«No había venido a Pinar del Río porque tuve necesidad de permanecer en La Habana durante varios días. Tal era el fervor revolucionario de esta provincia, tan grandes han sido sus méritos en esta lucha, que durante el trayecto entre Oriente y La Habana me llegaron las insinuaciones de numerosos compañeros, pidiéndome que antes de llegar a La Habana viniese a Pinar del Río.
«No era posible, sin embargo, detener la marcha de toda la columna para hacer un rodeo por la provincia de Pinar del Río, y yo les respondía a esos compañeros: “No se preocupen, que a Pinar del Río no lo tenemos olvidado, que a Pinar del Río iremos», así explicó Fidel a los pinareños la noche del 17 de enero de 1959, las razones que le habían impedido llegar antes a Pinar.
La multitud prestaba total atención al Barbudo. El silencio era extremo, la disposición de los audios no favorecía la escucha y nadie quería perderse lo que tenía por decir. La llegada de la caravana a Vueltabajo, el discurso certero, transparente, que no hacía promesas, sino que pedía a todos trabajar junto a la Revolución por los sueños de entonces, hizo que el pueblo se llenara de esperanzas y que aquella noche fuese para siempre un parteaguas en la historia de esta provincia.
La Cenicienta de Cuba no sabía de Educación y Salud de calidad, no sabía de oportunidades y derechos; apenas conocía de promesas no cumplidas, y sí mucho de tiranía, de maltratos, de jóvenes revolucionarios asesinados, de tristeza y penurias.
«Yo no vengo a hacer demagogia aquí: yo lo que vengo es a decirle al pueblo la verdad. Yo no vengo a exaltar las pasiones, pero sí quiero mantener el temple del pueblo y el estado de ánimo necesario para afrontar cualquier vicisitud. (…) Sé que hay muchos hombres necesitados, muchos enfermos sin hospitales, muchos niños sin escuelas… pero no resolveremos el problema de uno ni de dos, resolveremos el problema de todos (…)», dijo el líder.
Después de esas palabras el pueblo fue otro. Fidel habló de la manipulación mediática, de la campaña contra Cuba, de todo el camino que habría que desandar, que construir, y que sabía sería difícil, pero no imposible. Era de noche cuando llegó a la ciudad, tras hacer paradas obligatorias en su trayecto. En Artemisa otro mar de pueblo lo había abrazado.
En Pinar, en la legendaria intersección de la calle Martí y la avenida Rafael Ferro, una rastra serviría de tribuna al hombre que había bajado de la Sierra con una mochila llena de ideas de justicia, de proyectos; a ese que solo tenía la certeza de que las cosas en lo adelante serían complejas.
En esa misma intersección hoy ondea una bandera cubana, y cada 17 de enero los jóvenes reeditan la entrada gloriosa de Fidel. Todavía si se hace silencio se escuchan retumbando en las paredes del Milanés y la ferretería aquellas primeras palabras suyas: «¿Se oye, se oye?», y cada vueltabajero aguzó el oído para entender en palabras del Comandante, los senderos del futuro de la Revolución.