Esa última semana, por razones obvias, me he puesto a leer algunas páginas que se difunden desde Miami. El viernes pasado elegí una pieza que merecía el comentario. Ayer encontré esta otra, que cito en sus párrafos más llamativos: «Claire Weinbach recuerda una Cuba en la que las familias pasaban los fines de semana disfrutando del mar cristalino, los niños jugaban en los verdes parques y los seres queridos se reunían para disfrutar de espléndidas comidas. Weinbach tiene 76 años y es judía, nacida en Bélgica, y dice que algunos de sus mejores recuerdos son de los nueve años que vivió en la Cuba precastrista, un lugar que ella describe como “el paraíso”. “Llegué a La Habana y me enamoré de la ciudad”, dice Weinbach, que ahora vive en Hollywood. “Allí todo el mundo amaba la vida”».
Parece que también nos quieren hacer la guerra «a pasado». Aceptemos, pues, la invitación. Y empecemos admitiendo que, en efecto, para la clase media y la clase y las capas superiores, la Cuba previa a 1959 era un paraíso. Y la señora Weinbach, esposa de un joyero acomodado, disfrutaba de las gangas que le ofrecían las circunstancias edénicas en que ella y su familia vivían. Podían, desde luego, amar la vida. Lo que ocurre es que la señora habla de la feria según le fue en ella. Y quien goza del bienestar cree que los demás también reciben su cuota de dicha. Así, por lo común, reaccionan los seres humanos. La vida plácida produce una enfermedad en los ojos de la conciencia que puede nombrarse astigmatismo espiritual. El que habitualmente anda en automóvil, ¿puede pensar que otros hacen el recorrido a pie? O quien come caviar ¿puede creer que exista gente que nunca haya comido pescado?
Yo guardo un testimonio que contradice a la señora Weinbach. No es personal. No voy a contar mi infancia llena de carencias básicas, o de mi padre desempleado, o de mis amigos muertos en la niñez por la acción del tétanos… Mi testigo es otro: una encuesta. Creo que ya nadie recuerda en Miami ese folleto, ni habrá de aparecer en los ficheros de las bibliotecas públicas de aquella ciudad. Porque es un mentís a esa propaganda que pretende generalizar un bienestar que solo usufructuaban las clases dominantes, siempre minoritarias. Yo lo conservo desde 1962. Se titula Por qué reforma agraria, y recoge la encuesta que la Agrupación Católica Universitaria (ACU) aplicó en 1957 entre la población rural de Cuba. Nadie acusará de «comunistas» o «revolucionarios» a cuantos indagaron en la realidad cubana de entonces. Incluso advirtieron que lo habían hecho para impedir que el comunismo avanzara en Cuba.
Leamos unas líneas de la presentación: «La ciudad de La Habana está viviendo una época de extraordinaria prosperidad, mientras que en el campo, y especialmente los trabajadores agrícolas, están viviendo en condiciones de estancamiento, miseria y desesperación difíciles de creer. (…) La población trabajadora agrícola, que se puede calcular en 350 000 trabajadores y dos millones cien mil personas, solo tiene un ingreso anual (…) a pesar de constituir el 34 por ciento de la población, (del) 10 por ciento de los ingresos nacionales».
La encuesta de la ACU, muchos de cuyos miembros se marcharon a Miami después de 1959, afirma que el índice de desnutrición entre los pobladores rurales era del 91 por ciento. Solo el 3,36 de los entrevistados comía pan; menos del uno por ciento, pescado; solo el 4, carne; el 2,12, huevos. En otro aspecto, presuntamente el 14 por ciento de los encuestados padecía o había padecido de tuberculosis; un 36 declaró que estaba parasitado. Y solo un 8 por ciento recibía atención médica gratuita del Estado.
No sigo. El folleto cuenta con 63 páginas atiborradas de datos parecidos. Los mismos autores defendieron la validez de su estudio de acuerdo con índices de fiabilidad estadística. Claro, unos dirán que exageraron. Pero, evidentemente, la señora Weinbach no es un criterio confiable. Ella pudo ignorar esa realidad. El brillo de los diamantes que tallaba la mano experta de su esposo, no le permitía ver los reflejos grises de nuestra sociedad. Incluso, la encuesta de la ACU no consideró a los obreros.
No, señores: los problemas actuales de Cuba, que existen, no entran en la jerarquía de la desesperanza y la desolación. Si vamos a discutir, discutamos con honradez.