Suman millares —¡¿millones?!— los compatriotas que han tomado pupitres frente a la tele, con sus libretas de notas y sus tabloides, cual discípulos de estreno. En contadas ocasiones presencié tamaña aceptación en torno a un proyecto de semejante singularidad, alcance y naturaleza. No hay dudas: asistimos a una muestra palmaria de avidez colectiva por acceder a la cultura.
Profesores eminentes han hechizado desde la pantalla al insólito y heterogéneo alumnado nacional. Sus disertaciones incentivaron a muchos a reemprender el olvidado camino de las bibliotecas. Es que los telecursos han sido una suerte de electrochoque intelectual cuyos benéficos efectos ya comienzan a apreciarse. ¡En gente de todo tipo! Porque la Universidad para Todos, valga apuntarlo, no exige prueba de ingreso ni escalafón estudiantil. Es una opción que no hace distingos.
Universidad para Todos es justamente eso: un tiempo para la cultura. O mejor, una cátedra multidisciplinaria surgida al influjo de la Batalla de Ideas que hoy nos ocupa. Y —¡ojo!— cada ciclo concluido no es más que la arrancada de la carrera de fondo que tenemos por delante. Como ocurre con el iceberg, esta original Alma Mater apenas si ha dejado apreciar un segmento de lo que se reserva en materia de saber bajo su imaginaria línea de flotación.
Sospecho que en ningún Estado del planeta se organizó jamás un proyecto cultural de esta magnitud. Porque no se trata ya de alfabetizar a un pueblo cuyos niveles de educación son reconocidos hasta por sus enemigos. Ahora es la universidad puesta al alcance del ciudadano común. Un simple clic en el telerreceptor oficia como el ábrete sésamo para entrar en frecuencia con sus ofertas docentes. Si, como aseguraba Ingenieros, «la escuela no cabe en los estrechos límites del aula», ¿qué diría hoy el gaucho ilustre de este inmenso paraninfo en el que se ha convertido el archipiélago?
La Universidad para Todos —como se ha dejado claro— no ha hecho más que comenzar. En aras de simplificarle el acceso a Liborio, ajustó horarios y engrasó mecanismos. Sus propósitos y alcances han sido estudiados con hondura y sus programas adaptados a los intereses de la población. Sin chovinismos: con su irrupción en la realidad cubana contemporánea, se crearon las bases y las condiciones para convertir a Cuba en el país más culto del mundo.