La imagen se ha repetido estos días y no ha valido para distingos que se trate de un país del Tercer Mundo como Chile —donde se sabe que el crecimiento se erigió abriendo huecos de pobreza— o de una nación del Norte donde hasta ahora pareciera que todo marchaba sobre ruedas, como Canadá.
En vez de esperársele en las aulas, septiembre ha sido recibido en las calles por miles de jóvenes de los más distintos puntos geográficos, acusando una inconformidad que quizá por vez primera se ve de una manera tan notoria y homogénea.
Sus idiomas pueden ser distintos y sus clases sociales también porque, a estas alturas, en muchos sitios parece no haber ya diferencias entre pudientes y pobres. Bueno, quiero decir: que la soga está apretando lo mismo al hijo de obrero que siempre tuvo que asistir a la escuela pública, que a quien los padres pudieron pagarle la privada hasta hoy. Lo mismo en una nación que otrora fue colonia y por eso hoy es subdesarrollada, como República Dominicana, que en aquella que la colonizó, y hasta en esas a las que se les ha enyugado la independencia a los designios de un imperio, como ocurre con Puerto Rico, donde los universitarios han sido protagonistas de jornadas heroicas que recorrieron el orbe y, quién sabe, a lo mejor prendieron la mecha de esta entendible insubordinación.
En unos lados ocurre que la enseñanza nunca fue un derecho. En otros, porque lo era y se perdió. El caso es que en muchas partes están subiendo las matrículas, al descontarse en la educación —el renglón que, junto a la salud, primero debiera resguardarse— las mermas que han tenido que hacer los Gobiernos a sus presupuestos.
Miremos, si no, a la región canadiense de Quebec, donde la inusitada alza de las inscripciones universitarias en 1 625 dólares —entre otros atentados a los servicios públicos— tuvieron a los muchachos seis meses en huelga y arrastraron consigo a diversos sectores de la sociedad. El epílogo es conocido y le costó la cabeza al ejecutivo: elecciones adelantadas y vuelta al poder del separatista Partido Quebequense.
Sin llegar a esos extremos, las cosas no han estado mejor en España luego de que el derechista Mariano Rajoy desdijera su programa de gobierno y anunciara también su paquetazo, presionado por el contagio, y las exigencias que implica estar en la Eurozona. Lo mismo que le pasó a Rodríguez Zapatero y que se usó como arma contra el Partido Socialista Obrero Español. En muchos casos con la presencia de los padres, Navarra, Andalucía y otras regiones ibéricas sin descontar a la capital, Madrid, han sido escenario de manifestaciones contra el incremento de las tasas universitarias y el empeoramiento de la calidad docente que estremecieron la inauguración del nuevo curso escolar… Sobre todo, porque no faltaron planteles hollados por la policía, ni sus arremetidas contra las protestas pacíficas.
Y he aquí lo distintivo de este septiembre tan beligerante que pareciera una prolongación de la oleada de calor. Sin que se hayan puesto de acuerdo, los reclamos estudiantiles van a parar a igual punto: que se les garantice el acceso a la educación.
Pero, también en todas partes, la imposibilidad de satisfacerlos es la misma: la existencia de un sistema sociopolítico excluyente entronizado en el poder del capital, y en el que también la educación es mercancía.
Encima de eso, la crisis está mandando a bolina en Europa el llamado estado de bienestar, algo de lo que tampoco se libra el norte de América.
En ese difícil entramado, los jóvenes necesitarían la voluntad política de sus ejecutivos para que puedan escucharse sus reclamos… Incluso, aunque no todos los que hoy protestan, puedan teorizarlo.