Trump pretende gobernar por decreto. Autor: AP Publicado: 01/03/2025 | 08:02 pm
La administración de Donald Trump está haciendo todo lo posible para proyectar poder y una sensación de empuje indetenible en sus primeros días como presidente. Sin embargo, a pesar de toda la palabrería, tanto su presidencia como su proyecto político son más frágiles de lo que pueden parecer.
El punto de partida debe ser ubicarlo en los rasgos del momento en el cual, inesperadamente, hace una década, saltó con éxito a la política y, a la par de ello, atender a los rasgos actuales y dilemas que enfrenta la sociedad estadounidense, dada su paulatina declinación social y como potencia predominante desde hace unos 50 años.
En otras palabras, al margen de su figura, el papel y la impronta de Trump en la política estadounidense debe considerarse sobre la base del momento que vive el país, los cambios que ha experimentado, sus muy serias fracturas sociales y políticas, en una etapa en que la élite dominante busca salida a los desafíos que su decadencia le plantea y las medidas para contrarrestar ese reto.
Pretender precisar quién es Donald J. Trump, cuál es el significado de su emergencia y hacia dónde conducen sus impulsos políticos no es tarea fácil, tampoco inviable, aunque se trata de una personalidad difícil.
Propongo distanciarnos de algunos de los análisis o descripciones despectivas, como las apreciaciones basadas en un marcado miedo y angustia por sus posibles acciones, pues no aporta nada ningunearlo o maldecirlo. Tampoco es conveniente ni realista sobrestimar sus muestras de aparente fuerza y empuje inicial.
Trump ha contado escasamente con el respaldo de la mitad de la población adulta estadounidense y las encuestas, que indicaban un sólido comienzo de mandato, ya van dando señales de pérdida de popularidad. Además, importa reiterar que no tiene detrás de él a la mayoría de los sectores oligárquicos.
De las pretensiones y arrogancia de sus medidas iniciales —algunas bastante heréticas, abusivas y hasta inconstitucionales—, varias de ellas son simbólicas, mientras otras ponen a prueba y fuerzan límites legales de su autoridad como presidente, mucho más allá de cuanto han intentado los presidentes anteriores.
Algunas medidas manifiestan la intención de echar atrás casi todas las directivas y acciones del Gobierno de Joe Biden, en su mayoría no parecen improvisadas, pero probablemente no todas resulten en cambios tangibles, y hasta ni siquiera podrán sobrevivir las batallas legales.
Da la clave el titular de un artículo reciente del prestigioso sitio Politico.com: «Las medidas ejecutivas de Trump tienen más fuerza esta vez, pero muchas son solo poses», y también fanfarronadas y amenazas con las cuales espera obtener concesiones y beneficios.
Se trata, en ciertos casos, después del shock, la negación y la ira, lograr doblegar y sentar a la mesa de negociación, quizá en desventaja, a opositores y a países que son blanco de sus políticas, como se revela en uno de los varios libros publicados años atrás bajo la firma o autoría de Trump, The Art of the Deal (El arte de la negociación).
El que su figura, sus maneras y sus políticas, incluso sus atroces muestras de insensibilidad, produzcan lógico rechazo no son idóneas para arribar a buenas conclusiones. Pese a sus ímpetus, como Gobierno, obviamente, Trump no puede mandarse solo ni disponer en solitario, aunque al propio tiempo, al estar al frente de la todavía principal y más agresiva potencia mundial hay que tomarlo en serio.
No pocos han señalado que Trump y su rápida proyección a los primeros planos de la política son expresión y consecuencia de la crisis que vive el país: desindustrialización, polarización política, regionalismo exacerbado, comunidades segregadas sin experiencias compartidas, las fracturas económico-sociales, políticas, religiosas y regionales que atraviesan a la sociedad.
En el plano internacional, entre otros desafíos: la conformación de un mundo multipolar, la emergencia de países que buscan su espacio en el concierto de naciones y el dinámico despliegue global de una China que compite con éxito en los campos del crecimiento, el desarrollo tecnológico, el comercio, en su inserción a lo largo del planeta, y que se empodera también en sus capacidades defensivas.
De momento, el Presidente parece estar en condiciones de llevar adelante su agenda, pero los desarrollos y las dificultades en ambos ámbitos de crisis, unido a las contradicciones estructurales al seno de su coalición MAGA (Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo), le plantean un serio desafío.
También forman parte importante del contexto las contradicciones entre diversas corrientes del establishment estadounidense y el debate que tiene lugar en sectores de la élite, cuando el mundo ha estado alejándose de esta era de hegemonía global estadounidense.
Trump aprovechó tal contexto con habilidad y con marcada capacidad de manipular grandes masas, en una coyuntura donde se han deteriorado sus ingresos, y millones dan muestras de resentimiento y de rechazo a los políticos de Washington y a las élites tradicionales.
Desafíos de oligarcas y bases sociales
Donald Trump, por su origen, es, sin dudas, parte de sectores relativamente marginales de la oligarquía; pero debemos tener en cuenta que logró acceder a la presidencia en 2017 sin contar con el claro respaldo de lo más rancio e influyente de ese poder. Ahora, en esta segunda presidencia, cuenta entre otros con el respaldo de un sector o nueva élite, igualmente reaccionaria, de supermillonarios prepotentes al frente de las nuevas tecnologías. Pero, ¿cómo conciliar esas influencias con una base social en buena medida preterida por el sistema?
No obstante, se puede considerar que el presidente Trump es como la personificación de un proyecto de élite, alternativo al modelo que está en quiebra, pero no alejado sustantivamente de la naturaleza imperialista del resto de la minoría rectora.
Las promesas de campaña y sus declaraciones como presidente electo anunciaban, aparentemente, conflictos políticos de todo tipo y guerras comerciales. Sus poses podemos considerarlas resultado de un cálculo y no el simple producto de una personalidad narcisista. Con su exagerada bravuconería, ¿se trata en realidad de la inminente ejecución de medidas extremas o busca comenzar toda negociación con las máximas exigencias posibles y alterar el comportamiento de sus contrincantes?
Ciertamente, el mandatario y su equipo parecen favorecer los instrumentos económicos y comerciales, y la utilización de estos para presionar a nivel internacional, supuestamente por sobre el involucramiento en acciones militares, sin que realmente quiera o pueda lograr detener la ascendencia y enorme poder de la maquinaria militar y sus acólitos sobre la política exterior del imperio.
Volviendo a lo antes dicho: ¿qué hay detrás de algunas de sus posturas iniciales? Por ejemplo, parece no querer priorizar, de momento, los posibles conflictos con Rusia e Irán, que durante mucho tiempo han sido y siguen siendo noticia. Probablemente, percibe como particularmente improbable ganar algo de ellos en lo inmediato.
Pero como tiene que dar algo de material a los medios de comunicación y a sus seguidores, está generando nuevos conflictos, entre ellos en nuestra región, que calcula que le podrían resultar ganables. Al propio tiempo, al alienar a amigos y vecinos, podría generar reacciones que, a la larga, le resulten costosas o, aún peor, Estados Unidos estaría debilitando una de sus mayores fuentes de influencia y poder internacionales: su pretendido papel como garante del orden global.
Por otra parte, sí parece que su accionar y algunas de sus políticas se insertarán como un factor más en el incremento de la polarización, existente en todos los sentidos e incrementada en el plano doméstico. Impulsado por el movimiento MAGA, que él encabeza, y por muchos de los sectores disfuncionales que le sirven de base, el presidente Trump «genera ruidos» dentro del sistema, al tiempo que carece de posibilidades o intenciones que le permitan superar las muchas fracturas de la nación, y, por tanto, no es instrumento de muy amplio consenso.
Trump necesita mantener legitimidad ante sus propias filas de seguidores, equilibrar las posturas y las expectativas que generó, sin que lleguen a ser consideradas una traición entre esa abigarrada y contestataria base social.
¿Cómo evitar que el estado de ánimo público cansado de la guerra que lo llevó al poder, le envenene lentamente su agenda interna o internacional?