Palestina no está en venta, han dicho en las protestas de rechazo a los planes de Trump y Netanyahu. Autor: Apaimages Publicado: 12/10/2019 | 07:24 pm
La intervención del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la apertura de la Asamblea General de Naciones Unidas, este año, dejó en claro su decisión de resolver de una vez por todas —a su manera— la crucial «cuestión palestina» que se arrastra desde 1947 y ha sido raíz de cinco costosas guerras en Oriente Medio.
En uno de sus impredecibles malabares políticos, Trump eliminó el asunto de su discurso y terminó de hablar sin hacer la más mínima mención a uno de los problemas cruciales para la paz mundial, que aguarda una solución justa y negociada.
Se acabó, no existe más, no se hable más del asunto, fue el mensaje implícito de la intervención del mandatario, en correspondencia con sus asesores para los asuntos del Oriente Medio, a quienes encomendó encontrar una «solución final» al molesto problema palestino, como en su día hizo Hitler frente a lo que consideraba «la peste judía».
Su yerno y asesor principal, Jared Kushner, un judío sionista, prominente hombre de negocios inmobiliarios como el propio Trump, se limitó a sincronizar la política de Washington con la de Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel.
Bibi, como le dicen al gobernante israelí, un halcón del derechista partido Likud, en el poder desde hace 18 años, llegó a esa posición como favorito y sucesor de los terroristas sionistas Menahem Begin y Yitzhak Shamir, quienes lo antecedieron en el cargo y lo formaron a su estilo y semejanza.
Netanyahu, actualmente empeñado en formar Gobierno tras las elecciones del pasado 17 de septiembre, quien practica una violenta represión sistemática del pueblo palestino, prometió en su campaña electoral la anexión total de los territorios ocupados militarmente en la guerra de 1967, en violación flagrante del Derecho Internacional.
En correspondencia con los consejos de Kushner, Trump decidió «sacar a Jerusalén de la mesa de negociaciones» como paso previo al posterior traslado a la llamada Ciudad Santa de la Embajada de Estados Unidos —otra violación del consenso internacional— lo que de hecho significó su reconocimiento como capital de Israel.
Ese gesto sin precedentes hacia su aliado israelí marcó en la práctica el abandono por la Casa Blanca de la tradicional postura aprobada en el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU, el mismo órgano que decidió en 1947 la partición de Palestina para propiciar la creación del Estado judío, decisión en su momento rechazada por todas las naciones árabes.
Más aún, significó el desmantelamiento de las bases de todas las negociaciones anteriores para la llamada «solución de los dos Estados», uno israelí y otro palestino, incluida en las negociaciones internacionales de paz emprendidas a partir de 1990 para procurar una solución justa y duradera al conflicto.
Al propio tiempo, Donald Trump anunció un misterioso «Acuerdo del siglo», presentado como la fórmula mágica que permitiría dar por terminadas las disputas israelo-palestinas, la solución final, la oferta irresistible del prestamista al cliente en apuros, que definitivamente no podría rechazar.
La publicación del llamado «plan de paz» de Trump, sin embargo, se fue aplazando hasta finales de junio, cuando Kushner presentó la parte más atractiva, a su juicio, en definitiva el núcleo duro de cualquier futuro arreglo gestionado por el controversial gobernante estadounidense.
El documento de 136 páginas titulado Paz para la Prosperidad, presentado en una reunión a puertas cerradas en Bahrein, consiste en una propuesta pura y simple de negocios, una promesa de inversiones por 50 000 millones de dólares en diez años en Gaza y Cisjordania ocupada, a cambio de olvidar para siempre la creación del Estado soberano e independiente de Palestina, un nombre ausente en el texto.
Del mismo modo brillan por su ausencia la «ocupación israelí», los «asentamientos ilegales», el concepto —y la realidad— de los refugiados palestinos (más de 2,5 millones en Líbano y Jordania, más un millón en Gaza, por ejemplo) o el estatuto legal y definitivo de Jerusalén, donde viven 300 000 palestinos.
De hecho, según trascendidos, de los 50 000 millones prometidos, solo 27 800 millones aparecen destinados para fomentar negocios en los territorios ocupados, el resto se promete a países vecinos como Egipto y Jordania.
Se perfila una Gaza, actualmente reducida a escombros, con apenas tres horas de electricidad, sin atención médica y educación apropiadas, como un paraíso turístico, sin considerar la contaminación generada por Israel en sus costas, las penurias de más del 50 por ciento de la población desempleada, el bloqueo y el asedio militar.
Una promesa de paraíso comercial a cambio de la libertad y la dignidad, más aún de la propia identidad, puesto que sin independencia y Estado propio ¿quién emitirá pasaportes y certificados de nacionalidad?
La inaceptable «solución final» de Trump no escapó a los atentos oídos de la población palestina dispersa por todo el mundo y mucho menos a la arrinconada en su propio suelo, bajo un régimen insultante de apartheid, ejercido por el autoproclamado Estado más democrático de Oriente Medio.
Desde la misma tribuna de la ONU donde habló Trump, dos días más tarde, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, salió al paso de su actitud excluyente.
Recordó las presiones de la Adminstración de EE. UU. para doblegar la resistencia de los palestinos mediante el criminal recorte masivo de fondos para las instituciones que atienden a los refugiados, lo que calificó de «inmoral e inhumano».
«(Estados Unidos) de alguna manera habla del llamado “Acuerdo del siglo” y vende “soluciones” económicas engañosas e ilusorias, después de que destruye con sus políticas y desdeña todas las posibilidades para lograr la paz», dijo Abbas.
El líder de la Autoridad Nacional Palestina añadió que las políticas de Estados Unidos no han hecho nada para lograr la paz, sino que han «envalentonado al Gobierno de ocupación israelí».
Aun así, subrayaron medios internacionales, «Abbas dijo que sigue comprometido con una solución de dos Estados al conflicto con Israel».
Eso ya poco importa. La «solución final» aportada por Trump dejó atrás esa alternativa, por lo demás despreciada por Israel, sus gobernantes, políticos y la mayoría de sus pobladores, beneficiarios del despojo de los territorios árabes de Palestina y de la abundante ayuda militar de Estados Unidos.
Solo la indomable voluntad del pueblo palestino, el rechazo a ser borrado del mapa, su defensa de la identidad propia, el desafío a la represión, la cárcel y los asesinatos a la luz del día —un ejemplo de suplicio y resistencia mayor que el de los judíos encerrados en campos de concentración fascistas— resta como camino para una verdadera solución justa y duradera.