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Tres posturas frente al diálogo

Pese a las evidentes asimetrías entre un bloque de colosos y una Isla de frágil economía, cubanos y europeos estamos abocados a un camino de andadura respetuosa desconocido por la Casa Blanca

Autor:

Enrique Milanés León

PARADO en su «esquina (Casa) Blanca», Estados Unidos hizo en los últimos 20 años lo que mejor sabe hacer: apostar al desgaste de sus adversarios. Adórnese como se adorne, el imperio no tiene amigos, de modo que las dos décadas de distanciamiento entre la Unión Europea (UE) y Cuba no beneficiaron a nadie más que al inefable Sam —viejo y diablo al mismo tiempo—, satisfecho tanto si el bloque trasatlántico se mantiene distante de la «fruta rebelde» que quiere para él, como si esta padece tropiezos adicionales a los colocados por Washington.

Esa fue una parte del saldo geopolítico de la Posición Común de la UE sobre Cuba, promovida por alguien muy proestadounidense que no quiere a la Isla y que desde 1996 enroló al bloque europeo en la azarosa cruzada de doblegar a los cubanos. Tal postura fue enterrada con el Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación entre La Habana, Bruselas y los Estados miembros de esa Unión suscrito en diciembre de 2016. Juntos, desde abril de 2014, en siete rondas de diálogo que no excluyeron intenciones, tensiones y distensiones, cubanos y europeos llegamos a convenir para el futuro bilateral lo que debe ser la gran política de la humanidad: el sentido común. 

Pese a las evidentes asimetrías entre un bloque de colosos y una Isla de frágil economía, cubanos y europeos estamos abocados a un camino de andadura respetuosa desconocido por la Casa Blanca —que lo rechaza, o lo inicia y da marcha atrás—, lo que le coloca al acuerdo esos acentos de independencia con que siempre ha hablado la Isla.

No será muy diferente para los miembros de la UE, que tradicionalmente han buscado consensos con Estados Unidos pero, en un panorama muy diferente al de hace dos años, certifican ahora un proceso de «cálido» reacercamiento con Cuba justo cuando, a puro capricho, Donald Trump activó los botones de la recongelación de vínculos con La Habana.  

Lo firmado retira un veto colectivo nada edificante —sufrido en Latinoamérica solo por Cuba— y eleva a tono institucional, de bloque, el nivel de relaciones estables y crecientes que ya mostraban la Isla y países miembros de la UE.

Al momento de la rúbrica, el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, destacó la prioridad que para la economía de nuestro país representa la relación con Europa, mientras la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini, afirmó que arrancaba «una nueva era en nuestras relaciones que genera nuevos espacios».

No hay expresión mejor: una nueva era, en tiempos en que Washington optó por fortalecer el bloqueo, cerrar puertas y dejar las cosas con La Habana, cual macabro juego de verbos, en lo que pudo ser y no es.

Entonces muchos esperaron con suspicacia que Europa se diera la vuelta, pero Mogherini fue transparente: «Hoy todavía es más importante tener en cuenta lo que está sucediendo en Washington. Algunos quieren volver a cambiar el ritmo y por eso hay que reiterar que la Unión Europea no cambia de opinión».

Un vistazo a las dos partes: Cuba ajusta el modelo de gestión económica sin negociar sus principios; por el contrario, aspira a sostenerlos desde una base material más sólida; del otro lado, Europa identifica aquí mayores filones de cooperación y aspira a acompañarnos en momentos indiscutiblemente trascendentales para el faro caribeño. Y esta Isla jamás dijo no a un compañero que la respete.

Claro que hay miradas diferentes. Una de ellas es hacia los derechos humanos —ese tesoro de la justicia universal que suele servir de «plastilina política» a los manipuladores de la razón—, vistos en Cuba, más allá de los políticos y civiles en que suelen encasillarse, en sus articuladas vertientes económicas, sociales y culturales, en las cuales tenemos también mucho que decir y mostrar.  

En asuntos económicos se ha andado un mayor camino. El bloque es el principal socio exportador y el segundo socio comercial de Cuba, así como el principal donante de cooperación e inversor extranjero en la Isla. Las ramas del turismo, la construcción, la industria ligera y la agroindustria destacan por sus saldos. En nuestras calles, los cubanos hemos palpado la mejor expresión de estos lazos porque un tercio de los turistas recibidos en el país provienen de naciones de la UE.

Tanto Cuba como la UE proyectan, al calor de oportunidades fomentadas por la actualización del modelo económico, ensanchar y dar facilidades comerciales a la cartera exportadora cubana al bloque que contempla, fundamentalmente, producciones agrícolas, bebidas, tabaco y minerales.

En línea con nuestros Lineamientos, la ayuda de la UE al desarrollo de Cuba se ha enfocado en la agricultura sostenible y seguridad alimentaria; medio ambiente y empleo de recursos naturales para el desarrollo sostenible; y modernización socio-económica sustentable.

Acercándose a La Habana, la Unión Europea se arrima a un respetado actor latinoamericano y caribeño. Bruselas sabe que la Isla tiene, en efecto, la llave de las Antillas que ayuda a entrar con opciones de éxito a una región de amplios recursos agradecida hacia la palabra y el entendimiento.

En la maraña de sendas de la globalización, el camino europeo hacia Cuba es el único funcional, aunque a Estados Unidos, ese «vecino sin ingenio» —no hay en ello alusiones personales— que nos tocó en suerte, le pasa frente al diálogo como al personaje del conocidísimo poema de Raúl Ferrer que quedó, frente al irreverente amor de una niña, sin entender «ni una palabra».

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