Rumsfeld se va y un Bush en remojo lo consuela. Foto:AP
Como ocurre cuando una nave está a punto del hundimiento, casi la primera acción del capitán es botar el lastre para ver si logra mantenerla a flote. Es lo que acaba de hacer George W. Bush con su fiel secuaz Donald Rumsfeld: tirarlo por la borda. Y posiblemente sea el primer «daño colateral» del llamado «efecto Iraq».La decisión siguió inmediatamente a la vergonzosa y bien merecida derrota en unas elecciones de medio tiempo sui generis, ya que no solo han cambiado el panorama en ambas cámaras del Congreso y en las gobernaciones estaduales a favor de los demócratas. Esencialmente sirvieron como referéndum de la ciudadanía para decirle al mandatario que no están de acuerdo con sus políticas...
El secretario de Defensa, o mejor, el ministro de la Guerra, era blanco especial desde hacía semanas de fuertes críticas por su desempeño en Iraq y en las torturas. También generales en retiro habían hecho similares advertencias sobre su ineptitud desde mucho antes, pero la principal alerta roja para un necesario cambio en el rumbo de esas intervenciones bélicas provino en los últimos días de militares en activo. Varios centenares de ellos pidieron a sus congresistas un apoyo a la retirada de las tropas de Iraq.
La tapa al pomo la puso el editorial común que el 4 de noviembre colocaron en sus portadas las publicaciones militares Army Times, Air Force Times, Navy Times y Marine Corps Times bajo el título categórico de Es tiempo de que Rumsfeld se vaya. Y el sello de garantía, reitero, lo puso el resultado electoral de este martes...
Se ha hecho sentir la dureza del análisis periodístico que comenzaba con esta frase escrita hace más de medio siglo, durante la Guerra de Corea, por la corresponsal Marguerite Higgins: «Tanto como nuestro gobierno requiere del apoyo de una opinión pública despierta e informada... es necesario decir la dolorosamente dura verdad», y apuntaba el editorial: «Pero hasta recientemente, ha sido difícil que la “dolorosamente dura” verdad sobre la guerra de Iraq venga de los líderes en Washington».
Además de echarle en cara las visiones color rosa dadas por el presidente George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando hablaron de «misión cumplida» y dijeron que la insurgencia estaba en sus últimas, aludían al nuevo coro crítico que comienza a resonar entre los líderes militares en activo porque recelan o dudan sobre la planificación, ejecución y confusa perspectiva de éxito. Los motiva el caos permanente y la imposibilidad de lograr la unidad en un país donde cada día son más evidentes «las divisiones sectarias» y la violencia que engendran. Iraq es un error y la mayoría de los norteamericanos piensan que Rumsfeld ha fallado, mas con razón apuntaban que cuando los oficiales públicamente están en desacuerdo con su secretario, está claro que este ha perdido el control de la institución que ostensiblemente encabeza.
Sin embargo, apenas unas horas antes el W. Bush se mantenía en sus trece y ratificaba su apoyo tanto a Rumsfeld como a Cheney diciendo que los dos «están haciendo un trabajo fantástico y yo les apoyo totalmente» y que los quería a su lado hasta el 2008, cuando finalice su administración.
El sacudión del martes ha llevado al bushiano a recoger cordel y aunque mantuvo sus alabanzas del venido a menos, y la salida de Rumsfeld del escenario se planteó como renuncia, ello implica otra derrota más en el haber de esta administración, estremecida por escándalos diversos de corrupción económica y moral.
El W. sacó tan rápidamente de la manga un sustituto que casi admite que ya habían analizado la precaria situación de su duro halcón-gallina. El reemplazante es Robert Gates, quien, dice Bush, «proporcionará al departamento una fresca perspectiva y nuevas ideas» de cómo Estados Unidos puede lograr sus metas en Iraq.
Gates trae en la maleta su aval de ex director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) durante la Primera Guerra del Golfo y casi 27 años de experiencia en asuntos de seguridad nacional, para ponerlo a consideración de un Senado que debe confirmarlo y que, por cierto, ya cayó tambien en manos de los demócratas. Y tal y como dijo en su momento de Rumsfeld, ahora también el mandatario promociona a Gates con esta frase publicitaria que muestra la confianza y el optimismo de que le sacará las castañas del fuego: «El secretario de Defensa debe ser un hombre de visión que todavía puede ver las amenazas en el horizonte y preparar a nuestra nación para afrontarlas...»
Se abrió la puerta de salida. ¿Quién es el próximo?