Aquello de al que velan no escapa, bien se le puede aplicar a la velocista estadounidense Marion Jones, quien recién dio positivo por eritropoyetina (EPO).
Ella estaba en evidencia desde el momento en que se destapó el escándalo del laboratorio californiano BALCO y entre los primeros casos detectados estaban otros velocistas como la «arrepentida» Kelli White y Tim Montgomeri, esposo de Marion.
Desde entonces la tricampeona olímpica se vanaglorió de que jamás caería en el error de consumir algún medicamento prohibido, pero al mismo tiempo eludió posteriormente muchísimos compromisos.
El Grand Prix de Zurich, pactado para el viernes último, deviene el ejemplo más reciente. Todo parece indicar que la corredora recibió la noticia del positivo en la propia ciudad suiza y pocas horas antes de la prueba puso pies en polvorosa.
Precisamente en la noche del viernes The Washington Post reveló el suceso en su edición digital, adelantándose al comunicado que emitió al siguiente día el Laboratorio de Los Ángeles, donde se analizó la muestra de orina tomada el 23 de junio último.
De inmediato la primicia causó malestar en la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF), cuyo secretario general Pierre Weiss, comentó:
«Nos enteramos por la prensa de la situación de Jones. La competencia donde dio positivo ocurrió mucho tiempo atrás (en junio) y lo más normal es que se tarden dos semanas. Hay otros laboratorios que son más eficientes que el de Los Ángeles».
Otro excepcional velocista, Justin Gatlin, atraviesa desde hace pocas semanas por una situación parecida. La única diferencia es que al recordista mundial de los 100 metros le detectaron testosterona en lugar de EPO.
No creo que sean casos aislados. Ambos atletas fueron entrenados por Trevor Graham, implicado como denunciante cuando la situación del laboratorio BALCO, escándalo a mi criterio aún sin dilucidarse por completo, porque todo parece indicar que hay muchas aristas sin analizar.
Las reacciones no se han hecho esperar. Dick Pound, titular de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) fue categórico al aseverar que esta situación demuestra hasta dónde pueden llegar los deportistas si saben que una droga podrá elevar su desempeño «aunque sea en un uno por ciento.»
Gary Wadler, otro especialista en el tema, añadió: «Es que los atletas no aprenden aún después de que sus colegas hayan sido detectados», en clara alusión no solo a Marion y Justin, sino al ciclista Floyd Landis, ganador del exigente Tour de Francia, también centro de fuerte polémica por estos días en Estados Unidos.
Tanto las autoridades del Comité Olímpico norteamericano, como las de su entidad antidopaje (USADA) se han mostrado partidarios de actuar con firmeza y transparencia.
El éxito del empeño no resulta fácil. Son muchos los intereses económicos que se mueven detrás de cada actuación de un atleta encumbrado en ese y en otros muchos países.
Todo está en concordancia con los galopantes índices de comercialización que dominan en buena medida los destinos del deporte mundial.
Ahí están los baldíos intentos por echar la batalla contra el dopaje en las Grandes Ligas del béisbol en Estados Unidos, pero son muchos los millones de dólares que se mueven como parte directa de todo ese engranaje.
Sin hurgar demasiado entonces llegaremos a la conclusión de que Tim Montgomery, Kelly White, Justin Gatlin, Floyd Landis o Marion Jones no actuaron deliberadamente. Son parte de la pudredumbre de un sistema social que los utiliza al mismo tiempo que los devora.