cultiva en la profesión, para que un día lo sobrepases cuando ya él comienza a declinar.
A fin de cuentas, hay que prepararse para cargar con el silencio y el olvido si fuera necesario, cuando no aflorara la gratitud de un Leoni. Hay que entrenarse para la soledad de hacer el bien, sin dividendos ni retribuciones afectivas.
Así, uno será más feliz multiplicándose en una especie de mitosis sentimental, reproduciéndose en cada quien por obra de la generosidad, como polvo en el viento que nadie distingue, pero allí está.
Que Leoni entone su propia melodía. Calzado está por David para ascender hacia otros pentagramas.
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