La misteriosa muerte de la ex conejita Play Boy Anna Nicole Smith ha despertado tantas suspicacias y análisis psicológicos durante estas últimas semanas, como el mismo cuento de Lewis Carroll en que Alicia se extravía por los laberintos de una alucinante historia acompañada de un sagaz conejo.
La escaramuza de ardides legales y escándalos que han enlutado aún más el triste final de la modelo traen la imagen de otra Alicia, que traspasado el espejo de una sociedad pletórica de ilusiones ópticas y sobre todo políticas, deja al descubierto la fragilidad humana en un entorno donde más vale el dinero que la integridad de las personas.
El sensacionalismo que acompaña el destino final de Anna, desde que apareciera muerta el pasado 8 de febrero mientras se encontraba hospedada en el hotel Seminole Hard Rock Café, en Fort Lauderdale, Florida, ha despertado idéntico morbo al de otras estrellas de fugaz destello. ¿Acaso no se repite, casi al calco, la historia de otra ex conejita Play Boy, la tristemente célebre Marilyn Monroe, con igual destino aparente? Tragedias ambas que, si esta no se esclarece lo necesario, quedarán tras el velo de lo que pudiera ser para algunos el «destino humano» y para otros los oscuros manejos políticos de épocas diferentes con igual despropósito: esconder escándalos inmorales tras un supuesto sistema moral.
La muerte, entonces, se viste una vez más de misterio inalcanzable en una rutina cíclica como aquella escena de En casa del sombrero también de Carroll, en que a pesar de que siempre se tomaba el té a las seis de la tarde se acumulaban las tazas sucias. La misma falta de lógica de la actitud de Alicia en esta historia actual también fascina.
Mas, ¿fueron estas ex conejitas fruto de la casualidad o de mecanismos sociales que le ahuecaron el corazón, sin el más mínimo recato, para travestirlas,igualmente, en mercancía? Recordemos que la revista Play boy, aparecida en diciembre de 1953 bajo la supuesta ingenuidad de divertir a los caballeros de entonces con sensuales portadas, forma parte de una estructura de mecanismo de poder mediático donde un simple ser humano se convierte en diva inalcanzable que, como única alternativa, sucumbe a un proceso de enajenación.
La famosa foto Sueños Dorados, de Marilyn, que inaugurara la publicación, era replicada, treinta y nueve años después, con otra imagen, casi al calco. En 1992 Nicole, bajo el falso nombre de Vikke Smith, repetía la osadía de convertirse en símbolo sexual para millones, comenzando así la desbocada carrera de imagen que le llevó a tan fatal desenlace.
¿Acaso la maquinaria de publicidad no les convirtió en el mismo Conejo Blanco del cuento del clásico escritor? Bajo la supuesta imagen doméstica del animal convivían las humanas fallas de la timidez, el nerviosismo y la fragilidad escondidas tras una atildada apariencia. También una chica Play boy tiene que ocultar en sus subterráneos laberintos la intemporalidad del sueño de sus propios sentimientos para responder a un esquema preconcebido según afirman algunos críticos. Ha de erguirse como monumento a la sinrazón, a esas interrogantes sin respuesta que una sociedad postmoderna como la norteamericana no logra responder en su trasnochado sentido victoriano por hacer creer que todo es perfecto, que todo está en su sitio, que nada espanta. ¿Realmente ambas, primero Marilyn y ahora Anna, vivían en El país de las maravillas?
Solo que la segunda compite ahora por superar la espectacularidad de su misteriosa muerte con todo un marasmo de procesos legales, acusaciones y trapitos íntimos sacados al sol en los que apenas enterrada, todavía pervive la diatriba por definir la real paternidad de su pequeña hija quien, se supone, se convierta en una niña huérfana, pero millonaria.
Al margen de las variaciones y las mutaciones del mito quizá las palabras de la Smith a su madre, cuando esta le recriminó la autoexplotación de su imagen, pudieran ser una contundente respuesta a lo que ahora sucede con su muerte en el ámbito mediático: «Que hablen bien o mal de mí no importa. Siempre y cuando hablen, yo gano dinero». Y mientras nadie sabe cómo terminará la historia de esta voluptuosa rubia fabricada por esos mecanismos de chocolate, donde se pondera la belleza externa sin tener en cuenta para nada la tragedia humana, seguirán construyéndose, como en un gran laboratorio, otras ardorosas conejitas que sustituyan a las rotas, en esa despiadada feria social donde todo el mundo quiere disparar a la figura de yeso, sin el más mínimo sonrojo ni dolor, para llevarse el premio a casa.
Marilyn Monroe tuvo una ventaja, al menos, sobre Anna Nicole; la encontraron con el teléfono en la mano. Quizá queriendo llamar en su auxilio al mismísimo Dios, como escribiera el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal en su poema; por saberse como el propio Lewis Carroll cuando confesó haber vivido «con todo ese amor sobre el vacío, con tanta imposibilidad y con tanta infinita soledad y desamparo».