Ahora bien, hacia dónde habremos de mirar esta vez en el anual ajuste de cuentas: ¿solo hacia el pasado? ¿Y nuestra mirada será propia de conservadores o de audaces e inconformes creadores? Algunos creerán que ha sido un período feliz. Las estadísticas conocidas les darán la razón. Otros, en cambio, más que los números tendrán en cuenta los hechos y juzgarán el año tal como les fue en él. Y de esa percepción, quizá broten propósitos de querer modificar las cosas. Así es la existencia social: mezcla. Y cualquier empeño de unidad nacional habrá de tener en cuenta la diversidad, la multiplicidad de visiones, porque las urgencias del que carece y desea solucionar sus limitaciones son distintas a las del que cree disponer de todo el tiempo y también de lo demás...
Unos, los urgidos, dirán: hay que hacer. Los otros, los que carecen de prisa, alegarán: Hay que tener cuidado, ¡mucho cuidado! ¡Mucho control! Estamos estudiando el problema... Y así, con esas técnicas burocráticas de dilación, esos fantasmas distribuidores de una prudencia que degenera en temor y esos análisis que nunca concluyen, pasa el tiempo, pasa la vida, única e irrepetible de que gozamos.
Entonces, ¿hacia dónde hemos de mirar? Me parece que sobre todo hacia el futuro. No me gustaría repetir el año que ahora fenece en los mismos términos. Si lo repaso sería para no volver a vivir algunos de sus vacíos y sí corregir algunos de sus errores. El mañana nos lo pide. Ya en el pasado habremos de hallar poco, poco que nos plazca. El futuro nos está llamando y propone que es en su ámbito amplio, lleno de oportunidades, el sitio donde tienen que resurgir la esperanza y los aciertos. «Yo soy —dice— la ocasión de mejorar; no puedo ser la tentación de que perdure lo que racionalmente parece la mayor amenaza a la perdurabilidad».
Lo advierto. A quien me escriba tildándome de metafórico, le diré que sí, que esto que he escrito es una metáfora. La metáfora tangible, carnal, de nuestra vida. Y si alguien me exige más claridad, traduzco mis palabras con una imagen: no podemos permanecer con las manos extendidas; más bien, la postura necesaria y creadora son los brazos en acción, conducidos por la inteligencia y la audacia. El socialismo no puede ser una fotografía detenida, mutilada por la humedad y las telarañas. Ha de ser una película, siempre rodando hacia delante, prometiendo episodios cada vez mejores.
Como termina el año, pues, pido a mis lectores por las veces cuando me quedé corto, o se me escapó alguna errata, que de seguro ustedes supieron salvar. O por los momentos en que acudí a la sugerencia más que a la evidencia. En ciertas circunstancias hemos de mezclarlas. Lo importante son los oídos. Y las cartas y mensajes que recibo me confirman que los lectores son comúnmente más inteligentes que yo. Si pudiera reproducir cada uno de sus juicios, que confirman y enriquecen los míos, cuánta retroalimentación de primera mano tendríamos todos. Como la de ese lector que, a propósito de la nota titulada Palabras mágicas, del viernes pasado, me dijo: «Usted tiene razón; en mi trabajo se enfatiza en las medidas y sanciones tomadas; no suele hacerse énfasis en la calidad de las medidas organizativas, políticas, de atención al hombre, u otras dirigidas a eliminar la causa de los problemas».
Confiemos. La Revolución sigue en el poder. Y esa evidencia nos garantiza el rodaje de ese filme que nos lleve adelante, hacia la «tierra prometida» del socialismo en que las manos de las mayorías sirvan para actuar y decidir. Democrática y libremente. Así sea.