Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La nueva Colombia ya se ha calzado las botas

Gustavo Petro y el Pacto Histórico asumen hoy con camino avanzado, y aún más confianza de la sociedad

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No se ha sabido de otro gobierno en Colombia que asumiera con tanto camino desbrozado. Pasos relevantes para llevar a efecto su programa ya han sido dados cuando Gustavo Petro y el Pacto Histórico asumen hoy el poder, y todo indica que lo hacen con una confianza incrementada.

Uno de los más recientes sondeos se dio a la publicidad hace tres semanas y favoreció a Petro con el estimado positivo de un 64 por ciento de los consultados. Son unos 14 puntos porcentuales más que los obtenidos durante la segunda ronda electoral que le dio el triunfo.

Pero si los estudios de opinión no alcanzaran a expresarlo todo, valen también para palpar el respaldo con que asume, las expresiones de júbilo popular tras su triunfo y la receptividad con que han sido acogidas sus iniciativas entre el común.

Ese apoyo es el que se está viendo este domingo en los actos populares organizados para la toma de posesión, que por primera vez sale de entre las paredes de los salones cerrados para recibir a la gente bajo el sol, con el cielo como techo, en distintas plazas bogotanas.

El Pacto Histórico ha trabajado el traspaso —el empalme, como le llaman en Colombia— de una manera organizada y plural que ha demostrado desde ya capacidad para conducir la etapa que se abre, y con una fe en el consenso y la participación de los demás que es el Ábrete Sésamo para superar las difíciles metas por delante en una nación que ha parecido ser, de algún modo, «inmanejable».

Petro y el Pacto se han propuesto demostrar que con políticas sabias se puede. Y para Petro, esa sapiencia tiene una de sus aristas en el diálogo, que ha hecho partícipes del gabinete a representantes de distintas tendencias políticas, la equidad y la participación social.

Han precedido a la asunción, entrevistas, primero, con los principales contendientes, y fragua del consenso que ha ampliado el apoyo en el Congreso al convertir en aliados a partidos tradicionales o fracciones de estos; encuentros con indígenas y afrodescendientes, entre otros sectores postergados; reuniones con los gobernadores y alcaldes para fijar la hoja de ruta a transitar, y hasta una gira de la vicepresidenta Francia Márquez por Brasil, Argentina, Bolivia y Chile que ratificó la vocación latinoamericanista de este mandato y ratificó el apoyo de algunos de sus líderes.

Por añadidura, se han dado ya los primeros pasos para el restablecimiento de relaciones con Venezuela, y empieza a respirarse otro ambiente en la frontera común de más de
2 000 kilómetros, cerrada desde 2015. Su apertura nuevamente al comercio no solo significará garantías de paz a uno y otro lados de la línea de demarcación sino, además, una reactivación del intercambio que expertos calculan en el orden de los 1 200 millones de dólares al año.

Silencio de las armas con paz social

Todo este esfuerzo y despliegue previo ha sido consecuente con lo mucho que hay por realizar y que, de otro modo, sería difícil conseguir. Solo el propósito principalísimo de hacer prevalecer la vida sobre la muerte, que constituye el eje central del programa del Pacto Histórico, significa ya un enorme reto.

Al tiempo que se materializaba el traspaso mediante el plural y multifacético equipo de empalme encargado de recibir sectores y ministerios de manos de las autoridades salientes, la ejecución de un mínimo de tres matanzas y el asesinato de más de 20 líderes sociales y de ocho exinsurgentes solo en las semanas que median entre la elección de Petro y este domingo, ha recordado que la violencia es la primera asignatura pendiente.

Pero se trata de una violencia que trasciende el uso de las armas, la pervivencia de movimientos guerrilleros y el auge del narcotráfico, porque tiene su asiento en la injusticia.

Para revertirlo, el programa del Pacto Histórico no propone cambios estructurales que toquen la base del modelo capitalista. Pero apenas el deseo de dar voz, voto, y disfrute de sus derechos, a todos; la materialización de una reforma rural que desarrolle el campo y detenga la puja y el crimen por la posesión de la tierra; el propósito de potenciar la producción local y las exportaciones, y el empeño por cumplir cabalmente los Acuerdos de Paz mientras se negocia la dejación de las armas con las bandas narcotraficantes y los movimientos insurgentes en activo, suponen ya transformaciones trascendentes que, por sí solas, pueden contribuir a «hacer» otra Colombia.

En ese ámbito se han constatado noticias halagüeñas en el tiempo que media desde la elección del 19 de junio. No solo el guerrillero Ejército de Liberación Nacional —movimiento con que el saliente Iván Duque interrumpió las negociaciones de paz— se ha pronunciado a favor de retomarlas.

También han expresado ese deseo los combatientes de las antiguas FARC-EP que no se acogieron a los Acuerdos de La Habana y se mantienen sobre las armas, quienes han planteado al nuevo Gobierno la búsqueda de «un cese el fuego» y, por si fuera, poco, también connotadas organizaciones dedicadas al narcotráfico como el llamado Clan del Golfo, se han manifestado anuentes a ir a la mesa de negociación.

Estos últimos grupos, estimulados seguramente por una política de desmovilización que evade ahora el vocablo «sometimiento» y habla de «acogimiento», para significar que las decisiones llegarían mediante el diálogo, aunque algunas de las nuevas autoridades han afirmado que ello no significará pasar por encima a la justicia.

Proceso de pacificación, le ha llamado Petro a lo que se avecina.

Otro elemento a favor han sido, seguramente, los pronunciamientos del mandatario en contra de la extradición, que ha llevado lo mismo a capos que a patriotas guerrilleros como Simón Trinidad, a cumplir sus penas en las frías cárceles de Estados Unidos.

En opinión del Presidente, las sentencias deben cumplirse en el país. Este aspecto puede ser uno de los más novedosos a la hora de propiciar el desarme, y a pesar de estar poniendo en práctica, apenas, el ejercicio de la soberanía nacional.

El cese de toda la violencia armada es una de las aspiraciones que más expectativas genera en un país asolado por la muerte, el secuestro, la
extorsión, y el desplazamiento de decenas de miles de personas obligadas durante décadas a salir de sus terruños para evitar a los grupos ilegales armados, y no solo la violencia social.

Pero todavía habrá que bregar para que esos magníficos augurios cristalicen. 

Diálogo vinculante  

El sostén principal de la democracia participativa que se proclama está en el diálogo social, que desde su alocución del 19 de junio, Petro ha dicho será desde abajo y vinculante; es decir, que lo que se exprese y acuerde debe ser tomado en cuenta por los decisores y, de ser posible, materializarse.

Ese derrotero fue reiterado en días recientes por el Presidente, quien anunció esta semana que lo que emane de esos encuentros enriquecerá la propuesta programática conocida como Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026.

Se espera que su materialización forme parte de la ejecutoria gubernamental en sus primeros cien días. En diálogo con legisladores de su bancada, Petro remarcó que del proceso debe emerger capacidad de decisión de la gente. «Los diálogos sociales incidirán en las leyes y en la construcción del Plan de Desarrollo», afirmó el mandatario, quien manifestó el propósito de que la sociedad «tenga la capacidad de incidir en los artículos de la ley y en la distribución de los dineros públicos en los próximos cuatro años».

Petro abrió las puertas para ello tanto al bloque popular, «que es la mayoría de la sociedad, aquejada de innumerables problemas de deficiencias en la garantía de sus derechos», así como a «quienes se han privilegiado hasta este momento de lo que ha sido Colombia. Toda la sociedad encontrándose para dialogar y, en muchos casos, para encontrar caminos que antes se veían polarizados, antagónicos».

Para muchos debe parecer un sueño que la Nueva Colombia, propósito de la izquierda política y de la guerrilla colombiana desde hace tantas décadas, esté diseñada y presta a hacerse realidad, mediante la voluntad de los sectores sociales y populares que apostaron en las urnas a este proyecto.

Sí, la Nueva Colombia ya tiene las botas puestas. A partir de hoy, echa a andar.

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