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Crímenes que alarman al mundo

En un alarde de impunidad total, Israel lanzó sobre la ciudad de Beirut sus poderosos bombarderos estadounidenses F-35 y en pocos segundos redujeron a polvo cuatro edificios residenciales en una barriada de mayoría musulmana chiita. Pocos minutos después, un vocero militar sionista anunció regocijado desde Tel Aviv la eliminación física de Hassan Nasralla, líder del movimiento de Resistencia Libanesa Hezbolá

Autor:

Leonel Nodal

La brutal operación terrorista y el masivo saldo de víctimas, incluyendo niños y mujeres, provocó el más profundo dolor y la ira ante el incalificable crimen que priva de uno de sus líderes más lúcidos y eficaces a las fuerzas patrióticas del País de los Cedros, víctima de una larga cadena de brutales agresiones sionistas.

El asesinato de Nasrallah y otros dirigentes de Hezbolá ocurrió mientras en Naciones Unidas el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu pretendía justificar la guerra genocida en los territorios palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, así como en Líbano, en medio del repudio de numerosas delegaciones que abandonaron el Plenario.

El terrorismo cibernético anticipó el crimen

En las vísperas de masivos bombardeos aéreos desatados contra Beirut y otros poblados libaneses, a lo largo de la semana, Israel hizo estallar simultáneamente miles de beepers y walkies-talkies en todo el territorio libanés. Decenas de muertos y miles de heridos desataron un caos jamás visto.

Todo estaba preparado para sembrar el pánico en la población, con el pretexto de desmantelar la capacidad militar del movimiento político militar Hezbolá. Una  venganza ejemplarizante, según el rencoroso dictamen del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, por su apoyo solidario a la resistencia palestina en Gaza.

A poco menos de diez días de cumplirse un año de la devastadora guerra de exterminio en Gaza sin poder alcanzar cualquiera de los objetivos que prometió, con un fuerte movimiento de repudio a su gestión en contra, Netanyahu decidió abrir un nuevo frente, con el objeto de distraer la atención de sus fracasos.

Un año después de la sorpresiva acción militar de Hamás del pasado 7 de octubre de 2023, el jefe del Gobierno israelí de la más recalcitrante extrema derecha y religiosos ultraortodoxos, consiguió reducir a escombros a la minúscula Franja de Gaza. Más de 41 500 palestinos, de ellos dos tercios mujeres y niños, y más de 96 000 han sido heridos y mutilados, pero la Resistencia sigue causando bajas a su ejército. Por otra parte, decenas de miles de ciudadanos judíos salen cada semana a las calles a reclamar un cese el fuego y un intercambio de prisioneros con Hamás, una alternativa que sus aliados en el gabinete rechazan bajo amenaza de abandonarlo a su suerte. Es decir, volver a los tribunales a enfrentar tres procesos por corrupción.

Y a eso se añade la apertura pendiente de una investigación judicial por su responsabilidad, al no imaginar ni prevenir la sorprendente acción palestina desde Gaza el adverso 7 de octubre.

La dolorosa espina libanesa de Hezbolá

Líbano, la histórica cuna de los Fenicios, se convirtió en tierra de asilo de decenas de miles de refugiados árabes expulsados de sus hogares a partir de 1948, tras la implantación del Estado de Israel en Palestina, a instancias de Gran Bretaña y Estados Unidos.

Y ya desde entonces los colonos judíos atraídos por las promesas del los líderes sionistas también mostraron sus apetitos por las aguas y fértiles tierras que bordean el río Litani, en el sur del país, para algunos de sus ideólogos parte del territorio bíblico del Gran Israel.

En junio de 1982 el ejército israelí invadió al Líbano con el fin declarado de eliminar la presencia de la dirigencia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) asentada en Beirut. La masiva agresión de entonces, por aire, mar y tierra, durante tres meses, dejó un saldo de más de 20 000 muertos, decenas de miles de heridos y mutilados, palestinos y libaneses.

Tras una feroz resistencia, la dirigencia de la OLP encabezada por Yasser Arafat aceptó evacuar el país, pero las tropas sionistas se quedaron con la pretensión de dejar instalado en Beirut un Gobierno aliado, afín a sus intereses, y ocuparon una extensa porción del territorio nacional.

Fue entonces cuando surgió Hezbolá, como una poderosa y creciente fuerza político-militar integrante de la Resistencia patriótica libanesa, decidida a expulsar a los ocupantes. 

Israel tuvo que hacer frente a una cruenta guerra de desgaste y finalmente Hezbolá obligó a Tel Aviv a retirar sus tropas en 2000, tras sufrir cuantiosas bajas y pérdidas, sin alcanzar sus objetivos. Una derrota sin precedentes.

Desde entonces Hezbolá creció y se fortaleció como un Partido Político, integrante del Parlamento y una fuerza militar en defensa de la soberanía nacional.

Asimismo, se convirtió en un integrante clave del Eje de la Resistencia que se ha ido forjando en Oriente Medio, tras la victoria de la Revolución islámica en Irán (1979) y las invasiones y guerras por el dominio hegemónico en la región de Estados Unidos a Irak, Libia, Siria, Yemen, y su apoyo total al apartheid colonial israelí en Palestina.

Terroristas y patrocinadores del terrorismo

Las explosiones de los medios electrónicos del 17 y 18 de este septiembre ocurrieron en supermercados abarrotados, en calles y avenidas de mucho tráfico, escuelas, hospitales y hogares. El ataque hirió y hasta mutiló a más de 3 000 personas y una semana después se contaban cerca de 50 víctimas fatales, entre ellos mujeres, madres de familia y niños.

«Israel no ha confirmado ni negado ningún papel en las explosiones», informó The New York Times, «pero 12 funcionarios de defensa y de inteligencia actuales y anteriores que fueron informados sobre el ataque dicen que los israelíes estaban detrás de él, describiendo la operación como compleja y de larga preparación».

Hasta el exdirector de la CIA estadounidense, Leon Panetta, en una entrevista con la emisora CBS, catalogó de «terrorismo» el sin precedente ataque israelí con beepers y walkie-talkies en el Líbano.

La hipocresía de siempre, la misma que rehusó afirmar o negar innumerables ataques aéreos a Siria, incluyendo a la embajada de Irán en Damasco. Ya desde que comenzó la guerra genocida en Gaza, el ejército y la aviación israelí también lanzaron bombas de fósforo en territorios del sur libanés  y han asesinado a más de 500 libaneses en todo el país.

El secretario general de la ONU, António Guterres, alertó que «la lógica de hacer explotar todos estos artefactos es propia de un ataque preventivo antes de una operación militar importante».

«No podemos seguir así», diría  Guterres pocas horas más tarde en un inquietante discurso durante la apertura de la sesión anual de alto nivel de la 79na. Asamblea General.

Como siempre, la guerra significa más armas para Israel y más dinero para las corporaciones de defensa estadounidenses.

El jueves, el Ministerio de Defensa israelí anunció que obtuvo 8 700 millones de dólares en ayuda militar de Estados Unidos para apoyar sus «esfuerzos militares en curso», es decir, la matanza genocida en Gaza y la dramática escalada de Israel en Líbano.

La complicidad del terrorista y sus patrocinadores no se oculta, ni será incluida en listas de castigo.

La guerra sucia israelí y sus acciones terroristas secundadas por la Casa Blanca pretenden ignorar una nueva Resolución de la Asamblea General de la ONU, adoptada pocos días antes, que exige a Israel «poner fin a su presencia ilegal en el territorio palestino ocupado» a más tardar en 12 meses.

El texto obtuvo 124 votos a favor, 14 en contra y 43 abstenciones. Por supuesto, entre los países que votaron en contra están Israel y Estados Unidos.

El documento aprobado se basa en la respuesta que dio la Corte Internacional de Justicia, en julio, a una consulta del organismo mundial, en la que subrayó que la presencia continuada de Israel en el territorio palestino ocupado es ilegal, así como su obligación de cesar de inmediato cualquier nueva actividad de asentamiento y evacuar a todos los colonos, una verdadera fuerza paramilitar sionista.

Más claro ni el agua. Un buen punto de partida para una solución justa y duradera del conflicto. Pero no es esa la intención de Netanyahu y los extremistas de Israel.

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