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Retrato de Theresa… May

Los retos que definirán si la nueva mandataria británica será una «dama de hierro»

Autor:

Enrique Milanés León

Después de 25 años del dominio de Margaret Thatcher (entre 1979 y 1990), Reino Unido vuelve a estar al mando de una mujer. Theresa May, la nueva líder del Partido Conservador e inquilina de Downing Street como primera ministra, ha reconocido admirar a su férrea predecesora, pero también ha aclarado que no tiene modelos y que busca su propio camino.

«Creo que soy la mejor persona para dirigir este país», afirmó recientemente esta mujer que llega a la doble cúspide británica —política y gubernamental— tras la repentina retirada de su última rival, Andrea Leadsom.

El primer adversario de Theresa May ha sido el referencial. Además de compararla constantemente con Margaret Thatcher e imponerle con ello una expectativa de gobierno dominante, muchos le llaman la Angela Merkel británica, a tal punto que se ha visto precisada a aclarar que «soy yo misma».

La nueva gran jugadora de la política internacional es percibida como trabajadora, reservada y carente de sentido del humor, rasgos que son asociados a su condición de hija de padre protestante y receptora de una educación rígida y austera.

El periódico The Telegraph comentó en algún momento su personalidad cortante y «determinación feroz», aunque le reconoció autoridad y competencia.

La clase política no siempre apeló a la proverbial mesura británica para abordar su imagen. El exministro de Hacienda, Kenneth Clarke, afirmó en una ocasión que «Theresa es una mujer terriblemente difícil», cosa que al parecer tuvo sin cuidado a la aludida porque, ya con las llaves de Downing Street en la mano, advirtió que quien pronto se daría cuenta de ello será el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, quien negociará con ella los detalles del divorcio a la británica entre ese país y el bloque.

Theresa tiene dos grandes aficiones: la cocina —en su biblioteca hay más de un centenar de libros sobre el tema— y los zapatos, llamativos al punto que desentonan con la sobriedad de su ropero. Algún detractor, ungido de ese sarcasmo tan bien cosechado allá, ha dicho que la gente se acuerda de ella solo por sus zapatos.

No es cierto: la May también se ha hecho notar por su ataque a la inmigración, que a su juicio destruye puestos de trabajo y baja los salarios de los británicos, y ha sugerido que reducirá la cantidad de inmigrantes admitidos en las islas británicas, sean de fuera o de dentro del territorio de la UE.

Más que cuánto se parezca en el físico y en la actuación a la Thatcher o a la Merkel, lo que definirá el retrato de la nueva «segunda Dama» británica —porque a Isabel II nadie le arrebata el número uno— será si consigue unir a un Partido Conservador dividido tras el dilema del brexit, calmar la intención de independencia de Escocia y el probable intento de Irlanda del Norte de reconciliarse con Irlanda haciendo a un lado a Reino Unido, y recomponer en la práctica ese plato roto de relaciones con países de la UE y otros socios estratégicos. Según responda a esos retos se sabrá cuánto de Hierro hay en la nueva Dama.

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