EL 11 de septiembre, dos palestinos murieron en la Franja de Gaza y en Cisjordania. Aunque tal vez «murieron» no es el término más exacto. En Palestina, frecuentemente las personas no mueren en una cama. Más adecuado es decir que un adolescente fue asesinado en el barrio gazano de Shauka, bajo la artillería pesada israelí, y que un hombre de 55 años fue ultimado por una unidad especial sionista en Jenín.
La situación no ha cambiado mucho desde que en febrero de 2003, en Kuala Lumpur, durante la XIII Conferencia Cumbre de los Países No Alineados, ese Movimiento elaboró una Declaración sobre Palestina. En dicho texto, los jefes de Estado o de Gobierno expresaron su «gran preocupación por la persistente destrucción y devastación de la sociedad palestina y de la autoridad palestina, desde el 28 de septiembre de 2000, a manos de las fuerzas de ocupación israelíes».
El mencionado día, el jefe del ultraderechista partido Likud, Ariel Sharon, había realizado una visita a la Explanada de las Mezquitas, lo que derivó en una airada reacción de la comunidad árabe, y la consecuente represión israelí. Incluso una resolución del Consejo de Seguridad, la 1322, deploró «el acto de provocación cometido el 28 de septiembre de 2000 en el Haram al-Charif de Jerusalén, y del mismo modo la violencia que ha tenido lugar a continuación». ¡Y Washington no la vetó!
Como se esperaba, a Israel le resbaló el disgusto internacional. Sharon se convirtió poco después en primer ministro, y los palestinos siguieron «muriendo».
Más adelante, el documento del MNOAL señalaba que los dignatarios «solicitaron el retiro inmediato de las fuerzas israelíes que ocupan las ciudades palestinas a las posiciones y convenios previos a septiembre de 2000». Nada de eso ha cambiado. Un amago de «retirada» fue la evacuación de las ilegales colonias judías de Gaza en 2005, pero en este momento las tropas sionistas están nuevamente allí, mientras que de Cisjordania no han movido un dedo, y sus checkpoints (puntos de control) a la entrada de los poblados palestinos siguen dificultándole la existencia a la población civil.
Y otro punto: las autoridades de los países no alineados «hicieron hincapié en que el principal obstáculo para que el pueblo palestino disfrute de sus derechos nacionales y se alcance una solución pacífica es la actitud colonialista de los asentamientos que se han establecido desde 1967 en el territorio palestino ocupado, inclusive en Jerusalén oriental», una política que «debe detenerse de forma inmediata y revocarse».
Hoy no está Sharon, sino Ehud Olmert —de quien dicen es más «moderado»— y un aliado «de izquierdas» al frente del Ministerio de Defensa, Amir Peretz, pero el gobierno acaba de aprobar la construcción de 690 viviendas en tierras palestinas de Cisjordania: 348 en la colonia de Maale Adumim (ubicado unos diez kilómetros al este de Jerusalén, y donde ya viven más de 30 000 personas), y 342 en Betar Ilit, al sur de dicha ciudad.
La tradicional sordera de Tel Aviv, no obstante, no será impedimento para que el MNOAL llame a las cosas por su nombre, y denuncie lo que ha de ser denunciado. En La Habana, la Reunión Ministerial del Comité de Palestina, que sesionará este miércoles, abordará nuevamente la cuestión, y previsiblemente reiterará lo que es voluntad expresa de la comunidad internacional: Israel debe desmantelar sus colonias en territorio palestino (incluida Jerusalén Oriental) y retirarse a las fronteras de 1967. En consecuencia, un Estado árabe soberano debe erigirse al lado del Estado sionista, como única salida a un conflicto que ha sido históricamente raíz de toda violencia en Medio Oriente.
Es preciso recordarlo una y otra vez. Los niños y adolescentes palestinos que comúnmente «mueren», necesitan que el mensaje de la justicia no deje descansar al sordo.