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La oposición «dura» cabalga sobre el caballo enviado por Trump

Hay cientos de candidatos postulados y ya se conformaron las boletas con vistas a las elecciones legislativas del 6 de diciembre

 

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Capriles Radonsky apoya las elecciones frente a un pacto en contra fabricado por Juan Guaidó, que las desconoce; dentro de la propia oposición derechista, otra alianza donde se alinea parte de la vieja política escoge a candidatos, mientras el Gran Polo Patriótico, donde va el chavismo con fuerzas aliadas, ya presentó a sus 554 aspirantes: tal es el matizado retrato prelectoral de Venezuela cuando faltan todavía tres meses para las parlamentarias.

Cualquier proceso electoral resulta importante para un proyecto agredido que, mediante las urnas, ha logrado validarse una y otra vez a pesar del magma de descontento que provoca el cerco económico y financiero de Estados Unidos y que le ha obligado también, una y otra vez, a reinventarse.

Sin embargo, los comicios del 6 de diciembre tienen un énfasis especial. Primero, porque el propósito es renovar una Asamblea Nacional elegida en 2015 que desde entonces no legisla pues está en desacato, y ha sido rampa de lanzamiento de los más diversos pedidos intervencionistas al tiempo que sirve de excusa para condenar a Caracas. Hay que restablecer la plena institucionalidad y para ello es menester restaurar el Parlamento.

Segundo, porque nunca desde la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999 y la inauguración, por él, de la revolución pacífica, el país ha sufrido, en tan amplia magnitud y profundidad, la ojeriza traducida en asedio imperial, con el favor de esa derecha extremista que Chávez llamaba vendepatria.

Ahí está un hándicap para las fuerzas revolucionarias. ¿Hasta dónde y hasta cuándo —podrían preguntarse algunos— los amplios sectores populares que sufren las sanciones lograrán seguir viendo claro dónde están los victimarios y los agresores, sin ser manipulados por la estrategia imperial? Esa es una pregunta cardinal que otra vez se ventilará en diciembre.

Pero la decisión que dirija el voto e, incluso, la participación, deberá enfrentar antes una campaña que, como en otras ocasiones, constituye el caballo de batalla enviado desde Washington a la oposición dura, empeñada en desconocer el torneo electoral para ilegitimarlo y asestarle un golpe a la democracia que sea peldaño de nuevos castigos a Caracas… La vuelta a la noria.

Nicolás Maduro, enérgico, ha reiterado que «llueva, truene o relampaguee», las elecciones van mientras, más allá de las enormes llanuras y las altas montañas venezolanas, los «cantapolítica» latinoamericana de la administración de Donald Trump llaman, sin pizca de vergüenza, a desconocerlas.

Con certeza, un analista de derecha ha concluido que «el fantasma» que planea sobre las legislativas es «la desconfianza». Eso es lo que aquellos buscan.

Sin cortapisas, el senador Marco Rubio ha tildado las elecciones de «fraudulentas», y a los derechistas que quieren participar los ha considerado «supuesta oposición» que «simplemente, están ayudando al régimen de Maduro».

Tampoco ha escatimado balas el secretario estadounidense de Estado, Mike Pompeo, quien quiere persuadir a la «comunidad internacional» de que las elecciones «no serán libres ni justas».

Según Pompeo, «34 naciones se han unido a nosotros a favor de un gobierno de transición», en clara alusión a la jugada vieja y derrotada que usó a Juan Guaidó como presunto presidente interino.

Nadie debe dudar de dónde llegan las orientaciones a ese sector opositor.

También desde Europa 

Las parlamentarias emanan de los acuerdos alcanzados en la Mesa de Diálogo Nacional de septiembre a noviembre pasados por el ejecutivo y el sector democrático de la derecha, que aceptó sentarse y por tanto, quiéralo el resto o no, es el que los representa.

El primer punto fue justamente brindar garantías para este evento comicial, lo que incluyó la renovación del Consejo Nacional Electoral, de cuya presidencia fue removida la experta Tibisay Lucena. El otro acuerdo importante correspondía a los violentos: garantizar la estabilidad.

Los acuerdos siguen vivos y se están cumpliendo, como refrendaron ambas partes en Caracas el miércoles, cuando también anunciaron que habría otros encuentros, porque la mesa se mantiene. Ese acto sencillo tiene, sin embargo, su trascendencia: debe ser leído como un espaldarazo a las elecciones frente a la campaña estadounidense de desconocimiento, que el canciller Jorge Arreaza ha dicho que es millonaria. De cara a las legislativas, la oposición «democrática» y el ejecutivo están unidos.

Sin embargo, todavía pudieran erigirse otros valladares desde el Viejo Continente, donde la política venezolana de EE. UU. tiene aliados, y territorio en que Guaidó se ha estado moviendo las últimas semanas.

A la invitación formulada por Venezuela para que la Unión Europea envíe a funcionarios que acompañen el proceso electoral, Peter Stano, vocero del bloque, respondió primero que los comicios debían ser «inclusivos y transparentes», y que la UE estaba «estudiando cuidadosamente» su presencia. Ahora otra portavoz ha dicho que la UE no irá porque «queda demasiado poco tiempo».

Un ejemplo de cómo los grandes medios siguen manipulando la verdad electoral venezolana, también en Europa, la ha ofrecido el conocido servicio de radiodifusión alemán Deutsche Welle (www.dw.com) que se pregunta, de modo aparentemente ingenuo: «Si el proceso electoral es para legitimar democráticamente el poder del chavismo en Venezuela, derogar las sanciones internacionales y recobrar la credibilidad electoral, entonces por qué el Estado no actúa como indican las leyes y no deja que la oposición participe plenamente en el proceso electoral?».

Dicha interrogante desconoce la amplia postulación de candidatos provenientes de partidos derechistas «con historia» desde la llamada IV República, tales como Copei y Acción Democrática, cuyos nuevos directivos dieron a conocer públicamente su participación hace algunos días, «para callar rumores de otros partidos políticos, que apuestan a la deserción del proceso parlamentario» y contra comentarios de quienes ellos tildaron como «usurpadores de oficio» que «se hacen portavoces de una militancia que ya no les corresponde».

Pero lo que más ha estremecido a ciertos sectores de la derecha y provocado más discusiones en las redes sociales ha sido la decisión del excandidato presidencial Henrique Capriles Radonsky de participar en el proceso, para «hacer contrapeso» al Gobierno, según explicó.

Este paso sacó a flote la división que atomiza todavía más a la derecha, incluyendo a partidos nuevos de ese sector que también se han alistado y conformado alianzas pequeñas.

Por fuera solo quedan otras agrupaciones derechistas minoritarias y Juan Guaidó quien, tal vez para sentirse menos solo, ha propuesto un pacto de unidad de ocho puntos que reitera su «idea» de un referendo hecho ya, ilegalmente, en 2018, y derrotado por la votación que obtuvo después la Asamblea Constituyente.

A tal abanico se suman pequeñas agrupaciones políticas de izquierda que adversan al PSUV y también han alistado a candidatos, tales como el Partido Comunista o Patria para Todos.

La Asamblea Nacional que resulte puede ser, entonces, muy multicolor y poco hegemónica, porque la inscripción de partidos pequeños y hasta de representaciones sectoriales como, por ejemplo, los indígenas, se basa en la decisión de ampliar los curules de la Asamblea Nacional, que aumentan de 167 a 277, al tiempo que «se decidió equilibrar el voto nominal y voto lista (…) a partir del proceso de consulta con las organizaciones con fines políticos», dijo en su momento la rectora Indira Alfonzo Izaguirre.

Los inscritos ascienden a 14 000: una cifra tan ancha, como espaciosa y representativa será la Asamblea Nacional que emerja del ya conocido como 6D. Habrá que respetarla.

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