En las sanciones en la mira de Washington está el destruir al gigante asiático. Autor: Falco Publicado: 19/06/2021 | 07:52 pm
EL bipartidismo hizo nuevamente su aparición en las cúpulas decisoras de Estados Unidos cuando el Senado recién aprobó —68 a 32—, una amplia legislación que tiene como objetivo competir con China y ganarle el liderazgo de este siglo XXI, con un gasto previsto cercano a los 250 000 millones de dólares.
Washington pretende alcanzar ese propósito mediante el subsidio a sus industrias, con financiamiento multimillonario de investigaciones de avanzada y otras medidas que abarquen prácticamente todos los aspectos de la relación entre el imperio que no quiere ceder terreno y el Gigante asiático.
Beijing es para la administración del demócrata Joe Biden el adversario o competidor a derrotar, y los republicanos ven igual amenaza al poder hegemónico global que todavía ostentan, pero que apunta a la decadencia.
Varias acciones tomadas por la Casa Blanca y otras entidades de Gobierno en los primeros cinco meses de Biden dejan claro esa intención, incluso en el plan de gastos del recién presentado presupuesto del Pentágono.
Con gastos por 715 000 millones de dólares el presupuesto militar para el año fiscal 2022 del Gobierno de Biden propone dejar de lado a los barcos y cientos de aviones para pagar los misiles hipersónicos de vuelo rápido y los buques de guerra de nueva generación. En la mira de esa redistribución del presupuesto del Pentágono está China.
Beijing los estremece
Veamos algunos pasos anteriores que pretenden reblandecer el impetuoso desarrollo de la nación asiática, que dan continuación al enfrentamiento comercial que inició Donald Trump en sus sanciones a Huawei, batalla que tenía en su fondo la lucha para impedir que China se convirtiera en el rey de la 5G y, por ende, líder de las comunicaciones en el mundo, ofreciendo su sistema al principal aliado estadounidense, Europa continental e insular.
En los primeros días de abril una nueva «lista negra» de Estados Unidos llevaba ya la firma de la administración Biden y a ella fueron a parar siete entidades chinas de la supercomputación, con el argumento de proteger la seguridad nacional. Los superordenadores que construyen son «utilizados por los actores militares de China, sus esfuerzos desestabilizadores de modernización militar y/o programas de armas de destrucción masiva», dijeron.
De esa manera el Departamento de Comercio, el del Tesoro y el de Estado denigraron e impusieron sanciones a Tianjin Phytium Information Technology, Shanghai High-Performance Integrated Circuit Design Center, Sunway Microelectronics, y los nacionales de Supercomputacion de Jinan, Shenzhen, Wuxi y Zhengzhou.
Gina Raimondo, la nueva Secretaria de Comercio de la administración Biden, expuso: «Las capacidades de supercomputación son vitales para el desarrollo de muchas armas modernas y sistemas de seguridad nacional, como armas nucleares y armas hipersónicas»… «El Departamento de Comercio utilizará todo el alcance de sus autoridades para evitar que China aproveche las tecnologías estadounidenses para apoyar estos esfuerzos desestabilizadores de modernización militar».
Dos cosas esenciales saltan a la vista en la declaración de la funcionaria: Estados Unidos posee esa tecnología de avanzada, por supuesto la emplea para su desarrollo militar y nadie puede dudar de su derecho; y negaba la inteligencia, el conocimiento, el talento innovador y la capacidad industrial de China para ser creadora de su propia tecnología.
No se trata solo de la investigación militar, que también existe, China acumula saberes y liderazgo en mayor número de superordenadores, crecimiento con implicaciones para la computación en la nube, para la investigación climática, en la mecánica avanzada y en la exploración del espacio cósmico.
De ahí la urgencia de Washington para que las sanciones restrinjan exportaciones e importaciones estadounidenses a esas entidades para que no contribuyan a su desarrollo y producción; y por eso no mencionaron que el Centro Nacional de Supercomputación en la ciudad oriental de Wuxi, es la casa del Sunway TaihuLight, el superordenador considerado el más rápido del mundo cuando fue lanzado en 2016 y sin usar ninguna tecnología estadounidense.
Siguieron los bombazos contra el fabricante de chips SMIC y el mayor fabricante de drones, SZ DJI Technology.
Una «guerra fría tecnológica», que Trump avivó también en otros ámbitos, se sigue extendiendo ahora y el enfrentamiento tiene la misma fuente de calentamiento reconocida: La nación que ha gozado y explotado su condición imperial de dominador del mundo, teme perder el liderazgo, y no precisamente mediante el alto costo material y humano que significan las guerras, al que acompañan la pérdida de prestigio y credibilidad.
En su primera conferencia de prensa, el presidente Joe Biden dedicó una buena parte al Gigante asiático, a ese elefante de paso contundente y arrollador.
«Veo una dura competencia con China», dijo. «China tiene un objetivo general (...) convertirse en el país líder del mundo, el país más rico del mundo y el país más poderoso del mundo. Eso no va a pasar en mi guardia, porque Estados Unidos va a seguir creciendo y expandiéndose».
Efectivamente, no va a ser «en su guardia» —que hasta quizá solo le dure cuatro años, o en el mejor de los casos para él, ocho—, porque la planificación científicamente ejecutada y comprobada hasta ahora por el pueblo chino para ese logro llega hasta el 2050…
Teniendo en cuenta la proyección estadounidense y un viejo método que le fue efectivo en buena medida, buscan involucrar a China en una guerra armamentista que desvíe hacia la destructiva e improductiva industria los recursos que deben propiciar su acelerado avance económico y el consiguiente bienestar social compartido con todo su pueblo.
Los disparos desde El Pentágono
El presupuesto militar presentado tiene detractores en las filas republicanas porque es algo menor al que tenía proyectado el derrotado Donald Trump y, por supuesto, en algunas de las fuerzas armadas, pero otras llevan la tajada, y en definitiva siempre gana el complejo militar-industrial. Mas lo interesante son las prioridades.
El 28 de mayo, en una declaración sobre el presupuesto, el secretario de Defensa Lloyd Austin dijo: «El presupuesto nos proporciona la combinación de capacidades que más necesitamos y se mantiene fiel a nuestro enfoque en el desafío del ritmo de la República Popular China».
Por eso pidió más de 112 000 millones para investigación, desarrollo, pruebas y evaluación, conocido como RDT &E, y ahí hay un aumento del 5 por ciento con respecto al presupuesto de 2021, sencillamente la petición más alta de la historia para ese acápite y con ello cumplen lo que no pocos mandos militares estadounidenses propugnan: que invertir en inteligencia artificial, capacidades espaciales y cibernéticas, en la robótica y en misiles hipersónicos les permitirá competir y ganarle a China.
El presupuesto rebaja el número de personal humano, sin embargo, eleva el del nuevo cuerpo militar, la Fuerza Espacial.
Y Austin ha resucitado un elemento icónico de la época de la Guerra Fría del pasado siglo, el «teléfono rojo», cuando el pasado jueves 10 de junio, en una audiencia del Comité de Fuerzas Armadas del Senado, sugirió «una línea de comunicación directa» con los militares y los miembros del Gobierno de China.
Pasando la responsabilidad de las tensiones al adversario, hablo de un supuesto comportamiento «agresivo» de China en la región indopacífica donde «algo podría suceder que podría provocar una crisis».
En esa misma audiencia el jefe del Estado Mayor de Estados Unidos, general Mark A. Milley, precisó: «Debemos asegurarnos de mantener nuestra ventaja competitiva y tecnológica contra esta amenaza. (...) La preparación, la modernización y el poder de combate son claves para disuadir la guerra y mantener la paz».
Así van las cosas… y todavía hay tela por donde cortar.
Una cosa cierta, el pulseo de Washington contra Beijing está disparado y un resbalón en las provocaciones (injerencia en asuntos internos, sanciones económicas y amenazas peligrosas en los mares colindantes con China) puede llevarlo al doblar de la esquina o a medio camino a una estrepitosa caída a medida que avanza este siglo XXI, porque a China se le puede aplicar lo que dice el proverbio africano: «el elefante no muere de una costilla rota».