La democracia no se ciñe al efímero instante del voto ciudadano; ni la gobernabilidad se alcanza con el triunfal desenlace del conteo de urnas, cualesquiera que fueren sus resultados.A ese axioma, que esgrimimos para censurar los mitos del sistema pluripartidista, con sus recambios de grupos de poder, no escapa tampoco nuestra democracia socialista y el sistema electoral cubano, con todo y su transparencia y raigambre popular, ajenas a ambiciones y apetitos de bolsillos.
Ni en un país como Cuba, que ha conferido derechos vitales y de participación al ser humano en actos más que en palabrería virtual, puede desconocerse que la democracia, el gobierno de todos, no es una realidad per se. A despecho de quienes suponen siempre todo expedito y resuelto, esa democracia se construye a diario con no pocos forcejeos y contradicciones. No se alcanza automáticamente y por decreto, por el mero hecho de que existan para ello mecanismos y estructuras. A estos puentes, vasos comunicantes y poleas transmisoras hay que revisarlos y darles vida en toda su plenitud, so pena de que se oxiden ante el ojo popular, que siempre te ve.
Lo digo, porque en mi fuero de elector cubano, tengo la convicción de que nuestra sociedad, teniendo un sistema de gobierno sumamente popular y apartado de intereses y ambiciones, desde la nominación libre en el barrio del candidato a delegado, hasta la del diputado a nuestro Parlamento, no potencia en todas sus posibilidades eso que llamamos el Poder Popular, o poder del pueblo. Al final, algo tan soberano y limpio de intereses hegemónicos o de facción, podría ser más efectivo y fértil en su gestión cotidiana, si no estuviera plagado en muchos casos de mediatizaciones burocráticas, distorsiones verticalistas, desatenciones y alejamientos del terreno en cuanto a lo que representa cumplir con el mandato de los ciudadanos, que es el mandato de la nación.
Mi experiencia en la columna Acuse de Recibo durante diez años, revela que muchos dirigentes y funcionarios sobresalen por su disciplina para cumplir orientaciones de arriba, pero no tienen la misma devoción para sopesar que ellos, por mandato popular, se deben a la gente que sostiene este país, a sus conflictos e inquietudes. Y a esa gente deben rendirle cuenta todos los días con respeto sagrado, consecuencia y transparencia.
Pensé en ello cuando recientemente se constituyeron las nuevas asambleas municipales y provinciales. Y lo siento ahora, a pocos días de que se conforme nuestra Asamblea Nacional del Poder Popular, el Parlamento de todas las decisiones y discusiones. Todos los que en esas instancias asumen un curul, lo hacen gracias al voto de Juan, de Pedro, María y el mismísimo atravesado e inconforme del barrio. Por ellos dieron su anuencia el recto y dogmático, el laborioso, el cumplidor y disciplinado, el obstinado de tantos problemas, el liberal, el vago y desordenado, la bretera, el marginal, el negociante. No es aséptico ese voto, que al final muestra una complicada e intuitiva fe en el propio sistema, por encima de los entresijos de cada quien. Incluso, la abrumadora mayoría cumplió con la exhortación del voto unido, sacrificando opciones o criterios particulares.
Las nuevas estructuras de Gobierno que se constituyen desde el municipio hasta la nación, en momentos muy decisivos para el país, nunca como hoy pueden estar ajenas a que ellas existen por el voto popular. Cada delegado a las asambleas municipales o provinciales, cada diputado, y los funcionarios que ellos aprueban hasta el mismísimo Consejo de Estado, deben asumir cada día pensando que ellos están únicamente sustentados en el voto de esa mayoría que enfrenta, sufre y resiste las complejidades y desafíos cotidianos de la Cuba actual, profunda y difícil.
De esos delegados y diputados, no bastan hoy el mérito, el prestigio y la hoja de servicios, si no están enfilados hacia la representatividad social, al rol de portavoces y activos depositarios de las inquietudes populares. Nunca como hoy deberían estar proscritos, en esos escenarios de la democracia, el bostezo y la complacencia, el triunfalismo, la formalidad con manos levantadas, la unanimidad sin discusión. De ellos se espera la exigencia para que los máximos funcionarios en cada instancia rindan cuentas verdaderamente.
Son millones de votos los que esperan. Votos de la lealtad y de la inquietud.