El proceso venezolano sobrevive y se desarrolla en su dura ausencia. Autor: AFP Publicado: 04/03/2023 | 09:27 pm
«Afortunadamente, esta Revolución no depende de un hombre», le dijo Hugo Chávez a su pueblo con sentido doblemente premonitorio el 8 de diciembre de 2012, tres meses antes de que ocurriese lo que los buenos venezolanos entenderían como un «supuesto negado»… La muerte que para ellos, y para muchos en el mundo, ha sido «su siembra».
Diez años después del triste 5 de marzo de 2013, la vida sigue demostrando que el más grande patriota venezolano después de Simón Bolívar, y su mejor discípulo, llevaba razón. El proceso venezolano sobrevive y se desarrolla en su dura ausencia.
Evocando su obra, jamás podrá repetirse la frase triste que, solo y desterrado, con las fuerzas libertarias fraccionadas y víctima de traiciones y desengaños, pronunció Simón Bolívar sin prever el alcance de su gesta y su ideario, y que tanto conmoviera al nuevo líder de Venezuela y Latinoamérica: No, Bolívar no aró en el mar. Y tú, Chávez, tampoco...
Para entonces, la consigna «Chávez somos todos», lanzada con valor e inteligencia por él mismo desde la campaña con vista a las elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012 que ratificaron su liderazgo, inundaba las plazas venezolanas y de algún modo alertaba que podría sobrevenir lo que nadie habría deseado.
Preocupado más que todo por la continuidad del proceso refundador que había iniciado a partir de su llegada al poder el 2 de febrero de 1999, Chávez personalmente y con toda urgencia se encargaba de fortalecer, como uno de sus más importantes legados, la unidad imprescindible, y calzar los nuevos liderazgos que deberían complementarse para mantener la Revolución tras su partida —por duro que pudiera parecerle a un hombre tan amante de la vida—, y luego de que, con un esfuerzo postrero pero, sobre todo, gracias al arraigo que había logrado en su pueblo, desarrollara con éxito la campaña que le ratificó en la presidencia.
Con ello garantizaría la permanencia del bolivarianismo en el poder, si su salud, como entonces se presumía, hubiera estado totalmente recuperada. Pero, después, los hechos dijeron que no era así.
Desde que se diagnosticó la enfermedad, a mediados de 2011, él había enfrentado y combatido el cáncer que de modo inesperado —sospechosamente, para algunos— se instaló en su cuerpo robusto y provisto de un organismo saludable.
Lo afrontó con la misma entereza y osadía con que, siendo un joven teniente coronel dentro de la oficialidad bolivariana forjada en el ejército para esa época, lideró el alzamiento que el 4 de febrero de 1992 anunció los nuevos tiempos por venir, y plantó la semilla de la más importante batalla por la soberanía: la Revolución Bolivariana que materializaría los sueños de su paradigma, el Libertador.
Después de acometer, con inteligencia y sus inquebrantables alegría y optimismo, el trascendente reto de cambiar desde su base el país mediante lo que él llamó «una revolución pacífica» —el segundo proceso de cambios en Latinoamérica después de la Unidad Popular forjada en Chile por Allende, establecidos ambos mediante las urnas—, la lucha por su salud constituía para Chávez una batalla «adicional, imprevista, repentina para mí y para todos nosotros, porque tengo la dicha de sentirme acompañado, de no ser un solitario…».
En efecto, miles de cirios se habían encendido ya esa noche y durante muchas otras en los humildes altares de los hogares venezolanos, acompañados de los rezos que pedían conmiseración a la virgen y más vida para el hombre que había devuelto la felicidad al pueblo, un concepto retomado de Bolívar cuya concreción resultaría primordial para él, y que tiene asiento en la alegría de vivir y la consecución del bienestar del pueblo. Conquistar la mayor suma de felicidad, solía decir.
Como tantas otras veces, aquella alocución del sábado 8 de diciembre de 2012, iniciada poco después de las 9:30 de la noche y transmitida en cadena nacional, fue una suerte de conversación radiotelevisada con el pueblo durante la cual solicitaría autorización a la Asamblea Nacional para volver a Cuba, donde se atendía, y someterse a una nueva intervención quirúrgica pues el padecimiento, que parecía vencido unos meses atrás al iniciarse la campaña electoral presidencial, había resurgido con indeseada saña.
La relación personal entre Chávez y Fidel fortaleció el intercambio entre los pueblos cubano y venezonalo.Foto: AP.
Para nadie podía pasar inadvertido que se trataba de un momento histórico en que el líder más popular, carismático, querido y trascendente de Venezuela después de Bolívar, proclamaba, públicamente ante el pueblo, su testamento político. Ese gesto engrandeció su altura de estadista.
Además del permiso que formalmente, y siguiendo las pautas de la Constitución, solicitaba, Chávez materializó entonces la estratégica tarea de pedir respaldo para quien, siendo entonces su Vicepresidente, debía concluir los 22 días que a la sazón quedaban de mandato si sobrevenía «alguna circunstancia» que lo inhabilitara; pedía apoyo para ese alguien que, además, y por sus cualidades, Chávez entendía que debía ser el candidato de la Revolución si, dadas las circunstancias de su ausencia y como dictaba la Constitución, había que volver a convocar a comicios.
Que «en ese escenario (…) ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón», dijo, en lo que calificó como «de lo más importante» que había ido a decir a Venezuela ese día, a pesar del esfuerzo del viaje y la necesidad de continuar su tratamiento en Cuba.
«En cualquier circunstancia, nosotros debemos garantizar la marcha de la Revolución Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución…», advertía, y recordaba la nueva campaña electoral en marcha de cara a las entonces cercanas elecciones de gobernadores, que también darían el triunfo a las fuerzas revolucionarias.
Y se lamentaría, más adelante: «En el marco de este mensaje que, por supuesto, jamás hubiese querido transmitirles a ustedes, porque me da mucho dolor, en verdad, que esta situación cause dolor, cause angustia a millones de ustedes pues hemos venido conformando un solo ente; porque —como decíamos y decimos— ya Chávez no es este ser humano solamente, Chávez es un gran colectivo, como decía el eslogan de la campaña: “Chávez, corazón del pueblo”. Y el pueblo está aquí, en el corazón de Chávez».
Aquella fue su última intervención pública. Aunque negados a creer, muchos adivinaron que podría tratarse de su despedida.
Chavismo sin Chávez
Si la supervivencia de la Revolución Bolivariana hubiese dependido de un hombre, incluso de este gran hombre, el pueblo, eje principalísimo de la resistencia de Venezuela, habría sucumbido al desgaste social provocado por la agresión estadounidense mediante el acoso económico, y el poderío de Washington estuviera ahora en función de salvaguardar la derecha oligárquica —hipotéticamente, otra vez en el poder— como lo hizo durante décadas de lo que Chávez llamó «la 4ta. República».
Nicolás Maduro ha sido, en efecto, su fiel y aventajado continuador —alguna vez, de modo metafórico, se ha catalogado como «su hijo»— y, con las imperfecciones que pueda o no tener —una valoración que solo los revolucionarios venezolanos podrían hacer— el chavismo sin Chávez se ha concretado como una realidad posible, erigida con lealtad sobre los cimientos que él plantó en sus 14 años de ejecutoria desde la presidencia.
Así como, luego de 1959, el ejemplo de la Revolución Cubana fue motivación y paradigma para los inconformes que en Latinoamérica aspiraban a la verdadera soberanía y a lo que hoy se conoce como el «otro mundo mejor» y «posible», el socialismo del siglo XXI proclamado por Chávez ya en otro contexto histórico y mundial, sentó pautas acerca de la posibilidad, hoy, de un nuevo modelo frente al capitalismo y su expresión más reciente, el neoliberalismo.
La toma del poder mediante elecciones generales y la refundación, empezando desde abajo, con la proclamación de una nueva Constitución que cambiara las leyes y refundara al país, fue la piedra angular para forjar su 5ta. República, y la vía seguida por otras naciones que ajustaron los pasos dados por la Revolución Bolivariana, a sus realidades nacionales.
Así ocurrió tras la llegada de Evo Morales y el MAS al Gobierno de Bolivia, en enero de 2006 y, un año después, con la irrupción del ecuatoriano Rafael Correa y su recién fundado movimiento Alianza PAÍS, en la presidencia.
Los cambios comenzaron a constatarse en Venezuela y desataron la agresión política y mediática de la derecha y Estados Unidos desde el temprano año de 1999 con la proclamación de las primeras Leyes-decreto al socaire de la llamada Ley Habilitante, y mediante las cuales se establecieron, entre otras más de 40 medidas, las nuevas legislaciones sobre los Hidrocarburos, la Tierra y la Pesca.
Con ellas se ampliaron los beneficios que recibiría el país de los ingresos concebidos por la explotación de su petróleo, se fijó la participación mayoritaria del Estado en las sociedades mixtas, y se proclamó la distribución de las tierras ociosas a favor del campesinado, entre otras decisiones provistas del mismo carácter nacionalista.
Fue aquella una acción demostrativa de que la Revolución, en efecto, era pacífica, pero no estaba inerme. A partir de allí empezaron los cambios y, desde luego, las agresiones para sacarlo del poder.
Chávez vislumbró la importancia del acceso a la cultura y a las prácticas deportivas de amplios sectores sociales.Foto: El Correo del Orinoco.
Poco después, la entrada en vigor de la nueva Constitución, aprobada por la ciudadanía en referendo en diciembre de ese propio año, terminó de consolidar las bases de la nueva estructura política y económica que Chávez ya veía como una necesidad al llegar por primera vez a Cuba en diciembre de 1994, a cinco años de distancia de su obtención de la presidencia, y ocasión en que tuvo lugar su primer y definitorio encuentro con Fidel.
Para entonces, el líder venezolano también tenía claro dónde estaba el enemigo de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños: «Hoy sigue siendo un objetivo histórico del imperialismo la eliminación de cualquier vestigio de nacionalismo o de patria en nuestras sociedades…», comentaría en alguna de las varias ocasiones en que usó de la palabra durante su estancia breve en la capital cubana, incluyendo la reveladora conferencia magistral que pronunció en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, institución que lo homenajeó, y donde lo acompañó el Comandante en Jefe.
Juntos, más tarde, y ya ambos como Jefes de Estado y colegas, emprenderían pasos hasta entonces impensados en favor de la integración y la solidaridad como la fundación del ALBA, y la puesta en vigor de dos iniciativas que demostraron las posibilidades de bienestar que la cooperación sincera podía brindar a los pueblos latinoamericanos y caribeños: la Operación Milagro y la misión educativa Yo, sí puedo.
En Cuba muchos pensamos que, por fin, Fidel había encontrado un compañero de luchas a su altura.
Compartiendo algo de las enormes riquezas naturales venezolanas en bien de los pobres, y no de las transnacionales, Chávez emprendería otros proyectos perdurables hasta hoy como la fundación de Petrocaribe, al tiempo que contribuía a la integración regional con el intento de reformular el Mercosur y la Comunidad Andina, la fundación de Unasur y el nacimiento de la Celac, forjada con el acompañamiento de otros líderes.
Podrá haber tiempos mejores y peores, y viento soplando a favor o en contra, pero su legado permanecerá incólume y seguirá siendo referencia para el progresismo de América Latina, así como nunca podrán olvidarse las enseñanzas de Bolívar.
Sí, Chávez aró en tierra fértil, y todavía podrán verse nuevos frutos de su siembra.
La actual generación de dirigentes chavistas ha dialogado con el máximo referente de la Revolución Bolivariana.Foto: EFE.