Por cualquiera de los dos, dice Bayrou. Foto: AP
Tanto la candidata socialista Segolene Royal, como el conservador Nicolás Sarkozy, deseaban que el candidato de la Unión por la Democracia Francesa (UDF), François Bayrou, echara agua hacia sus molinos, ahora que la partida por la presidencia francesa se juega entre dos bandos.Pero ni lo uno ni lo otro: el miércoles, el candidato centrista declaró que los casi siete millones de electores que votaron por él en la primera vuelta, tienen libertad para votar por quien prefieran, pues en lo que a él atañe, le da lo mismo...
Bayrou, el único aspirante al Palacio del Elíseo que se confesaba capaz de manejar un tractor y ordeñar una vaca —sutil manera de expresar que es un hombre de acción y no de oficinas— hizo toda su campaña presidencial bajo la premisa de que la sociedad estaba harta de que derecha e izquierda se turnaran en el poder, y que era hora de ir al centro. Al «extremo centro», dijo en una extraña metáfora.
Su programa para la primera vuelta, bien podía definirse como «un popurrí de ideas socialmente progresistas y económicamente liberales», expresó un diario español. Por un lado, defendía mantener la medida socialista de las 35 horas de trabajo semanales, y que todo proyecto constructivo reservara hasta un 25 por ciento de las viviendas para su uso social, y por otro, reducir el déficit público, contener el gasto. De hecho, el costo de su programa económico era el más pequeño de los tres: 28 000 millones de euros (comparado con los 74 000 millones de Sarkozy, según cálculos del galo Instituto de la Empresa).
Sin embargo, Bayrou proviene de la UDF, las mismas filas políticas del ex presidente Valery Giscard d’Estaing, el padre del proyecto de Constitución Europea que los franceses rechazaron en un referéndum en 2005, por entender que era demasiado capitalista y neoliberal, y atentaría seriamente contra el modelo de bienestar que aplicó Francia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Así, para la duda quedará si una presidencia de Bayrou habría sido en realidad todo lo «novedosa» y «social» que este anunciaba.
Pero los nada despreciables millones de votos que lo respaldaron son un bocado apetitoso, por lo que Sarkozy y Royal esperaban algún guiño. La candidata socialista incluso invitó al «centrista» a un debate público en los próximos días para analizar las convergencias entre ambos —y por supuesto, «arañar» algunos sufragios—, una discusión en la que Sarkozy no tiene intenciones de participar, al decir que él apela directamente a los electores.
Y un paréntesis, ya que hablamos de acomodamiento de votos: el ultraderechista Philippe de Villiers, jefe del Movimiento por Francia y ex socio del neonazi Jean Marie Le Pen, instó a sus 800 000 electores a apoyar a Sarkozy, algo que a este le pudiera resultar contraproducente, y más si también Le Pen da instrucciones a los suyos en ese sentido, pues la UMP puede acabar aparentando ser un refugio de consolación para neofascistas derrotados. Y eso ahuyenta público.
Vuelvo a Bayrou. En su discurso del miércoles, dijo que ambos finalistas «corren el riesgo de agravar los males de Francia», aunque «no están en el mismo plano para mí». De Sarkozy, «semejante a Berlusconi», fustigó su «gusto por la intimidación y las amenazas», y de Royal señaló que, pese a sus «buenas intenciones», empeorará la economía.
O sea, ni el uno ni la otra. Aunque hay matices en las palabras. Y de sus siete millones de votantes, unos cuantos los habrán notado...